Cada 14 de marzo, en Ciego de Ávila se entregan los premios del Concurso Provincial de Periodismo. Entre los agasajados, predominan los que no conocieron a quien se consagra el certamen: Saúl Rodríguez Ramos. A ellos, y a nuestros lectores, va dirigida esta imperfecta carta de presentación
Cámara en ristre, listo para la cobertura que se avecina. Fotos: Archivo de Invasor y cortesía de la familiaAhora mismo lo estoy viendo, y él nos mira a todos, a los del periódico Invasor y al resto de los trabajadores de la prensa en Ciego de Ávila. Despeja la bruma del tiempo que le empaña los cristales de unos espejuelos grandes, pasados de moda. Mira con ojos escrutadores. Mira como quien preside un juicio. Está encaramado allá arriba, en lo más alto, en no sé qué andarivel que amenaza con desplomarse, ¡vaya costumbre de fotógrafo que pretende el mejor ángulo a riesgo de un golpetazo! “En un desfile por el 1ro. de Mayo, Pastor Rodríguez, el campeón avileño de las pesas, venía a la cabeza de los atletas, agitando una bandera. “No se sabe cómo Saúl se subió en un poste del alumbrado para hacer la foto”, sonríe Héctor Paz Alomar, mientras evoca al compañero de trabajo y al amigo, el mismo que, luego del disparo del lanzacohetes, asoma la cabeza bañado en tierra, con la mitad de la camisa por dentro y la otra parte por fuera, los espejuelos colgándole, la boina virada al revés; y El puro, como le decimos a Héctor Paz en Invasor, empata una anécdota tras otra, con la carcajada de acompañante, como si fuera ahora aquel Día de la Defensa en que tanto se acercó Saúl al helicóptero en el momento del descenso de la nave que, reculando, cayó patas arriba en una trinchera.
Y usted dirá, no sin cierta dosis de razón, que una imagen la puede captar cualquiera, más cuando los celulares y las computadoras incluyen cámara fotográfica y aplicaciones que permiten ajustar el brillo, la nitidez, el color…, pero en tiempos de fundación, cuando la provincia casi que asomaba la cabeza en la nueva división político-administrativa de Cuba y al territorio le nacía un periódico, lograr una foto de excelencia era mucho más difícil que ahora.
Había “aterrizado” en la redacción luego de colgar los arreos como administrador de la fotografía La Moderna. Todavía encaraba las cuatro horas diarias que significaban las clases en la Facultad Obrero-Campesina en la que las matemáticas se le daban fácil, pero la lengua materna casi que le hacía burlas en plena cara, sobre todo a la hora de armar un párrafo sin errores ortográficos. Un día, el título de bachiller devino premio a la voluntad y a la ayuda del amigo.
Incluso antes, bastó un cursillo preparatorio en el periódico Juventud Rebelde para que Saúl se instalara cual soberano en el cuarto de fotografía del diario provincial; a los 49 años, pero con la hiperactividad de un mozalbete al que también se le pudo renombrar como El loco o El hiperactivo, de tantas ganas de hacer en el menor tiempo humanamente posible, al punto que no se le podía indicar nada sin que intentara cumplirlo “a 2000 kilómetros por hora”.
De julio de 1979 a junio de 1990 transcurrió como un siglo. Primero junto a Leobaldo Ramos y Arturo González, los tres fotógrafos de prensa “madurados con carburo”. Luego llegaron y se fueron otros, pero Saúl seguía y sigue ahí, las más de las veces coincidiendo con Nohema Díaz, ¡qué manera de trabajar ambos!, a cualquiera hora, el día o la noche que fuera necesario, con el gatillo alegre presto a capturar la instantánea del momento.
A estas alturas no hace falta contrastar fuentes, si Mayito, Aida, Moisés, El puro, todos, coinciden en que para este hombre el trabajo y su pareja de toda una vida eran sagrados. Hubo una época en que ella, Elsa Martín Hernández, ocupó una de las plazas de recepcionista en el órgano de prensa y entonces dos palabras: Sau y Mimí, se adueñaron del ambiente, más que apelativos habituales de la pareja eran como enseñas del amor a los cuatro vientos. Y por ahí también le entró el respeto que irradiaba Saúl, si es que no era suficiente ya con todo lo demás: puntual, exigente hasta la médula, con él y con los demás, secretario del núcleo del Partido, a primera vista agrio, difícil para los nuevos…
Sau y Mimí, no más
Frunce el seño de cascarrabias eterno. Anda con las manos y el bigote manchados de tanto fumar, aunque las sombras en las uñas también, dice Héctor, tienen que ver con los químicos que empleaba en el revelado de los rollos fotográficos y el papel. Él, que jamás se enfermaba y el 21 de mayo festejó seis décadas de vida, sin sospechar que una meningitis lo acecharía semanas después. Fue un sábado, el 16 de junio de 1990, cuando Mimí, el resto de la familia y los colegas, lo despidieron del reino de este mundo con la devoción que solo tienen derecho a inspirar los buenos.
Mira a todos. Le cuesta mucho entender que el Concurso Provincial de Periodismo ostente su nombre y apellidos desde 1992, pero aprovecha la distinción que jamás imaginó para pedirle más a los fotorreporteros, a cada integrante de quienes laboran en los medios de prensa. Sabe de tiempos difíciles, de rigores y estampidas, mas comprende que el amor casi todo lo puede. Tiene las pruebas irrefutables al alcance de las manos: un montón de fotos hechas a cualquier hora y en disímiles circunstancias, algunas muy buenas, y una frase queda y llorosa de Mimí, quien a los 95 años atina a regalarle otra irrepetible caricia porque “era las dos cosas a la vez: honrado y educado. Muy trabajador. Donde le dijeran que tenía que ir, iba. Todo el mundo lo quería”. Entonces, una sonrisa condescendiente aflora en los labios de Saúl Rodríguez Ramos, justo cuando oprime el obturador de la vieja cámara con la pasión incontenible de la primera vez.
La infausta noticia que apareció un domingo de junio, en primera plana