Un equilibrio necesario

Según la RAE la palabra “timbiriche” es, en Cuba y Puerto Rico, “quiosco o puesto de bebidas||tienda pequeña”. Para el cubano el timbiriche no es otra cosa que el lugar al que va a las 8:00 de la noche a comprar el refresquito por excelencia (marcas hay miles) para acompañar la comida.

Bromas aparte, no vamos a hablar de cómo, la incipiente aparición de puestos de venta (casi tocamos a un timbiriche cada cincuenta habitantes), afean la estructura de nuestro casco histórico colonial con su impertinente anacronismo, eso debería ser un artículo aparte; ni de que son, a día de hoy, una realidad necesaria en nuestra sociedad, eso tampoco nadie lo discute.

Quiero hacer un llamado de atención, más bien, a lo que está significando tristemente para muchos avileños este escenario. Muchos recordaran por allá por el año 2013, cuando Tony Ávila dio a luz al panorama musical cubano esa canción profética que decía de este modo:

Cubano si el timbirichi
Levanta tu economía
No te olvides que un buen día,
Naciste sin timbirichi
Sin timbirichi.

Podríamos tomar casi cualquier estrofa de esta canción para dar de bruces con una realidad confirmada. Actualmente, debido a la insuficiente oferta estatal, la mayoría de los avileños tenemos la necesidad de acudir a estos puntos de venta para obtener los productos de primera necesidad.

Dueños del mercado, los mipymeros, como coloquialmente se les llama, controlan precios de acuerdo a la demanda. Se ha evidenciado que, muchos de estos vendedores (no todos ellos), de acuerdo a la escasez prolongada de ciertos productos de la canasta básica, sin ninguna necesidad, aumentan impunemente su precios.

Es un escenario que se repite una y otra vez. Carentes de una competencia real son a la vez, jueces y parte del escenario comercial cubano. Pero abusar del pueblo, del consumidor de a pie, no es tan solo un acto a todas luces inmoral, sino que es, también, autodestructivo desde un punto de vista económico.

En el tiempo presente, la obsesión por emprender no es una elección, sino un mandato social. Cuba está inmersa, al igual que el resto del mundo, en una tendencia que nos invita a ser nuestros propios jefes. Una fórmula que asegura que, si no somos ricos antes de los cuarenta años hemos fracasado en la vida. La mayoría de las conversaciones ya no empiezan con: “¿Cómo estás?, sino con ¿En qué estás trabajando? ¿Qué estás haciendo ahora? No me digas que sigues en lo mismo”.

La presión por generar dinero rápido mata la creatividad de los que se disponen a construir un negocio. Los emprendedores copian las mismas fórmulas sin entender, muchas veces, las necesidades reales de la gente. Es difícil encontrar negocios particulares, que fuera del ámbito turístico, sean un reflejo de nuestra idiosincrasia cultural.

Otra preocupación es el hecho de que, la expansión de establecimientos, como bares en zonas residenciales desdibuja los límites entre espacios públicos y privados. La música a alto volumen, las conversaciones nocturnas y el trasiego de personas generan tensiones.

Y no es un problema que se reduzca al centro de la ciudad, puesto que ya es común, en los barrios, encontrar operativos hasta altas horas de la madrugada bares, licorerías, “timbiriches”, cada uno según sus posibilidades y la imaginería de los dueños que, en la mayoría, de los casos no se somete a ningún tipo de estandarización urbanística.

Ocupan lo que antes eran patios en desuso, garajes, o azoteas, para convertirse en un campo de batalla donde chocan derechos individuales. No es raro en la actualidad, que de un día para otro surja un nuevo establecimiento, justo al lado de una vivienda residencial. Por un lado, se encuentran quienes defienden su libertad económica, y por otra parte los que apelan por su derecho al descanso.

Algo de lo que debería hablarse, también, es de la responsabilidad que deben asumir los puntos de venta con respecto a los desechos de los productos que venden. Es común a lo largo y ancho de nuestra ciudad encontrarse (incluso en calles principales) con los cartones de las cajas de pollo que venden las mipymes amontonándose húmedos y malolientes en cualquier esquina, o bajo el irónico y tan burlado cartel de “No botar Basura”.

La proliferación de bares y timbiriches refleja la resiliencia natural del cubano, “de echar adelante” de emprender y ponerle ganas, pero exige, a la vez, un equilibrio, una consideración que no se puede abandonar bajo ningún concepto. Para que nuestra ciudad, NUESTRO PAÍS, no muera detrás de un mostrador.

Que el espíritu de la competencia y las ansias de progreso desmedido no terminen consumiendo aquello por lo que los cubanos somos famosos en el mundo, nuestra forma de ser desenfadada, nuestra alegría, y nuestra unidad. A fin de cuentas, como dijo el gran poeta inglés John Donne: “Ningún hombre es una isla entera en sí mismo”


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