El amor no entiende de pandemias

Cuando se dispuso a tomar un vuelo de Estados Unidos a Cuba ya la COVID-19 era noticia y los titulares que anunciaban el número de muertos y contagiados le erizaban los pelos a medio mundo. Ni siquiera entonces la certeza de una pandemia lo hizo cambiar de opinión.

Es que cualquiera pudiera pensar que después de 15 años del otro lado del mar la sensación de desarraigo es inevitable o el sentirse menos cubano una condición normal. Sin embargo, Duneski González no hace concesiones a la duda y se adivinó feliz en casa antes de comenzar a volar.

Las millas que separan a Texas de Ciego de Ávila las ha calculado varias veces, y, con esa exactitud de viajero empedernido, emprendió el mismo camino de siempre, pero con una motivación diferente: su hijo nacería pronto y bien valía la pena romper cualquier regla.

Lo que no calculó fue que estaría solo 48 horas en casa, que apenas le alcanzaron para ponerse al día, porque para ese entonces se dispuso que los viajeros llegados al país fueran aislados durante 14 días como medida preventiva para evitar cualquier posibilidad de contagio. Con la misma rapidez con que desempacó el equipaje se vio rehaciéndolo con la incertidumbre y las ganas de quedarse atoradas en el cuello.

La rutina le cambió bajo la estricta mirada del personal de salud que, en turnos de 24 horas, vigilaba sus signos vitales. Desde entonces, exámenes físicos, la limpieza de las superficies, cumplir con los horarios de alimentación, el cambio de nasobucos y el distanciamiento social cifraron su día a día dentro de un estrecho cuarto, en la Universidad de Ciego de Ávila Máximo Gómez Báez.

Por esas bondades de la internet sabe que en Texas todavía no ha llegado la alarma, se lamenta por las muertes en New York y Miami, y se imagina el caos en esas grande urbes donde las normas imponen salud por dinero.

Como también se le permiten las comparaciones, reconoce, sin recelo, que Cuba, a pesar de las muchas limitaciones económicas, ha sabido crecerse para asumir la pandemia y rechaza cualquier intento de agresión y hasta el bloqueo económico, comercial y financiero porque asegura “son tiempos de amor y solidaridad, no de guerras”.

Asombrado por el sacrificio de los médicos y enfermeros que lo mismo tomaban su presión arterial, que limpiaban el piso o repartían la comida, sabe que han dado el doble de lo que cualquiera puertas afuera pueda imaginarse.

•Lea: Bitácora de una pandemia.

Cuando el 27 de marzo sonó el celular y supo que su hijo nació sano y fuerte la alegría fue inmensa. Las primeras fotos llegaron a través del correo y las redes sociales y así pudo delinearle rasgos y formas en su rostro. Aunque siguió faltándole el arrullo y el abrazo, tampoco le preocupa regresar si hacerlo implica poner en riesgo al resto.

Con paciencia casi de monje ha contado los días, horas y minutos hasta que ahora, casi a punto de cumplir el plazo de aislamiento, Duneski se despide con el corazón desbordado y agradece al personal de salud, habla de la solidaridad como un sentimiento inquebrantable, y tararea el verso de una canción, casi convertido en himno por estos días: “solo el amor engendra maravilla”.

Entonces cualquiera adivina que si su pequeño se llama Abraham no es fruto de una casualidad, sino de su inmensa fe en algo más grande que nosotros mismos.


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