Una piña antropomorfa ―con brazos, piernas y rostro feliz―, una piña que parece sacada de un paquetico de refresco instantáneo, da la bienvenida a la ciudad, y nos recuerda, con la tipografía más pintoresca de Power Point, que esta es la Capital de la Locución Cubana.
La foto comenzó a circular por las redes sociales en Internet, como testimonio del mal gusto. En este caso, no valen las medias tintas. Mientras más se multiplicaba el post, mayor fue el abanico de opiniones que despertó entre la gente; y era comprensible. La valla sigue allí, a la vista de quienes arriban a Ciego de Ávila.
Tampoco debería sorprender demasiado, en estos últimos años incrustamos en la piel de la ciudad un sinnúmero de costras, a veces levantadas con dinero público, como el mencionado cartel, y otras, salidas de la iniciativa privada, cuando esta se desborda y nadie le pone coto.
En este sentido, habría que preguntarse cuán respetadas son las normas urbanísticas, si a pocas calles del centro de la ciudad, a la vista de todos y en medio de los portales, ha nacido y crecido un mercado minorista privado que, quizá, contribuya a la alimentación del pueblo, pero que interrumpe el tránsito peatonal y vehicular, y lo llena todo de tierra, basura y cajas vacías.
¿Por qué no se proyectó en un lugar menos céntrico, donde los desechos, el polvo y el gentío no comprometieran la estética de una urbe ya de por sí maltratada y hasta sucia? ¿Sería fruto del desinterés? ¿O acaso estamos ante la misma permisividad que dejó a los “macetas” modificar la arquitectura del casco histórico de Ciego de Ávila, y “sembrar” en medio de este una vivienda que desentona, a pesar de lo moderna y acristalada que sea?
Si el problema se redujera nada más a la intersección de dos calles, no habría mucho que señalar. No obstante, la verdad cruda y dura es que estos pequeños caos cotidianos pueden encontrarse en cualquier espacio de la ciudad, a veces, como consecuencia de negocios mal planificados, y otras, por la indisciplina social y el hábito de convertir en basurero cualquier esquina.
Ciertamente, entre una valla mal diseñada y los desechos que inundan tantos rincones nuestros, existe un trecho bastante grande. Parecería que nada tienen que ver. Sin embargo, ambos casos comparten un denominador común: son pequeñas postales del desorden y la falta de rigor, de la apatía y la complacencia.
Confirman lo que ya todos sabemos: que Ciego de Ávila pudiera estar mejor, ser más hermosa y funcional, si aplicáramos pensamiento crítico a todo cuanto hacemos. No basta con “ponerle corazón”, también se necesita cabeza.
Pudiéramos llenar varias cuartillas con casos similares que afean la imagen de Ciego de Ávila, pero el lector ya los conoce, los sufre, y entiende que, comparada con otras ciudades cubanas, la nuestra tiene mucho que avanzar en torno a su limpieza, organización y estética.
No se trata de una pelea condenada al fracaso, ni de invertir cuantiosas sumas de dinero que no tenemos. Es, fundamentalmente, una cuestión de conciencia, de respeto a las normas, de sentido común y de compromiso con el bienestar del pueblo, porque también tenemos derecho a la belleza y el orden.