Cuando la transmisión comunitaria suma cientos de focos en toda la provincia, Invasor se acerca a un barrio del consejo popular más complejo de Morón, para ver de cerca cómo se aplican protocolos y estadísticas
El Batey Plan Hortícola es, demográficamente hablando, no más que un punto, un granito de arena, un microrganismo en el Consejo Popular Sur, de Morón, de Ciego de Ávila, de Cuba. Estamos hablando de 230 personas en un municipio de 70 000. Una muestra no representativa para estudiar cualquier cosa, excepto la COVID-19.
Resulta que de sus 89 casas, hay al menos 10 en las que hoy también vive el virus, y eso que ahí no hay ninguna tienda, ni un banco, ni un mercado. Es un caserío de periferia, a quinientos metros de un consultorio médico, y un poco más lejos de la avenida Coronel Tarafa, donde empieza el gentío.
Habría que escuchar a Norman Gutiérrez Villa, director de Epidemiología en el municipio, para entender que es precisamente el Sur una de las áreas más complicadas por la dispersión del virus. Y que ya a Salud no le alcanza dividir la ciudad por consejos populares para medir riesgos: ahora hay que rastrearlo por circunscripciones. De mediano y alto riesgo hay unas cuantas decenas.
Más complejo se adivina todo, cuando la persona que pudiera matizar el nivel de infección en su consejo popular, la presidenta Ana Fidelina Díaz, está enferma. Y también la segunda persona al mando.
Hay un dato más que termina de describir la situación de los enfermos del Plan Hortícola: “no tenemos centros para aislar”, se disculpa Norman, porque lo siente. Cuando el lunes pasado salían 230 casos en Morón, Norman explicaba que estaban en ingreso domiciliario, y que en la dirección de Salud se trabajaba para determinar a quiénes urgía ingresar, por sus comorbilidades.
Por eso cuando hablo con Iván Sosa Estrada, vecino del Batey Plan Hortícola, y contagiado, me responde con una lista de la que se excluyen él y su esposa: "Taymi, Yosmaikel, Dayton, Marilet, Estrella, Yumisleidy, Luis, Leonides, Ernedis, Ania, Annette. Hay muchos más".
Iván se contagió por su esposa, que es doctora. "De su sala constantemente salían positivos", y ella, por supuesto, volvía a casa cada vez, cargando con los peligros. Cuando se diagnosticó, tomó todas las precauciones para no enfermar a los suyos, pero ya al segundo día Iván fue positivo al test rápido que le hicieron en el Hospital Roberto Rodríguez.
“En el barrio hay muchos positivos”, dice Iván
"Antes de contagiarme, era yo mismo quien pasaba por el barrio organizando la vacunación, preguntando a los vecinos cómo estaban y, a la vez, viendo las reacciones a la primera dosis. En una ocasión busqué yo mismo aceite y detergente que vendieron para las siete casas donde habían contagios“. Ahora dice que el delegado sí ha pasado frecuentemente por el barrio. Las ventas que han organizado después sólo alcanzaron para priorizar a una señora mayor y dos niños pequeños entre todos los enfermos.
El padre de los niños se llama Yuniesky García. Uno tiene cuatro años, y el otro uno y medio. Después de que Yuniesky y su esposa se contagiaran, poco faltó para que enfermaran los niños.
El ingreso, por suerte, no demoró. Yuniesky fue con el mayor para Ciencias Médicas y el menor se quedó en el hospital, con su mamá.
Por rápido se entienden las nueve horas que estuvieron esperando en el Cuerpo de Guardia, hasta que hubo capacidad; “todo esto con la ayuda de un amigo médico”. Yuniesky sabe bien que en todos los casos no es así. “La cola era interminable”, dice. “Hay muchas personas en lo mismo, con niños pequeños. Hay que esperar”.
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A pocas casas de allí lo han vivido diferente. “Discúlpame, pero yo la única atención que tuve en casa fue la de mi presidente del CDR y algún vecino que se preocupaba por mi estado. De ahí en fuera, ni un médico de familia, ni una pesquisa, nada. Ahora mi niño está también con test positivo y la doctora del consultorio está muy ocupada y no puede llegar aquí atrás. Gracias a Dios estamos bien”, responde en carretilla una vecina, que prefiere “no aparecer ni en redes sociales ni en los medios”.
Ella se confirmó en el Policlínico Sur, donde no son pocos los que denuncian largas colas al sol en medio del malestar que llevan muchos. Agrega que sí le dieron el Nasalferón para atenderse en casa, y que ya no siente otra cosa que dolores de espalda.
El niño está también asintomático y a la espera de PCR. “Ojalá y esto sirva para mejor. Es una crítica constructiva”. Se despide.
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Iván Sosa, el presidente que menciona ella, dice que la doctora sí estuvo en su casa y le preguntó por el resto de los enfermos, “a los cuales yo espero que haya ido a visitar”. Dice no haber recibido Nasalferón.
A una casa de Iván, viven Dayton Oney Peña y su esposa. Ya los dos están negativos. Y sólo tuvieron síntomas leves. Dayton estuvo ingresado un solo día, diez días después de diagnosticarse, y salió tras su test negativo. Desde entonces está en la casa. Ni Nasalferón ni visitas.
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Son dos puntos flacos del protocolo a los que ya se ha referido Invasor. “Pero nos ha pasado que dejamos cubierta hace 48 horas la asistencia en la comunidad y hoy amanecimos con 16 bajas, porque los galenos también se están enfermando”, decía el 22 de julio Kesnel Díaz Ruiz, director municipal de Salud en Ciego de Ávila. El dato bien pudiera extrapolarse a Morón, junto con la escasez de insumos que pudiera incluir también al Nasalferón.
A Invasor se le hizo imposible contactar a la doctora del consultorio cercano al Batey Plan Hortícola, efectivamente muy ocupada con la campaña de inmunización.
Dos certezas pueden sacarse en limpio: que la atención primaria de salud lleva dieciséis meses de cara al virus y cada vez con más cargas; y que hasta que los medicamentos y la atención médica sean regla para todos los que están en casa, el ingreso domiciliario no podrá llamarse tal cosa.