Una ofrenda

La aparición de Céline Dion en la gala de los Juegos Olímpicos nos devolvió la certeza de que hay sucesos que pueden parar el curso del tiempo, detener la respiración de los seres que alcancen a verlos, que las cosas menos esperadas todavía pueden acontecer, y que eso de creer en milagros no es solo capricho de muchos.

Cuando ya el mundo se había despedido de la buena mujer, lamentaba su salud rota, y extrañaba sus apariciones de ensueño; desde la imponencia de la Torre Eiffel y envuelta en la magia de París, apareció, como un regalo para los que todos los días buscan inspiración para seguir adelante.

Así se cumplía uno de sus más caros sueños, cantar desde ese sitio para el mundo; y llegó, cuando parecía que ya muchas cosas no podrían ser posibles para ella, en medio del dolor.

Inspiradora es, porque la vida cambia para algunos en apenas segundos, porque un diagnóstico te puede llevar al fondo del abismo, ponerte frente a la más cruel de las realidades; enseñarte en muy poco tiempo que necesitarás fuerza de más, determinación para poder seguir intentándolo todo; o despedirte callada de lo que ya no podrás seguir haciendo.

El mundo vio a Céline en aquellos minutos que parecían irreales, y la sigue buscando para encontrar en su voz y su presencia, en la letra de la vieja canción; la esperanza perdida, el aliento cortado, la belleza, que, escurridiza, es tantas veces escamoteada.

Porque necesitamos de esos empujes, del misterio que emana de las almas fuertes, cuando ya la salud del cuerpo no las acompaña; de esos esfuerzos sobrehumanos que nos hacen seguir creyendo y esperando nuestros propios milagros, que nos mantienen en la línea de arrancada con la mirada puesta en la, a veces, tan alejada meta.

Al alcance de nuestras miradas, a un paso de cada uno de nosotros, desde, quizás, el más grande de los anonimatos, están la inspiración y el aliento para no rendirse; las más hermosas historias de vida, las más tristes realidades que fueron transformadas por la energía de alguien que no vio el fin del mundo en su quebranto y que, sin saber ni cómo, reacomodó el sentido de su existencia.

Al alcance de una mano, mucho más cerca de cada uno, que lo que imaginamos, está todo lo que un espíritu golpeado necesita para emerger imponente, dispuesto; para seguir dando batalla, para convertirse en otra inspiradora historia, en otra ofrenda, como la de esta mujer que, cuando nadie lo esperaba, hizo posible, todavía, uno de sus sueños.


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