Nadie nace sabiendo cómo ser padre, mejor dicho, buen padre. Pero el nuestro, con todo y sus errores, nalgadas y castigos siempre será el mejor, ese al que no cambiaríamos por nada en la vida y al que nunca quisiéramos ver partir de este mundo.
El librito que te enseña cómo ser un progenitor ejemplar aun no está escrito, por eso se justifican los constantes experimentos y las pruebas-errores que todo padre debe sortear para, al final del camino, sentirse orgulloso de sus retoños.
Padre es cualquiera, dirá usted. Yo prefiero pensar que padre es, incluso, ese hombre que no pudo tener hijos y se aventuró a criar como suyos los de otro; es el tío siempre presente cuando papá está lejos, muy lejos; padre es abuelo, primo, hermano, también el compañero de trabajo al que ves mirar las fotos de su pequeño para aminorar los kilómetros de distancia.
Engendrar una criatura es mucho más fácil que ayudarla a crecer, eso lo sabemos todos. Lo que muchas veces despreciamos, o preferimos no ver, es la necesidad tan grande y recíproca que tenemos de ellos: a eso no lo paran ni los kilómetros, los espermatozoides o los términos familiares. Entonces, no hay nada más noble que olvidar los regaños y verlos reír en este y todos los días.
¿Qué te parece si gritamos juntos?
Orgullo mutuo, por eso las sonrisas
Aprendiendo de ti
En tu regazo los consejos me saben mejor
Paternidad responsable ante la cámara
Padre siempre, aunque pasen los años
Así te prefiero, feliz
Otra vez en tus hombros, ¿qué más puedo pedir?
Tu otra carrera: ser papá