Miré aquella fotografía en una publicación de la red social Facebook y me estremecí. Era una anciana que andaba perdida. Quien publicó su foto la tenía en su casa, pedía que compartieran la publicación para que algún conocido pudiera saber que estaba allí, ofrecía su ubicación.
La anciana estaba limpia, bien ataviada, no se podía imaginar que estuviera deambulante; presumí que había salido de casa y tenido algún tipo de confusión y se extravió.
Otras dos fotografías de ancianos vi después, también estaban al amparo de alguien que deseaba encontrar de dónde eran, tampoco parecían enfermos mentales, o que no estuvieran amparados por hijos o un familiar.
Sucede con frecuencia, y eso tiene que preocuparnos mucho, tiene que dolernos, que activar una alarma adentro de todos, como hijos y nietos, sobrinos, vecinos, como miembros de comunidades donde crece el número de ancianos y donde estar alertas viene siendo muy necesario, porque cuidar a nuestros viejos debe llegar a ser un deseo común, que nos una, sin distinguir qué anciano es, sin importar que no sea de nuestra familia.
Cuando somos jóvenes miramos en nuestros barrios para velar por los niños, vemos muchachos alejados de sus casas y les llamamos la atención, les preguntamos si andan con permiso de sus padres. Los miramos en los parques y si los vemos en peligro les salimos al paso; y después, cuando lleguemos a viejos debía, necesariamente, suceder lo mismo con nosotros.
Cuando se avanza a la alta edad no hay que padecer de alguna demencia u otro desorden mental para que alguien pueda desorientarse en la calle, perder el rumbo, no saber pedir ayuda. El intenso calor, el cansancio, el estar convaleciente de algún mal, el estrés, predisponen a los más viejos a este tipo de eventos, por eso no podemos descuidarlos, debemos tomar acciones, insistirles para que no salgan o se alejen del sitio más cercano y conocido, no debemos darles obligaciones que incluyan recorrer largas distancias, porque pueden suceder estos desenlaces que algunas veces son muy lamentables.
No imagino qué pasará por la mente perdida de un anciano, qué sentirá su familia cuando vea que no está, que no logra ubicarlo.
Debemos estar preparados, crear alianzas, saber cuándo una persona puede estar actuando de manera errática, si lo vemos pasar varias veces por el mismo sitio, preguntar qué le sucede, auxiliarlo, ofrecerle agua, fresco, descanso, intentar que recuerde, pedirle si trae un documento que lo identifique. Debemos llevarlo a un centro de salud si lo vemos descompensado, y activar mecanismos que ayuden a encontrar su lugar de origen.
No podemos, a pesar de lo trepidante del día a día, de todo lo que nos agobia, restar importancia a determinadas conductas de personas muy adultas con las que tropezamos, porque pudiéramos estar propiciando que no encuentre el rumbo y su situación empeore.
No podemos negarle nuestra ayuda, nuestro acompañamiento, debemos actuar con paciencia y con cuidado, hacerlos sentir cómodos y seguros, en lo que hacemos cualquier cosa por regresarlos a salvo; como hicieron los que vi en aquellas publicaciones tan conmovedoras, que debían siempre encender alarmas, y compulsarnos a desvelarnos más por nuestros viejos, para no dejarlos de la mano, a su suerte.