Durante mucho tiempo mi papá supo cómo ingeniárselas para intentar engañarme
Me decía que sí. Yo hacía como que le creía del todo, pero tenía mis dudas. “Atiende el juego”, continuaba. Y, a veces, lograba que me conformara.
Mi papá solía despertarme cual presentación de un deportista glorioso: “Vamos, campeón de los Juegos Centroamericanos y del Caribe, campeón de Winnipeg, campeón de Atenas…”. De seguro eso influyó en que mi ejercicio de culminación de estudios en la Universidad de La Habana fuera sobre béisbol cubano.
De camino al Seminternado de Primaria 10 de Octubre, él tenía la misión de narrarme el final del partido de la noche anterior que no pude terminar porque debía acostarme temprano, solo si no era uno de Industriales. Eso era innegociable.
También lo era que me llevara cada tarde a Los Maristas hasta que se me frustrara el sueño de ser como Malleta. Y también lo era que, por cada subserie a disputarse en el José Ramón Cepero, fuese cual fuera el rival y el lugar que ocupaba en la tabla de posiciones, debía llevarme al menos a ver un choque.
Durante mucho tiempo mi papá supo cómo ingeniárselas para intentar engañarme. Me decía que sí, y la verdad era que no veía casi a los jardineros ni distinguía bien el número del lanzador y mucho menos la pelota. Se guiaba por los movimientos de los jugadores. Después valoraba el fildeo de “tremendo” o que el árbitro “estaba ciego” para cantar ese strike. Intuía por la algarabía o el silencio de los aficionados.
Ahora que tengo 24 años sé que de veras él no era siquiera un gran seguidor del pasatiempo nacional y que apenas se sabía unos pocos nombres de los integrantes de la selección de Cuba. No obstante, tan chivado que sigue de la vista, su masoquismo de corazón es tal que no deja de leer cualquier texto que escriba de pelota por más pequeña que sea la letra del sitio web o de la plana.
“Y cuando no pueda ya se lo pediré a los nietos”, me contesta. El periodismo deportivo me regala, a veces, la posibilidad de sentarme en los primeros palcos del Cepero y, siempre que puedo, invito a mi papá.