Arial 14: Vista a los colores de Reina Alonso

Casi siempre en una ciudad existen los autores más conocidos y, en contraposición, los menos. Pero ser “famoso” no es equivalente de ser bueno, eso ya lo sabemos. Mucho que busqué a Reina Alonso Ríos (Jatibonico, 1959) para corroborarlo. Sus 61 años le han enseñado que un buen libro es el que se disfruta página por página. Este, ojalá, fuera en su totalidad el caso de Cartulinas Embrujadas (Ediciones Ávila, 2012).

Cartulinas… mereció el reconocimiento Casa de Papel que otorga El Instituto Cubano del Libro y con una tirada de 500 ejemplares, estoy segura que muchos de los niños se quedaron con deseos de leer más. Sí, la poesía infantil que guarda Alonso Ríos en estas 47 páginas invita a la lectura.

PortadaLa literatura para niños escapa de cualquier concepción rígida para utilizar palabras o, para ilustrar esas palabras. La primera y única tirada cuenta con la edición de Carmen Hernández Peña, el diseño de Vasily M.P., las correcciones de Leidy Vidal y excelente imagen de cubierta de Yanarys Valdia Melo. Pero lo que más resalta, tal vez, son las ilustraciones interiores a cargo de Erier Rodríguez.

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Debo advertir, además, que los 35 poemas que lo conforman están dirigidos, acaso, a adolescentes que dominen palabras un tanto complejas para su edad y sepan distinguir como sinónimos levantar y erguir (en su conjugación más compleja).

Yerguen el talle delgado; / suben las serpentinas / hacia las nubes; / los luceros, / que van tras ellas/ de prisa, estallan/ cuando la besan.

El verso como forma de enseñar o, dicho de otro modo, la pedagogía del verso, resalta como voz fundamental en Alonso Ríos. De una manera entretenida hilvana descripciones de animales de la sabana cubana y hace enumeraciones válidas para un glosario: cocuyos, ranas, araña, gorriones, murciélagos, entre otras.

Logra desmitificar y “echar en un saco” el miedo que provocan estos pequeños animalitos. Imagino que, como consecuencia, los niños y niñas puedan jugar, sin fobias de por medio, con ranas y arañas. Los más atrevidos podrán dibujarlos y dejar afuera de botellas y trampas esos fantasmas embrujados.

De alguna manera, este tipo de literatura infantil se coloca en el panorama de la industria cultural para realzar las particularidades de un producto hecho y concebido desde lo territorial. Imaginen la diferencia entre el campo y la ciudad, lo capitalino y lo municipal. En tal caso, este es un ejemplo de literatura provincial que nada tiene que envidiar a la grandilocuencia forzada de la alfombra roja.

De tanto leer en mi infancia y ahora viéndolo en retrospectiva, es posible que esta lectura esté mediada por mi subjetividad y esta reseña marque hilos en esa dualidad lectora-crítica. Así lo demuestra Hugh Crago en Categorías culturales y crítica de literatura infantil (Parapara. 1981):

“Como un proceso que articula y hace pública mi respuesta personal a un trabajo artístico. No es tanto sobre la obra como sobre mí. Si reconozco esto, lo que escribo (o digo) será probablemente más auténtico emocionalmente y, por lo tanto, lo más cercano a una respuesta infantil”.

Nos propone, embrujadamente, la opción constante de buscar la felicidad a toda costa y, más aún, cuando la rima salta, goza, ríe.

Abuela tiene un tesoro/ que el olvido no ha tocado,/ donde las brujas traviesas/ y los vampiros sedientos/ a veces cobran figuras/ de damas y caballeros,/ o escapan por la ventana/ del escenario del cuento. (Acertijos, pag. 24)

Si bien es un libro bien concebido, tanto en la estructura de cada poema como el corpus editorial, el lector (ese niño o niña al que va dirigido) puede reclamar los colores ausentes. Es difícil disfrutar a plenitud de un ejemplar como este cuando se limita al ojo del observador los objetos circunscritos con los colores del arco iris. Salvando que al igual de su primera edición en 2012, muchos títulos similares tenía tirada en blanco y negro.

La subvención del libro en Cuba tiene como colorario dos cuestiones contradictorias: libros baratos al alcance de cualquier persona y, por desgracia, baja factura en muchas de sus propuestas. La industria cubana del libro no escapa de la crisis económica que afecta, directamente la “vista” de quienes esperan personajes no solo divertidos sino coloreados.

Cartulinas… no tuve ese ventura, ¿qué hubiera sucedido si las ilustraciones no fueran monocromáticas? Las mismas interrogantes, en ese entresijo entre producción artística, diseño editorial e impresión, las hacía la colega Ailén Castilla:

“Cada historia se hilvana y redescubre bajo el influjo de lo que debe ser un libro y de lo que, en la práctica, puede ser, pues justo donde unos han visto sus plegarias resueltas con la impresión de su obra, otros han sufrido las erratas salvables y el mal acabado del libro.”

LibroEste dibujo, si fuera a color, resaltaría, mucho más, el poema

Un libro per se es un producto encadenado a una serie de procesos. Si uno de esos procesos se afecta, por muy lograda que sea la idea de quien escribe y el proceso de edición escape de erratas insalvables, esa “vista” final en vez de enamorar hace lo contrario.

Ni románticos ni escépticos. Cartulinas embrujadas necesita ese “embrujo” para que la ilustración de portada haga juego con el nombre y no aterrorice, por el exceso de negro, a nosotros los lectores. ¿Será cuestión solo de presupuesto? Eso no lo sabemos. Pero lo que sí saben quienes cada año se aventuran en la Feria del Libro y la Literatura, es que muchos de los títulos impresos ven la luz en blanco y negro y eso, indiscutiblemente, no trae buenos resultados.

Los personajes hacen una hoja de ruta hacia un camino simple y directo al olor del campo. Olor. Frescura. Resplandor. Conque cada salto del sinsonte o la grulla es divertimento en el verso rimado del que hace gala Alonso. Muy bien que describe ese Jatibonico, quizás, o cualquier ejido cubano. Pienso en las versiones cantadas que cualquier arreglista pudiera hacer. Y, para extralimitar los muros, ojalá un día algún cantante para niños logre colocar estos hermosos versos.

Señora Lechuza
porque te recoges
como una viejita,
huyes del espejo,
de la claridad;
tu traje nocturno
parece manchado
con gotas de mar.
Porque tienes
los ojos grandes
que ciegos están,
y tu canto
es tan desafinado
que asusta
a los miembros
de la sociedad;
señora lechuza
te llaman brujita,
en la vecindad.

Reina Alonso Ríos nos debe nuevas lecturas en esta etapa de longevidad donde se conciben otras y mejores ideas. Y alguna editorial, cualquiera de las cubanas, le debe a la autora un libro a color o la reedición de este. 


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