Padre: En primer lugar, y con mayúsculas

Papá nunca creyó que fuera noticia, ni que pudiera estar en la primera plana de un periódico. Puede que, incluso, reproche que en los titulares de la vida mamá alcance letras más grandes, o que se aguante las lagrimitas con los “te quiero” que les llueven el tercer domingo de junio.

En junio de 2019 

Qué pena creerse los segundos, por tardar un mes más en merecer todo eso, o la de pretender que el corazón no se les inunda tanto de alegría como para desbordarse. Cada vez son menos los que nos engañan con ese cuento de no merecer tanto, porque cada vez los vemos más al lado de mamá, queriéndonos con mayúsculas.

Por eso las mayúsculas son hoy para ellos. Indiscutibles y rojas. Porque no es novedad ninguna que nos quieran, ni que se devanen los sesos pensando si lo han hecho bien, si los amores más grandes se abren paso entre las noticias en días como estos, donde ni siquiera un virus puede enturbiarnos la felicidad.

Entonces, que sea noticia la espera feliz de nueve meses, mirando embobecidos el ombligo de mamá; el acto tan mundano de cambiar pañales; los sustos con los primeros llantos; las ojeras de las malas noches; las veces que corrieron al hospital por cualquier síntoma, y que escucharon de un pediatra “cálmese, papá”.

Se puede ser papá incluso desde antes 

Que sea noticia cuando nos cargaron después de una caída; cuando nos soplaron el rasponazo de la rodilla porque nos ardía mucho; cuando nos ayudaron a mudar sin dolor los dientes de leche; cuando nos enseñaron a virar para atrás y plantar cara al bullying; diciéndonos que ahí estaban ellos, que no pasaba nada; o cuando nos dejaron llorar, sin decir una palabra.

Que merezcan muchas crónicas la paciencia con que nos enseñaron (o intentaron) a nadar, a montar bicicleta, a hacer un barquito de papel, a forrar libros, a colar café, a pelar viandas, a cambiar un bombillo, a anudarnos la pañoleta...

• El mejor papá del mundo

Que les feliciten hoy y siempre la valentía con que nos hablaron de sexo, muriéndose de los nervios por dentro; la naturalidad con que han jugado a las casitas y a la pelota; la “chochera” que les ha cegado al punto de dejarse pelar o comerse una comida imaginaria; el orgullo con que llevan postales y fotos que no caben en la billetera.

Que nos enternezcan sus canciones de cuna, las manías que hemos heredado, el empeño que ponen en cuidarnos aun cuando ya sea tiempo de dejarse cuidar, la alegría con la que se convierten en abuelos.

Que les agradezcan la revisión de las tareas, las reuniones de padres a las que fueron sin chistar, los maletines que nos cargaron hasta la Universidad, las fotos de los desfiles martianos, las chucherías de los Reyes Magos que consiguieron sin ser reyes ni magos, el coraje de querernos de lejos cuando les ha tocado, y todo el miedo que nos escondieron, porque querían seguir siendo nuestros quijotes.

Aquí hay muchos, muchos amores diferentes 

Pero que nadie les ensalce la gracia con que peinaron a las niñas, las comidas ricas que saben hacer o lo limpia que mantienen la casa. Que nadie se asombre de que a padrastro le sobra el sufijo, que le suena feo, o de que puedan cultivar una semilla ajena con amor de jardinero. Que no se metan con eso, porque la duda ofende. Ya sabemos todos que no hay límites para papá, y que el tercer domingo de junio el amor de hijos tampoco lo tiene.


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