Autonomía progresiva, pero supervisada

Cuba es un país seguro para el desarrollo de una niñez feliz, pero el exceso de confianza de algunos padres puede revertirse en un lamentable accidente o en una conducta equivocada

adolescentesIlustración: Cladem.org Por su apariencia física podría pasar inadvertida. Es una más entre el grupo de jóvenes que en el horario del mediodía comparte animadamente, entre vasos de cervezas y cigarrillos, en La Terraza, a un costado del edificio de 12 plantas; pero su uniforme de camisa blanca y saya azul la delata.

Una hace conjeturas y se pone en el lugar de una madre que a esa hora piensa que el turno de clases se ha extendido un poco más, o tal vez cree que su hija salió temprano de casa para llegar puntual a la sesión de la tarde, o no tiene ni idea, ni se preocupa por lo que hace en ese horario.

Es que la presencia de adolescentes en lugares y horarios inadecuados para su edad es tan frecuente, que ha llegado a aceptarse como consecuencia de la modernidad, como si el control sobre los menores, la enseñanza de hábitos de conducta apropiados y supervisión de lo que hacen y con quién andan no fuera cosa de todos los tiempos, desde nuestros abuelos, hasta nuestros días.

Ciertamente, uno de los enfrentamientos que con mayor frecuencia acontece entre padres e hijos es relativo a la independencia que los muchachos desean disfrutar, considerándose ya aptos para definir sus gustos y acciones, en tanto los progenitores se aferran a seguirlos llevando de la mano.

Pero no siempre ocurre así. Hay otros que asumen demasiado rápido la liberación de los pequeños de la tutela familiar y permiten que anden solos o en grupos en horario nocturno sin el cuidado de alguna persona mayor, lo que constituye caldo de cultivo para indisciplinas sociales e, incluso, puede desembocar, a mediano plazo, en actividades delictivas, alcoholismo, tabaquismo u otras conductas reprobables.

Es común verlos en grupos, acicalados, peinados a la moda, hablando de fútbol, compartiendo contenidos de un móvil a otro, pero también acompañados de una bocina, reproduciendo música a altos decibeles, jugando de manos, corriendo y alterando la tranquilidad del entorno, cuando apenas rebasan los 10 o 12 años de edad.

Y no debemos llamarnos a engaño. Si queremos formar hombres y mujeres respetuosos de los consensos sociales, no solo instruidos académicamente, sino portadores de un ejemplo moral, tenemos que empezar a hacerlo nosotros mismos con cada uno de nuestros hijos y no pensar que son la escuela y la sociedad las responsables de lo que tenemos en casa.

Hay que saber distinguir el lugar idóneo y la hora adecuada para dejar a los pequeños compartir con sus amigos, pues no se trata de frenar la independencia de los adolescentes ni el desarrollo de su individualidad con medidas en exceso proteccionistas. Se trata, simplemente, de educarlos y orientarlos hasta el momento en que estén preparados para asumir esa libertad que ha de concederse paso a paso.

• Consulte aquí la Guía Interés superior de la infancia y autonomía progresiva

Cuba es un país seguro para el desarrollo de una niñez feliz, sin armas o drogas en las escuelas, ni la más remota posibilidad de un secuestro para un posterior tráfico de órganos. Pero el exceso de confianza de algunos padres en una sociedad protectora de la infancia puede revertirse en un lamentable accidente o en conductas contrarias al buen comportamiento, que serán más difíciles de contrarrestar cuánto más tarde sean detectadas.

El Código de la Niñez y la Juventud, aprobado por el Parlamento cubano en 1978, y más recientemente el Código de las Familias, regulan la participación de los niños y jóvenes menores de treinta años en la construcción de la nueva sociedad y establece las obligaciones de las personas, organismos e instituciones que intervienen en su educación.

En su artículo cuatro, la norma específica para este rango etario plantea que “la familia tiene la obligación ante la sociedad de conducir el desarrollo integral de los niños y jóvenes y estimular en el hogar el ejercicio de sus deberes y derechos”. Y recuerda en sus disposiciones finales que “se exige responsabilidad según corresponda, ante las autoridades docentes, administrativas e incluso ante los Tribunales de Justicia, cuando la violación contraviene los preceptos establecidos”.

No está de más traer a colación estos preceptos que algunos padres parecen desconocer o ignorar para acometer en calma tareas hogareñas o disfrutar de otras actividades, mientras descuidan el proceder de sus descendientes.

El cuidado de nuestros hijos no puede recaer solo en manos de la sociedad. Velar por ellos es una misión permanente que adquirimos desde el momento en que los traemos al mundo, mucho más si queremos formar personas de bien y verlos crecer sanos y felices. Desconocer esa realidad puede tener un precio tan alto como la vida misma, que nadie debería pagar y puede conllevar a errores que más tarde o más temprano la sociedad tendrá que asumir.

Cortemos el mal a tiempo, si es necesario adoptando medidas con esos padres consentidores, que quizás sin proponérselo, están sembrando la semilla para la desviación y desdicha de sus propios vástagos, y contribuyamos, con nuestra actitud responsable, a una sociedad mejor.

Porque, a fin de cuentas, no se trata de coartar la libertad individual de los menores, sino, como plantea el Código de las Familias, asegurarles una autonomía progresiva, pero supervisada.


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