Suena la alarma. Son las seis de la mañana. El mismo ruido de todos los días (ya le tienes odio a esa canción tan estridente). Si eres valiente, o más bien temerario, apagas la alarma y dices el tan sabido “diez minutitos más”.
Pasa el tiempo, te levantas con el mismo sueño que hace diez minutos. El padre o la madre trabajadora, el pionero o la novia universitaria: todos ellos en una estampida.
Corriendo contra los horarios. El desayuno, las colas en el baño, el transporte. Llegas tarde al trabajo, estás de mal humor, el ciclo se repite. Por la noche quieres divertirte, te quedas viendo una película o una serie de Netflix, casi con ingenuidad, dices: “Voy a verle solo este último capítulo”. Nunca es el último, siempre tienes sueño. Llega el fin de semana, ese día que piensas recuperar todo el sueño perdido. Pero no, ese día ya estás despierto a las 8:00 am, no puedes dormir más.
Si la anterior secuencia de eventos le suena conocida es porque se trata de un escenario común de la vida moderna. Este ha sido el tema de unos de los bestseller de los últimos años. Me refiero al libro ¿Por qué dormimos? (Why do we sleep?) del neurocientífico británico Matthew Walker, fundador y director del Centro para la Ciencia del Sueño Humano, una institución creada con el objetivo de investigar el papel del sueño en la salud y la enfermedad humana.
Muchos conocieron a Matthew por una charla (se encuentra en YouTube) en la que afirma que el sueño es nuestro superpoder natural. Parece algo sensacionalista, pero casi podríamos tomarlo como literal. Es una realidad que el humano moderno duerme, a día de hoy, mucho menos de lo que debería hacerlo. Quien se adentre en la lectura del libro, escrito con pocos tecnicismos, mas con una gran de evidencia científica, podrá chocar con verdades impactantes, como que los seres humanos somos la única especie que se priva del sueño deliberadamente sin que esto represente una auténtica ventaja.
Todas las demás especies que la ciencia ha estudiado hasta el momento duermen. Y hasta hace muy poco no se podía dar una respuesta convincente de por qué esto era así. Pero las investigaciones de las últimas décadas, han aportado conocimientos bastante sorprendentes sobre este asunto. Son muchas las razones por las que dormimos. No existe casi ninguna función vital que no se beneficie de una buena noche de sueño.
La falta de sueño regular (y me refiero con esto a tener de manera prolongada un sueño de seis a siete horas por noche, lo que se considera aceptable en la mayoría de los países), debilita el sistema inmunitario del cuerpo, lo que te hace enfermar más frecuentemente, multiplica el riesgo de padecer enfermedades como cáncer, diabetes y Alzheimer.
Dormir poco desde edades tempranas puede conducir a los niños a trastornos por Déficit de Atención, crea desequilibrios hormonales, nos hace desear comer más, a la vez que incrementa de manera sustancial las probabilidades de sufrir una enfermedad cardiovascular, ¡incluso una mala racha de sueño nos hace menos atractivos!
El problema es tan grave que la Organización Mundial de la Salud ha declarado una epidemia de pérdida de sueño en los países industrializados; lo cual no quiere decir que el nuestro se encuentre excento de este tipo de problemáticas.
Las últimas investigaciones sobre el tema del sueño han hecho que muchas instituciones educativas adapten los horarios de entrada de los niños y adolescentes en las escuelas, ajustándolos de acuerdo a sus relojes biológicos. Los resultados han sido evidentes: aulas llenas de alumnos despiertos, en lugar de zombis aletargados.
Más allá de la pregunta de por qué dormimos, llega el momento de hacernos la interrogante de por qué no dormimos. Las causas son muchas y la mayoría de las veces llegan todas juntas. De modo que ¿cuáles son los enemigos del sueño? La respuesta casi puede predecirse en el encabezamiento de este escrito. La vida moderna nos ha impuesto dinámicas que distan mucho de ser las ideales. En el esquema de la productividad, se nos exige levantarnos cada vez más temprano, y ejecutar un mayor número de tareas. “Eso de dormir nueve horas es de holgazanes”, se nos dice.
De hecho, lo realmente preocupante de todo esto es que, el humano promedio cree que dormir es “tiempo perdido”. El estrés, de nuevo puede que sea el criminal más buscado en la larga lista de enemigos. De igual manera la iluminación led que utilizamos en nuestros hogares, así como las pantallas de los dispositivos electrónicos, pueden influir en nuestro reloj biológico, retardando los horarios de sueño.
Aquí no me refiero a las causas externas que afectan el sueño (¿quién no ha tenido una mala noche de agosto, sin corriente y rodeado de mosquitos, o la bocina del bar de la esquina hasta las tres de la madrugada, o el perro del vecino en competencia con los gallos desfasados), sino, más bien, a las propias elecciones que muy a menudo hacemos, bajo la trampa de ser más productivos. Lo cierto es que somos mucho más eficaces trabajando dos horas con la mente activa y descansada que en ocho horas dormitando en nuestro puesto de trabajo.
El mundo está cambiando en este sentido y mucho de lo que antes creíamos correcto, está siendo corregido gracias al trabajo de investigadores como Matthew. Dormir no es solo para los perezosos, es para las personas inteligentes, esas que quieren vivir sus años con una mejor calidad de vida.
Defienda su derecho a una buena noche de sueño, apague su celular, y diga ¡NO! al deseo de ver otro capítulo de esa serie tan atrapante (también aplica para las novelas turcas).