El insomnio de una mujer cualquiera*

Invasor cuenta la historia de una mujer avileña que reconquista su vida y su(s) sueño(s), tras cuatro años de privación de libertad

Las noches todavía son difíciles. Elena debe dar vueltas en la cama hasta que el cansancio del día le cierre los ojos inevitablemente. "Mi suerte es esa, que por el día no puedo dejarme caer ni ponerme a pensar. Porque siempre tengo algo que hacer, o me llama el niño. No puedo parar."

Paradójicamente, el insomnio de ahora lo dedica enteramente a pensar en el insomnio de antes. De cuando ir a dormir era lo peor del día. Pero la historia no empieza por ahí.

Elena es libre desde hace cuatro años. Y aunque cuatro años antes de eso también era libre, el corto lapso en la historia de su vida borró muchas de las sensaciones que ella, poco a poco, recupera. Sin tanto trabalenguas, el argumento de la historia es este: Elena cometió hace ocho años un delito económico que la llevó al Centro Mixto Penitenciario de Mujeres en Ciego de Ávila, privada de su libertad. Y si ahora tiene deseos de contarlo es porque ha aprendido que hay errores que ella misma se paga caro, y a otros les puede servir esa experiencia.

"En el momento en que un tribunal te encuentra responsabilidad o culpabilidad sobre los hechos, importa todo. Desde la forma en que te criaron, el apoyo de tu familia, tu educación. Porque todo influye en que, o te adaptes bien al proceso, o necesites de ayuda psicológica o psiquiátrica para superarlo.

"En mi caso fue muy chocante. Desde el proceso de instrucción penal, que duró 18 días, hasta las visitas, las despedidas, las veces que no podía salir de pase. El peor fue el primer año. Ya después empiezas a trabajar, a ocupar la mente, para no pensar en nada. En esos momentos en lo único que pensaba era en mis hijos. ¡Arriba, Elena, que ellos dependen de ti!"

Fue una oficial quien notó por primera vez que Elena necesitaba tratamiento. "Yo a veces me quedaba en blanco, me decían ¿qué estás pensando?, y lo único que veía eran los movimientos de la boca. No escuchaba.

"Cuando eso pasa, tú no te das cuenta, pero alguien siempre te está mirando para evitar que te puedas hacer daño."

No fue su caso. Ni siquiera vivió algo así de cerca. Porque el cuerpo está en un lugar, pero la mente en otro. Con los hijos, llevándolos a la escuela. Conversando con las amigas. En el trabajo o en casa de la familia. La vida sigue afuera, donde te extrañan y se acostumbran a tu ausencia, así que adentro también tiene que seguir.

Pero la esperanza se hacía mas turbia por la noche. "La parte más difícil era ir a dormir. Por el día estás entretenida, trabajando, haciendo algo. Ahora, cuando llega la noche, que te cuentan como si fueras un libro, y tú sientes esa presión, es más duro. Para poder dormir me pusieron un tratamiento. Porque a esa hora empiezas a pensar qué estarán haciendo tus hijos, ¿estarán bien?, ¿ya comieron? Muchas veces lloraba. También depende de tus compañeras, si te dan ánimo, si te apoyan."

El estereotipo que rodea la palabra prisión no nos dejaría entender a Elena cuando dice que de todas las etapas la más difícil fue la salida, y no la de estar allí. "El lugar es bonito, dice ella. Parece una escuela de campo. Cuando la gente pasa por ahí no distingue que es una prisión de mujeres, a no ser que lo sepa. De hecho, ni siquiera se llama así. Ahí me gradué en Elaboración de alimentos, y di clases en un curso de masajes, porque como soy graduada de enfermería me lo pidieron." Esa es una de las razones por las que su hijo más pequeño no supo. Tenía siete años.

"Me preocupaba que él se imaginara las cárceles que salen en las películas y las series. Que no entendiera y le diera miedo. Por eso le dijimos que yo me había ido para una escuela, castigada porque me había portado mal."

Sobre el sistema penitenciario en Cuba.

La rutina del día cala hondo, hasta que es, incluso, lógico que la vida esté separada por campanas. Ding dong y a levantarse, a bañarse, a comer, a dormir. "A las 6:00 am una campana. A las 12:00 pm una campana, a las 5:00 pm otra campana, a las 6:00 pm otra más. Y la última a las 12:00 am. Por eso adaptarme a la sociedad me costó mucho. Todavía me cuesta." Increíble no adaptarse a lo único que añoraste por cuatro años, se dice ella misma, cuando al más mínimo sonido, "el camión de la basura, por ejemplo", te sorprendes parada en firme en la sala de tu casa.

Y eso que antes de salir todo era euforia. "Lo primero es que decidí que no podía seguir tomando pastillas, porque cuando llegara a mi casa, con mis hijos, no podía ser un zombie. Así que hablé con el psiquiatra. Y aunque me recomendó dejarlas poco a poco, yo las tiraba todas por la taza del baño. Fue complicadísimo. Había noches en las que no quería ni que me hablaran. Es una abstinencia como cualquier otra."

Después la noticia. "Mañana te damos la libertad. Era exactamente el cumpleaños de mi mamá. La llamé y le pregunté ¿qué vas a hacer mañana? Ella me dijo que sin mí no quería celebrar. Y entonces le dije: pues vamos a hacer una fiesta, porque vamos a estar todos juntos.

“Después lo dejé todo. Mi ropa, mis zapatos, mi perfume, mi champú. Salí de ahí con la maleta vacía, con la ropa que traía puesta.”

Poco a poco, las sensaciones se suceden unas a otras. Recuperarse depende de todo el mundo. Desde la pareja y la familia, hasta los directivos del lugar donde vas a trabajar. “Estuvo presa”, es una frase que a Elena le pesa. Sentir que se pronuncia cargada de adjetivos. Peor, porque es mujer, porque de ella se espera que sea “de la casa y de la familia”.

“En la empresa donde trabajé esos cuatro años tuve la suerte de que nunca nos discriminaron. Nos trataban como cualquier trabajadora, con los mismos derechos a participar en actividades y hasta en las compras por estímulo. Pero eso no siempre sucede, porque saben que tenemos que portarnos bien de cualquier manera.”

Elena está viviendo apenas sus 40 años. Es bonita y siempre parece alegre. Una mujer normal, porque “eso no se pega”. Nadie imagina todo lo que cubren su silencio y la calma con que desmenuza el día en acciones pequeñas. El café, el perrito, el trabajo, alguna película. Un día a la vez.

A veces camina sin querer con las manos detrás, hasta que se da cuenta de que ya nadie está haciendo fila con ella. Que no es la hora del recuento (“enseguida me rasco la cabeza, hago algún gesto o disimulo”). O se queda hasta tarde sin dormir.

Porque al principio era "maquinándose" con la preocupación por los niños. Después el insomnio fue un sacrificio por ellos. Y ahora simplemente piensa. En la gente como ella, en la gente que piensa "algo" de ella. En que nadie lo piense de sus hijos. La libertad tiene mucho que ver con la paz, ha aprendido ella, la libertad es por fin cerrar los ojos y soñar.

*El presente testimonio respeta la identidad de la protagonista. El nombre y la fotografía son una recreación de Invasor.


Comentarios  
# FIDEL LEYVA 18-11-2020 16:40
Muy buen articulo estimada Amanda. Es la narrativa que necesitamos leer para poder valorarnos como personas y crecer aun despues de haber cometido algun error, valorar nuestra superación personal como personas, ver siempre positivos.
Saludos cordiales
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# Amanda Tamayo Rodriguez 19-11-2020 21:46
Muchas gracias por leer.
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# Nancy 21-11-2020 08:03
Excelente, saca lo más sencible del ser humano a flor de piel.
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# Arianne 21-11-2020 14:22
Excelente artículo. Lo q más me gusta es q muestra la capacidad de creer en el mejoramiento humano, en q las personas son capaces de auticriticar sus errores y superarse y de q nuestros centros penitenciarios y nuestras organizaciones contribuyan a facilitar esa reincersion social.
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# Tati 24-11-2020 08:29
Llegan tus articulos Amandita, tocan fibra de humanizar el relato, de sentirse dentro de él, eres de la nueva generación que va hacia adelante.
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