Aquel día resultó para ellos un infierno. El fuego voraz, indetenible, arremetió de sopetón contra la diminuta casa de la finca, en esa porción de la geografía de Primero de Enero. El televisor de todos, el refrigerador que preserva los alimentos, la ropa de los niños, el corral del ganado..., en fin, la vida quedó reducida a cenizas.
Otro día, cerca de esa misma zona, en la carretera que enrumba hacia Bolivia, donde convergen campesinos, carboneros y alimentadores de animales —ya sea en el pastoreo o corte de la hierba ausente en algunas zonas antes de “romper” la primavera—, un joven descendió de su “carriola”, o “cuatro ruedas”, como también le dicen; entonces, apagó la pequeña fogata de carbón que alguien olvidó y dejó prendida justo a la orilla del camino.
En ambos casos, el autor de las llamas quedó en el anonimato. El pasaje inicial denota perspectivas que describen la secuela irreversible de un incendio causado cuando la conciencia se encuentra entre llamas. El segundo, muestra que con voluntad para obrar bien pueden aminorarse estos siniestros que hacen de las suyas preferentemente en el primer trimestre del año.
Un bosquejo por las estadísticas recopiladas en el Cuerpo de Bomberos de Primero de Enero avisa la sucesión, durante el primer cuatrimestre del año en curso, de al menos 16 incendios en el territorio violeteño y 18 en el municipio de Bolivia, demarcaciones que tiene bajo su responsabilidad la citada unidad que vela por la extinción de fuegos, entre otras misiones que le resultan inherentes.
Al decir del primer teniente Rafael Alfonso Pérez, máxima autoridad en la unidad, dicho comportamiento ha disminuido en relación con igual etapa de 2024 en Bolivia, donde se registraban alrededor de 23; mientras la cifra en Primero de Enero exhibe un crecimiento, con seis acontecimientos más, que lo registrado desde enero, hasta la primera quincena de abril.
Solares yermos, cañaverales, basureros, zonas aledañas a viviendas, han sido víctimas frecuentes de estos molestos incendios que proliferan, al estilo de un chasquido de dedos, con autores que, con intención o sin ella, prenden fuego sin importar el costo social o económico que implica, muchas veces.
“Como de moda” pululan los torbellinos de llamas, arrasando con todo a su paso, destruyendo el hábitat de muchas aves, destiñendo el colorido del entorno y condenándolo a cenizas.
Aunque también se contemplan, entre los factores originarios, los residuos de desprendimiento de la combustión de los vehículos —sobre todo en tiempo de zafra—, es la que los especialistas denominan en su sistema de trabajo como la causa 21, arrojar fósforos y colillas de cigarros encendidos, la principal forma de ignición.
Así, de algo incipiente en apariencias, aflora el incendio en los bordes de las vías y se adentra en la maleza y se propaga hasta peligrar viviendas y otros enclaves de interés socioeconómico. Por suerte, este año los desastres de esta índole en los cañaverales decrecieron, o al menos no requirieron de los servicios de bomberos.
En el caso de las plantaciones de caña, ante la presencia de un incendio, la responsabilidad de su extinción recae en las fuerzas del propio sector y solo se recurre a las especializadas cuando se arriesga la vitalidad de las máquinas de riego (Fregat) o la seguridad de viviendas colindantes. De ahí la importancia de las medidas en las guardarrayas y de la realización de las trochas cortafuegos, principal acción para detener las llamas.
En la actual etapa impera la sequía, la cual, concatenada al abundante material combustible en potreros y espacios aledaños a caminos y carreteras, constituye un riesgo potencial en materia de incendios no programados, por lo que se impone, hacer cumplir las medidas de control y prevención diseñadas para el sistema azucarero.
En uno u otro caso, los autores, la mayoría de las veces, ni se enteran de los desastres que causan. Instruir a la par y difundir respecto al tema en los centros educacionales y en marcos de cohesión en el barrio, como las reuniones de circunscripción y otros espacios que pueden diseñarse vinculados al tema, resultan hoy imprescindibles.
En la mente del primer teniente Rafael Alfonso Pérez perdura el recuerdo del reciente incendio en la Playa Brisas de Bolivia, o de Cunagua, acontecido el 15 de marzo último, donde sucumbieron bajo el fuego un total de 209 casas, similar al de febrero de 2023, en el que se destruyeron 18 viviendas, también por la negligencia del hombre.
La quema indiscriminada de los pastizales viene a la mente de Ignacio Machado Fernández, chofer del Cuerpo de Bomberos en la unidad de Primero de Enero, otra indisciplina social que se advierte con frecuencia en áreas del otrora parque de diversiones en la cabecera municipal y en zonas de pasto en Pedro Ballester, como el siniestro sofocado días atrás, que luego de haberse provocado para, supuestamente, estimular el crecimiento de la hierba tras la lluvia, terminó en una escena de pánico que bien pudo evitarse.
El Decreto 141 regula las contravenciones del orden interior que se sancionan con multas. Aplicarlo se hace más viable en otros momentos de insensibilidad humana, como la quema desmedida de desechos sólidos en los patios, un proceder que está prohibido desde el punto de vista legal. Sin embargo, en casos como en los descritos con anterioridad, encontrar culpables se torna complejo.
Acciones humanas como la quema de hierbas o caña sin autorización, el uso de vehículos sin matachispas, y la actividad de cazadores furtivos, figuran entre los orígenes de esa variedad de incendios que asedian la vida cotidiana en Primero de Enero y Bolivia, como en otras regiones de la provincia avileña.
La fuerza del viento, la escasa disponibilidad de agua, las cuantiosas pérdidas de recursos, incluida la vida de muchos animales que son sorprendidos por el fuego, constituyen líneas de pensamiento que merecen un análisis especial desde escenarios profesionales y familiares. Resulta perentorio desterrar la conciencia de entre las llamas.