Monólogo que se gesta: Ritual del migrante en Ciego de Ávila

Ritual del migrante es la ventura para cualquier actor ansioso por explotar sus contenciones y las reflexiones en escena. Su autor, Agustín Quevedo Suárez, lo sabe bien y por eso su personaje, Hombre, le viene como anillo al dedo. Aunque pudiera ser paradójico porque a un actor de teatro apenas se le exige que no sobredimensione las emociones y acciones.

Y es que se trata de exagerarlo todo, de poner las cosas sobre la mesa para que la mayoría de los espectadores sean capaces de entender y hasta comprender cada mensaje dado, como en todo acto comunicativo. Y eso va por encima de las culturas, los idiomas, las generaciones.

El monólogo tiene la particularidad de sacarle los fuegos a un actor y poner sobre las llamas a todo un auditorio. Hay varias maneras para conseguirlo, pero prefiero concentrarme en dos. Primero, el actor; segundo, el texto.

En el primer caso, Agustín se vale de su manera de interpretar muy a lo estoico, reflexivo, porque el personaje, Hombre, nos habla desde su subjetividad, casi como si lo hiciera consigo mismo. Nos coloca como dentro de su cabeza donde el soliloquio es más entendible. Entonces asumimos el rol de testigos directos de su pensar. Algunos pensamos con él.

Pero el texto apenas nos deja chance para asentarlo en nuestra mente y no nos lo da a interpretarlo bien. Quizás se deba, en buena medida, a su sobrecarga de intertextualidad y al ámbito rebuscado, oscuro, donde se desarrolla.

Hecho para intelectuales, me dice unos de los testigos a mi lado. Y razono que es así por la cantidad de citas y referencias que le asisten al dramaturgo, el propio actor, a la hora de conformar su drama. Me pregunto, ¿el monólogo tiene que ser elitista?

Por su economía de recursos visuales, por la ausencia de otros personajes (humanos) dentro de la escena, se vuelve estilizado y le exige a quien lo degusta mucha concentración. Por lo tanto, si su discurso narrativo es algo complejo, por todo lo mencionado antes, le requerirá mucho más al espectador y, quizás, dejará de llamar nuestra atención para pasar a un segundo plano.

No deja espacio a que el público le aporte de su historia personal y lo arrastra a adivinar el tema de conversación cuando menciona religiones, personajes célebres, y emplea intertextos, frases filosóficas. Si su cultura no es tan vasta, parte de la intención artística, entonces, se queda trunca.

En toda obra de arte habría que tener en cuenta al público, necesariamente, y no solo como entidad física, sino, además, intelectual.Y en este Ritual del migrante, la imagen o metáfora corporal como recurso escénico está, más bien, ausente. La concepción de la puesta se basó, erradamente a mi juicio, en llegarle a los presentes con el texto en sí. Entiendo la parte visual como igual de importante y no debió ser desestimada.

obra de teatro El cuerpo semidesnudo del actor, por ejemplo, no habría de ser el único poema sobre la migración presente en el proscenio. Aunque se transmite mucho con ello, y también el dibujo de la cruz sobre el lado izquierdo del pecho.

De otro modo, las telas empleadas, tanto en la ropa como el atuendo asume algunos significados según la intensidad del texto, es de color blanco y nos da la sensación de fragilidad, de limpieza, de renacimiento.

Pero apenas la escenografía queda vestida con unas velas que pudieran entenderse como parte de un acto de iniciación litúrgico del cual todos somos parte. El telón negro, de fondo, se erige magnánimo como la puerta por donde se viene al mundo, y nada más.

Las luces empleadas le dan colores y alguna vivacidad según el momento y las intencionalidades del actor-director. Ayudan, colorean y transmiten mensajes. ¿Se pudo explotar más? Todo es posible, pero depende solo de la intencionalidad del montaje y del director. Abusar de ello hubiese sido pecado.

El actor es el único objeto movible en escena y es quien más le aporta a la visibilidad de la misma. Pero está trabajado sobre el nivel del piso, y aunque el montaje está pensado para teatro arena, el público pierde por momentos la visibilidad de lo que ocurre.

Asimismo, en el intento de romper con la cuarta pared, se consigue que la misma no desaparezca al colocar las sillas en la misma composición que un lunetario, ¿por qué no colocarlas en semicírculo?

El tema de la migración siempre dará para el buen contar. Agustín Quevedo, en su monólogo, hace una reflexión bien profunda sobre la naturaleza del migrante y lo lleva al paroxismo cuando lo compara con el nacimiento del hombre. Ser un migrante es ser un renacido. Es tener varias patrias y ninguna a la vez.

Esta función escénica ha de andar por la vida como un ser vivo. Apenas tiene cuatro puestas vitales. Con el tiempo irá madurando y será una mejor obra, porque contenido tiene. Necesitamos un manual para migrantes. Salimos de un espacio para entrar en otro.


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