¿Maldito?

Cuando se iba mayo y solo se veía la estela de su última hoja en el calendario; muchos, asustados, con los dedos en cruz, pedían que no nos dejara ni una desgracia más en su último segundo. ¡Se fue! A respirar hondo, dijeron algunos, sin embargo, apenas el primer día de junio encendió las alarmas.

¡Maldito temporal! ¡Malditas aguas que a veces faltan y cuando vienen son dañinas! ¡Qué fatalidad, no salimos de una para entrar en otra, qué maldición! Eran apenas algunas de las desesperadas expresiones. ¡Qué maldición, sí!, pero ya no era el mes de mayo, era otro mes, que también pasó entre apagones, carencias, algunos sinsabores. Y estamos aquí, comenzando julio.

Tres sucesos terribles en muy poco tiempo convirtieron a mayo, en el imaginario de muchos cubanos, en un mes maldito, sin contar que “maldito” era desde mucho antes cuando Cuba perdió a Martí y a Agramonte, que habían iluminado a enero y diciembre, y a muchos otros meses con sus estelas de luz.

Febrero hubiera sido siempre un mes perfecto con su carga de amor, si no hubiera existido aquel risco en San Lorenzo, y el padre de la patria no se hubiera lanzado al vacío enfermo y perseguido. Marzo nos recordaría solamente que hubo aquí protesta para no ser esclavos penitentes, que la mujer festeja el espacio ganado, si no hubiera fracasado aquel asalto y el joven Echevarría no hubiera caído acribillado en el mismo sendero que intentaron abrirnos.

Abril tuvo un salto, una dicha grande, cuando Martí mojó sus pies allá en Playitas de Cajobabo; y tuvo su victoria inolvidable que selló para el contrario su primera derrota en este continente.

Hay en octubre pérdidas terribles, desgracias para Cuba que llenan de flores los ríos, los estanques, e hicieron nacer un santo allá en La Higuera.

Existen desde enero motivos suficientes para celebrar la vida y llegar a diciembre esperando su último segundo para que sepa el universo qué anhelamos. También para recordar con tristeza lo que no pudo ser, para poner la flor, besar el mármol y secarse las lágrimas. Hay sobrados motivos para alzar la mirada, agradecer la salida del sol; recordar a quien no asiste a esa nueva salida, lamentar que no esté, imaginarlo en sitios sin dolores ni penas y convertirlo en ángeles que cubren con sus alas nuestros días de sombras.

Existen las desgracias que convierten los días y los meses en malditos, y la mente junta esas desgracias y espera sobrecogida el alma, porque el sabor de la pena es duradero, porque hace falta valor para ponerle fecha de caducidad.

Pero siempre el alivio nos llega, lo mismo en mayo que en septiembre, en cualquiera de los meses del año, aunque tengamos que seguir con los ciclones, con el viento y las lluvias que nos lleva el aliento y llena los envases que han de regar después la tierra, cuando la lluvia entonces se resista a caer.

¿Maldito el mes de mayo? Olvidemos el impulso de convertir los meses en malditos, de esperar con los dedos en cruz a que pasen los días y pensar en que pronto nos llega la terrible noticia, el duelo y la vigilia. Esperemos el bien después de hacer lo bueno. Esperemos la luz, esa que asoma. Retengámosla allí donde no ha de apagarse, donde nadie nos toca.


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