Urgente y necesario caracterizan el proceso de transformación digital, continuador del de informatización, que aun así tiene sus peros…
Con dolor de cabeza de estar con la vista fija contra el brillo de la pantalla y como si le provocara picazón o le quemara las manos, mi abuela soltó unas palabras que al parecer hacía rato tenía atoradas: “Ya, no puedo. Me doy por vencida con la tecnología”. Así justo fue como terminó mi intento por enseñarle de una vez “lo más básico” que puede hacer con un celular: recibir llamadas, revisar saldo, enviar mensajes, hacer fotos, encender los datos móviles y revisar las redes sociales.
Para un joven como yo, de 25 agostos, era hasta ese momento casi inconcebible ver a alguien expresar semejante torpeza ante un dispositivo que parece muchas veces intuitivo, fácil de manejar, amigable, con el que conecto ―y mi generación también― cual si fuera una extensión con la que hubiese nacido.
Mi pensamiento tal vez poseedor de cierto grado de egoísmo o de testarudez, porque exigí quizás muy rápido habilidades a “mi alumna”, me dejaba entrever, sobre todo, que ese sesgo puede contener serias implicaciones en una sociedad cubana que intenta avanzar con celeridad a la transformación digital.
La crónica casera sin intenciones discriminatorias ni generalizadoras no fue preámbulo para alcanzar a preguntar lo muchas veces respondido: ¿están en condiciones todos los adultos mayores de moverse al ritmo de estos cambios?, ¿cómo seguir adelante sin perjudicar a algunos?
Aunque parezca o sean conservadoras en sí mismas estas preguntas, aunque parecieran interponerse al desarrollo, la transformación digital y lo que arrastra referente a comercio, legalizaciones y demás servicios a la población y papeleos no debería excluir los métodos tradicionales.
O sea, ninguna aplicación móvil ha de ser única variante, método o alternativa si de regular colas, acceder a servicios y pagar facturas hablamos. Sobran los ejemplos diarios de personas (no siempre adultos mayores, por cierto) sin los conocimientos o la tecnología para adentrarse en estos nuevos caminos, lo cual en un país donde nadie debe quedar desamparado es causa suficiente para abrir el diapasón de posibilidades.
Recientemente, durante el taller sobre el uso y desarrollo de las pasarelas de pago, se hacía referencia a que Ciego de Ávila cuenta entre sus fortalezas con la capacidad innovadora de profesores y estudiantes universitarios junto a más de 300 miembros de la Unión de Informáticos de Cuba.
La Empresa de Telecomunicaciones (ETECSA) añadía que, al cierre de junio, se computaban poco más de 300 000 líneas móviles, en una provincia que sobrepasa los 430 000 habitantes ―de los cuales el 20,1 por ciento es mayor de 60 años, según el anuario estadístico de 2022 de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información―.
Las estadísticas disponibles no permiten profundizar en el dato y, aunque las tuviéramos a mano, tampoco responderían las interrogantes que planteamos al inicio. Aun cuando una línea móvil esté registrada a nombre de un adulto mayor, no es posible afirmar que sea esa persona quien haga uso del teléfono o la conectividad. Esa incertidumbre es la que me lleva a afirmar que no es justo que, en la puerta de una oficina de trámites, se exija hacer la cola por Ticket, sin alternativas.
Justamente que los especialistas de las empresas diseñadoras de las aplicaciones generen espacios masivos de promoción en los cuales, al unísono de instalarlas, expliquen la serie de prestaciones a los clientes podría ser un paso adelante, no solo de cara al creciente segmento etario envejecido, sino al resto de la población que también necesita alfabetización digital.
La realidad es que este proceso hace frente a problemáticas actuales como las colas en oficinas de trámites, la poca disponibilidad de efectivo en cajeros automáticos y la ínfima cantidad de estos, distribuidos en apenas tres de los 10 municipios de Ciego de Ávila; además de garantizar menor ocurrencia de hechos extraordinarios. Pero atemperarse a los tiempos no puede convertirse en una camisa de fuerza ni en un sálvese quien pueda.