Esas barreras a nuestro paso

Todavía arrastra las secuelas de un esguince, resultado de una torcedura de pie en un punto de la ciudad, donde fue talado un árbol, sin ser rellenado el hueco en medio de la acera.

Ella es uno de los tantos casos que podrían contar anécdotas similares por caer en las trampas de la indolencia o las indisciplinas urbanísticas que pululan en la ciudad de Ciego de Ávila.

Si no lo cree podría preguntar a aquella joven que, al voltear ligeramente la cabeza ante el llamado de una amiga, tropezó con la base de lo que fue un farol, ubicado en medio de la acera y cayó de bruces sobre el pavimento; o a la otra, que creyó que la tierra se la tragaba, literalmente, cuando la lata que tapaba un enorme hueco se hundió para sus pies.

Estos ejemplos hablan de los peligros que acechan a los peatones en su andar por la ciudad y dejan ver las indisciplinas sociales cometidas, tanto por personas como por entidades estatales, en detrimento de la seguridad de los transeúntes.

La acera, en muchas ocasiones, ya no es un lugar confiable, pues son numerosas las ocasiones en las cuales, sin permiso alguno, se abren huecos para instalaciones hidráulicas y después se dejan al descubierto o se les pone un pedazo de cartón o lata que no ofrece seguridad alguna.

Y los portales, esos elementos identificativos de la urbe avileña, pierden, en muchos casos, su carácter colectivo y función de corredores públicos, cuando son tomados para intereses particulares como el parqueo de bicicletas y motorinas, las ventas de garaje y otros servicios.

Otro tanto ocurre con las empresas que dejan el trabajo a medias, no retiran los restos de asfalto después de reparar un bache ni se preocupan por reponer un árbol o una lámpara del alumbrado público que fue arrancada, lo que convierte su base en una amenaza.

No es la primera vez que Invasor se hace eco del tema y también del conjunto de disposiciones técnicas, jurídicas y administrativas de carácter urbanístico, arquitectónico y constructivo que orientan la acción estatal o ciudadana y velan por la preservación de los valores de los asentamientos humanos.

Debiéramos tener presente que esas trampas que hoy nos acechan, además de atentar contra el ornato público, constituyen violaciones de la legalidad y pueden ser contrarrestadas con multas u otras medidas impuestas por el cuerpo de inspectores correspondiente.

Existe, por ejemplo, el Decreto 272 del Consejo de Ministros, de febrero de 2001, De las contravenciones en materia de Ordenamiento Territorial y Urbanismo, que, en su artículo 17, estipula (inciso n) que se considera contraventor a quien “obstruya o dificulte de cualquier forma la circulación por aceras, paseos y portales de libre tránsito con vallas, objetos, materiales, follajes u otros elementos”.

También las Regulaciones Urbanas específicas para la ciudad de Ciego de Ávila son explícitas: “(…) los portales nuevos a ejecutar estarán en correspondencia con los existentes y serán de tipo corrido y uso público, prohibiéndose su cierre y delimitación”. (Artículo 494).

Pero, ante la falta de un seguimiento sistemático al tema, la impunidad se adueña de la conducta ciudadana y cada quien obra a su antojo convirtiendo la urbe en un laberinto de túmulos y huecos con menosprecio al llamado realizado por organizaciones como la Asociación Nacional de Ciegos y Débiles Visuales y la de Limitados Físico-Motores para favorecer la locomoción de sus afiliados.

Un país con una tendencia creciente al envejecimiento poblacional, no puede obviar que las barreras urbanas constituyen un riesgo potencial para la salud humana al convertirse en causas de caídas y, en consecuencia, de posibles fracturas de huesos, más peligrosas cuanta más edad se tenga.

Cuando cerramos un portal o interrumpimos el paso por una acera, obligamos a los transeúntes a bajar a la calle y los ponemos en riesgo de sufrir un accidente.

Si construimos una rampa, de manera inadecuada, solo por cumplir una norma, lejos de favorecer el acceso de un impedido a una farmacia, o centro de servicio, creamos un obstáculo más en el ya tortuoso camino diario.

El caminante común de la ciudad debe lidiar hoy con barreras de infraestructura como aceras muy estrechas que imposibilitan el paso de una o más personas, pero también en las que no cabe una silla de ruedas, farolas y señales mal ubicadas que obstaculizan el paso y pavimentos irregulares o en mal estado.

Pero también, con esas otras barreras creadas por la falta de sensibilidad, egoísmo o indisciplina social cuando actuamos sin pensar en el prójimo.

Abogar por ciudades libres de impedimentos en las aceras, que favorezcan la movilidad de todas las personas, lejos de ser un eslogan, es una cuestión de vida, de la cual nadie está excluido.


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