Marilú: comadrona de letras en Morón

Por más que me esfuerce, la mejor descripción que se me ocurre para Marilú Cruz Hernández es la redundancia de que es una mujer que ha engendrado literatura, literalmente. El arte le germinó a sus hijas: a Claudette, de cuyos logros se ha hecho eco Invasor, y a Juliette, que en unos meses empieza a estudiar para hacerse neuróloga, pero las pesquisas le dejan algún tiempito aún para ensayar unas letras.

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En tiempos normales, Marilú es especialista del departamento de literatura de la Casa de Cultura Haydeé Santamaría Cuadrado, en Morón, donde ha sabido llevar la inspiración de muchos escritores aficionados por un buen cauce. Es meritorio que el departamento fundara a principios de este año el primer taller literario juvenil, y que mantenga vivo el espíritu de muchos miembros del taller literario para adultos, aún en la tercera edad.

Algunas de sus compañeras se desempeñaron como mensajeras o en labores alternativas, como fruto de la reubicación laboral a la que obligó el coronavirus. Pero en el caso de Marilú el trabajo a distancia fue una decisión fortuita.

Como se pensó en ella para la promoción cultural desde las redes sociales, Marilú lo mismo regala un poema de Roberto Fernández Retamar que reseña la evolución histórica de un edificio patrimonial de la ciudad de Morón. Pero eso solo ha venido a hacer visible el profundo amor que profesa hacia la cultura local y universal, un amor cultivado por décadas, y que tuvo su flechazo el primero de septiembre de 1988, cuando ella, recién graduada, empezó a trabajar.

“Mi comienzo allí fue en una época muy linda, diría que la época de oro de las casas de cultura. Se trabajaba mucho, por amor, con una entrega tan grande que aquello se te metía sin remedio por los poros. El director era Pepe Águila y su estilo de consagración y profesionalismo me cautivó y me marcó para siempre.”

De esos años en que ella era una joven en formación queda el recuerdo de exitosos eventos de debate literario y de obras valiosas, como el boletín Turiguanó, en el que recopilaba cada tres meses los trabajos de los talleristas aficionados, y sus 200 ejemplares eran distribuidos por todo el país. “Hacer cultura era un deleite” dice, y le imagino el suspiro. “Los instructores lo mismo cantábamos que montábamos un teatro guiñol. Por eso el amor a ese lugar se me inoculó como un virus feliz.”

Cuando ya estaba acostumbrada a parir versos y figuras retóricas parió a Claudette, y no pudo haber mejor cuna que esa biblioteca que se fue a dirigir, en 1991. “Imagínate, tener una mamá filóloga es un banquete”, dice el retoño que hace días fue premiado por la revista española MiNatura.

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Marilú fregaba y cocinaba con una niña de pelo tan rizo como el suyo espetándole cientos de porqué. Y ella respondía con calma, relata Claudette, y abría el diccionario y se lo daba a la niña para que jugara. La estaba alimentando bien. Y allí entre libros estuvo hasta el fin de siglo, con Juliette ya nacida. En medio del período especial 18 mujeres, casi todas con hijos pequeños, mantuvieron viva una actividad de promoción llamada Noche de Patio, de la Biblioteca Municipal Sergio Antuña, a prueba de todo apagón.

Ya desde esa fecha Juliette recuerda que se despertaba con las teclas frenéticas de la máquina de escribir de su mamá, y empezó a inocularse también ella del virus feliz. ¿Qué remedio, si “vives una niñez rodeada de más libros que de juguetes, si cuando le dices a tu madre que estás aburrida y te saca del enorme estante un libro y te dice que ese te va a gustar”?

Pero antes de regresar a su Casa (de Cultura) Marilú rechazó el cargo de subdirectora del sector en el municipio por el reciente alzheimer de su padre, trabajó como asesora dramática para la Compañía D´ Morón Teatro y enseñó literatura en la sede Universitaria a los muchachos de Estudios Socioculturales y Comunicación Social.

Del regreso hace apenas un año, y ya se cosecha un formidable taller juvenil, que hace justicia desde el nombre a la figura de Ibrahim Doblado, “una deuda para la literatura en Morón”, dice ella, porque no les presta solo el nombre, sino la estirpe creativa, la impronta.

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Aun así, es un éxito que deja espacio para la pregunta incómoda de cómo a una mujer con su talento no se le ve inconforme, sino realizada, en un entorno que otros pudieran menospreciar. “Este tipo de trabajos, que parten de la entrega, el conocimiento y el talento, deben ser incentivados y felicitados; aunque tristemente, muchas veces ocurre lo contrario”, reflexiona Claudette, y su hermana lo apoya diciendo que ha vivido delante de una mujer con un talento y una capacidad extraordinarios, y que los reparte sin pedir nada a cambio. Ella cree, neuróloga en ciernes al fin, que lo que le pasa a su madre es que cuando hay vocación, segregas los neurotransmisores correctos para sentir que ahí es donde perteneces, “que ese es tu camino”.

Pero Marilú responde que “ser útil es mejor que ser príncipe”, y completa la lección con el mantra de que “es el don de la entrega lo que te dignifica como ser humano, y que ahí va como un todo incluido el arte de sentirnos plenos, realizados”. Y esa respuesta lo único que merece es un punto final. 


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