Hay preguntas con respuestas tan elementales que, ni siquiera, hace falta consignarlas con todas las letras. Pero en ocasiones esas respuestas entrañan caminos que no se emprenden, incluso a contrapelo de la Ley, de modo que el fracaso está asegurado.
Al menos en términos económicos, una de tantas interrogantes puede ser la que indaga de qué viven en las unidades productoras de caña, después que en unos meses cumplimentan las labores esenciales en cuanto a la siembra y cultivo de la gramínea y cuando, incluso, los cortes en los cañaverales han sido menores en las últimas zafras, cada vez más reducidas por diferentes causas.
Obviamente, si los trabajadores carecen de misiones que les garanticen un salario a tono con las actuales circunstancias, si se ven imposibilitados de atender como se debe y desde sus ingresos laborales a la familia, algo tienen que hacer, pero en ningún caso vivir del cuento, como propugna el popular personaje del espacio humorístico de la Televisión Cubana.
En tiempos en que el volumen de las importaciones que registra el país, especialmente las de alimentos, muestran un sensible descenso, y los precios de cuanto es necesario adquirir en el día a día andan por los cielos, resulta más que contraproducente asumir semejante destino. En todo caso, los directivos que así lo hacen tienen que lidiar con una sensible fluctuación de la fuerza laboral, y con los “inventos” de quienes no buscan otras opciones más allá del surco, pero tampoco están dispuestos a pensar y actuar como Pánfilo.
Hace unas semanas indagué con Danilo Fernández Madrigal, director general de la Empresa Agroindustrial Azucarera Ciro Redondo cuáles de las unidades productoras de su entorno mostraban los mejores resultados en cuanto a la producción de alimentos. Mencionó a los colectivos de la Unidad Básica de Producción Cooperativa (UBPC) Saladrigas, y de la Cooperativa de Producción agropecuaria (CPA) Triunfo de la Revolución.
A Danilo no hay quien le haga un cuento al respecto. Sabe y exige lo que debe generarse en cada escenario agrícola de la entidad, lo cual incluye la existencia de módulos pecuarios, el fomento de los granos que no debieran ausentarse de la mesa criolla —arroz y frijol— y los llamados cultivos rústicos, esos que no demandan recursos comprados en el exterior y con los que hoy no se cuenta en Cuba.
Pero las experiencias y las posibilidades van más allá, como lo demuestra lo alcanzado en los últimos años en la UBPC Rigoberto Corcho, del municipio de Artemisa. En esa unidad la diversificación se traduce, además, en la creación de una minindustria que garantiza el procesamiento de frutas y otras cosechas y la producción de materiales de la construcción.
La multiplicidad de opciones económico-productivas reporta allí ganancias por partida doble, engrosan los bolsillos de los trabajadores e implican ventas a otros organismos, sin obviar beneficios que repercuten en la calidad de vida del pueblo y el consumo social.
Tal efecto también se aprecia en unidades del sector en nuestra provincia, por ejemplo, la CPA Evelio Marrero, en el municipio de Baraguá, acumula valiosas experiencias en la obtención de aceite comestible a partir del cultivo del ajonjolí.
Pero de lo que se trata es de que cada cual exija desde la instancia que le corresponde para que realizaciones como las aquí mencionadas se generalicen. No se trata de voluntariedad en las bases productivas. A propósito, la Resolución 121 de 2024 del Ministerio de la Agricultura dispone la creación de autoconsumos y módulos pecuarios por parte de las entidades presupuestadas estatales, las empresas y las cooperativas agropecuarias del sistema de la agricultura y el Grupo Empresarial AZCUBA. Pero lo legislado va más allá de la letra en un documento. Ha de cumplirse.