elperiodicodesaltillo.com Tal vez la culpa sea de nuestros antepasados, o del patriarcado, o de la idiosincrasia de los cubanos, quién sabe.
Debe ser por aquello de “los muchachos hablan cuando las gallinas…”, “a los mayores no se les contradice”, “a los maestros se les obedece sin chistar”, “las órdenes se cumplen” y otras tantas aseveraciones talladas en nuestra conciencia desde pequeños, a sabiendas de que su transgresión podría ocasionarnos desde una reprimenda hasta una bofetada.
Quizás tenga que ver hasta con un síndrome sicológico, el hecho de creernos siempre con la verdad absoluta, y no aceptar que alguien se manifieste en contraposición con nuestros puntos de vista.
Lo cierto es que disentir en cualquier circunstancia de la vida, se ha convertido en el preámbulo de un problema seguro.
A pesar de estar recogido en el artículo 54 de la Constitución de la República de Cuba cuando dice: “El Estado reconoce, respeta y garantiza a las personas la libertad de pensamiento, conciencia y expresión”, y refrendado en la Declaración Universal de Derechos Humanos, Artículo 19, que plantea “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión …”, esta prerrogativa no es siempre bien aceptada por nuestros interlocutores.
Y no es solamente en lo referido a temas políticos, siempre álgidos, sino que en la vida diaria se ha vuelto espinoso discrepar, a riesgo de ser tildados de “atravesados”, “contestones” y “problemáticos”.
Ya sea en el colectivo estudiantil o laboral, en una reunión de vecinos y hasta en la cola del mercado, mostrarse en desacuerdo con el parecer de la mayoría, refutar aquello que creemos desacertado, es un acto arriesgado por la avalancha de argumentos que se nos viene encima para tratar de apagar nuestro razonamiento.
Hay un mal de fondo en no aceptar las discordancias, lo que ha traído como consecuencia que muchos prefieran quedarse callados y no expresar sus puntos de vista para no buscarse problemas, contribuyendo así a la falsa unanimidad y el consenso ficticio, más dañinos que las propias diferencias.
Que alguien disienta de lo que piensa un grupo, no debe ser motivo para desconfiar de él o para tomar represalias en su contra. Por el contrario, respetar su derecho a expresarse puede conducir a un diálogo productivo, que derive en resultados superiores.
No deben verse las discrepancias como síntomas de crisis, sino como una oportunidad para corregir errores, mejorar los procedimientos y enriquecer nuestro acervo sobre un asunto.
Sin embargo, la experiencia demuestra todo lo contrario. El disenso es visto casi siempre como un acto de mala fe.
Las nuevas tecnologías y el uso de las redes sociales se han convertido en un bumerán para el ejercicio del criterio y han elevado sus consecuencias negativas a cifras exponenciales.
Haga usted un simple ejercicio práctico y emita su valoración sobre cualquier asunto, ya sea un tema cultural, deportivo o social y verá en poco tiempo un aluvión de respuestas de todo tipo, algunas de las cuales llegarán hasta la ofensa y amenaza personal, queriendo convencerlo o conminarlo a retractarse.
Falta aún mucho de empatía y de respeto hacia los demás. Necesitamos ser más tolerantes e inclusivos, mediante la aceptación de criterios contrarios a los nuestros.
Recordemos que el desarrollo de los procesos tiene como base la unidad y lucha de contrarios, es la ley primera de la dialéctica y de las contradicciones, emanará el desarrollo.
Demos el primer paso y comencemos desde el seno familiar a escuchar, sin imposiciones, a nuestros hijos y adultos mayores, creándoles el espacio para expresarse. Ellos también tienen derecho a decir no estoy de acuerdo, ante una situación determinada.
Busquemos desde nuestra posición de jefes, funcionarios o subordinados el intercambio honesto, sin miedos o amenazas por el que dirán o por defender a ultranza conceptos preestablecidos.
Aceptemos que no solo tenemos el derecho a disentir, sino la obligación de manifestar nuestra opinión en aquello en lo que tenemos competencia, para contribuir a forjar entre todos una sociedad mejor.
O, ¿usted opina lo contrario?