Fin de curso, ¿fin de las preocupaciones?

Analizar con espíritu crítico el papel que nos corresponde desempeñar no es únicamente un deber de padres y maestros, sino obligación de toda la sociedad

Termina el curso escolar 2022-2023 y alumnos, padres y maestros respiran aliviados. Atrás quedan meses de preocupaciones por las notas, el lugar en el escalafón, la calidad de las clases o la ausencia de un profesor.

Para muchos estos meses representarán la transición de una enseñanza a otra, el fin de la etapa de estudiantes, el acercamiento a la vida militar o la añoranza por las amistades y amores que fecundaron en las aulas.

¿Podrán todos sentirse satisfechos por igual? Al calor de las revalorizaciones y exámenes extraordinarios vale la pena recapacitar con profundidad para que ciertos errores y deficiencias que marcaron hito durante este período lectivo no se repitan, en detrimento de la calidad en la formación de niños y jóvenes.

En medio de condiciones económicas adversas, el Estado dedicó importantes sumas del presupuesto para mantener y potenciar el sistema educacional: ni una sola aula se cerró en todo el país. Ningún profesor quedó desempleado ni dejó de recibir su salario. Tampoco dejó de funcionar ningún comedor escolar (calidad y variedad aparte), ni se suprimió la merienda gratuita en la secundaria básica.

Por el contrario, varios centros recibieron mejoras constructivas, se contó con nuevos laboratorios para la formación de maestros y hubo, al menos, un libro cada dos o tres alumnos para consultar los contenidos fundamentales.

Sin embargo, ello por sí solo no garantizó la eficacia del proceso docente, y cabría preguntarse si el profesor frente al alumnado fue siempre el mejor preparado, que supo usar adecuadamente el lenguaje, trasmitir valores y convertirse en modelo a imitar.

Habría que analizar por qué tantas veces fue a parar la comida al tanque de desperdicios, cuando los estudiantes se negaron a consumirla por su mala calidad.

A pesar de los esfuerzos realizados en la provincia, las enseñanzas media y media superior sufrieron en mayor medida la ausencia de profesores, lo que obligó en muchos casos a completar los claustros con maestros en formación, el consejo de dirección o personal contratado.

Otras veces los turnos de materias tan importantes como Matemática, Física, Química y Biología se convirtieron en horario libre y motivaron un maratón de clases en la recta final y el aprendizaje de los contenidos fue similar a las calcomanías baratas, que sirven solo para ser usadas una vez, porque les falta “pegamento”.

Casi en la recta final del curso, una madre se quejaba de que su hija, estudiante de secundaria básica, después de haber tenido cuatro maestros diferentes de Matemática, solo recibía los contenidos por WhatsApp, por lo que no podía esperar resultados muy halagüeños.

Otra, mamá de un niño de primer grado, argumentaba por qué optó por pagar un repasador para suplir el déficit que dejaba la escuela en el aprendizaje de su pequeño.

Las responsabilidades no son huérfanas: son de los alumnos que, por falta de motivación e interés, no pusieron el empeño necesario para compensar con más estudio individual las carencias de la actividad presencial del maestro; de los padres que confiaron la preparación de sus hijos solo a las instituciones educacionales y creyeron solucionar sus inconformidades con quejas a las instancias superiores para sorprenderse, a última hora, con un abismo imposible de saltar; y de la institución, que se dejó vencer por el fatalismo y no hizo todo lo que estaba a su alcance para buscar soluciones que se correspondieran con los recursos que el Estado emplea anualmente en el sistema educacional.

¿Quién pagará las consecuencias?: la sociedad, que ha perdido un tiempo precioso para fomentar los valores y preparar a aquellos llamados en un futuro cercano a tomar sus riendas.

Después de varios cursos con ajustes, a causa de la pandemia de COVID-19, el venidero período retomará el calendario habitual correspondiente, de septiembre a julio, etapa en la cual Ciego de Ávila debe aspirar a superar los resultados del curso que concluyó.

Analizar con espíritu crítico el papel que nos corresponde desempeñar no es únicamente un deber de padres y maestros, sino obligación de toda la sociedad, pues lo que dejemos de hacer hoy, por negligencia o incapacidad, lo pagaremos mañana.


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