No olvido aquellos días que pasé junto a representantes de la WSPA (Sociedad Mundial Protectora de Animales) para nuestra región, que visitaban el país. Amantes cuidadores de animales que enseñaban sobre el manejo de los caballos.
• Así mostraba una periodista su preocupación por el bienestar animal en Cuba, en 2019
Con asombrosa destreza mostraban a los dueños las partes vulnerables de sus bestias, y el modo en que podían librarlos de padecimientos propios de la raza o provocados por el exceso de trabajo. Ante un auditorio que, aun creyendo entender, después saldría a perpetuar los mismos comportamientos; era un actuar certero con los animales que durante muchas horas desfilaron por el lugar. De allí salían curados y hasta herrados.
Eran visibles los deseos de aliviar; la destreza que habían ganado por el ejercicio constante en la búsqueda de su bienestar en los más insospechados rincones del planeta, donde el sufrimiento y la desprotección hacia los animales aún mostraban —muestran— su pata peluda.
Una ley los guiaba, que no viene en los manuales, que no dictan países ni regiones: la del amor en cada cosa que hagas por el bien de, animales u hombres.
Con ellos aprendí cómo, al volcarse en la lucha por los animales, ayudan a los humanos; cómo no se puede vivir si separamos unos de otros como si hubieran sido puestos juntos en la Tierra de manera fortuita. Cómo, cuando se es dueño de un animal, hay que ampararlo, porque ser un maltratador te minimiza, no te eleva.
Los vi hablarles a los caballos y amansarlos; dejaban que aquellas manos desconocidas aliviaran padecimientos que, incluso, sus dueños nunca habían descubierto. Y hablaron de países en guerra, de regiones sin agua, de páramos donde los hombres sufren, de campamentos de refugiados adonde urgen las ayudas a los niños y los enfermos, y nadie imaginaría nunca que pudieran solicitarla para sus animales, mas lo hacen constantemente.
Dicen que vieron a muchos huir de un bombardeo cargando con ellos; que cada vez que vieron un niño con un perro, en medio del desastre, era más feliz. Que nadie nunca les solicitó ayuda para sus propias heridas, que nadie les pedía alimentos ni medicinas ni les cuestionaba por ser cuidadores de animales; la gente en medio del caos suplicaba, aun con la mirada, que se los salvaran.
Contaron de la ambición de traficantes de especies, del despojo de exóticas piezas, de circos, de coleccionistas; del patrimonio que son, del bien que hacen a nuestra especie, de lo mucho que se tiene que aprender para lograr la verdadera comunión.
No puedo olvidar, porque vi cómo ante la voluntad de salvar no existen imposibles, cómo las fronteras se desdibujan, porque vi a los humanos hablar de los animales como sus iguales y tratarlos como tal, porque viví qué es para ellos una ley verdadera.
Recuerdo el delfín tallado en piedra ónix en el cuello de uno de los jóvenes; regalo hecho para que no olvidara cuánto le agradecían por poner en peligro su vida para rescatar a aquellos delfines, animales magníficos sin los cuales hoy la Tierra no sería la misma.
• Consulte: Aprobado Decreto-Ley sobre Bienestar Animal en Cuba