Bitácora de una epidemia

Si Leonardo Cabrera Domínguez hubiera adivinado que un apretón de mano sería suficiente para pasar 14 días de aislamiento y en vilo ante la más simple carraspera en la garganta o un dolor de cabeza, se lo hubiera pensado dos veces antes de estrechar aquella palma. El hombre, además de su amigo, era un compañero de trabajo, y él un licenciado en enfermería que conocía a pie juntillas qué hacer para prevenir la Covid-19.

Pero por ese sarcasmo que a veces encierra la vida y lo imperceptible del contagio, el 27 de marzo se informaba en conferencia de prensa nacional la confirmación de la Covid-19 a un ciudadano cubano de 28 años de edad, residente en el municipio de Ciego de Ávila, que arribó al país el 19 de marzo procedente de Panamá. Comenzó con los primeros síntomas el 22 y ese mismo día fue identificado como sospechoso en la pesquisa.

Para el sábado 28 la cadena de contactos cerró en cinco y Leonardo se descubrió en una punta, empacando su mochila y llegando al motel Las Cañas —centro de vigilancia establecido en la provincia para el aislamiento de los contactos asintomáticos de casos positivos— como el que no quiere las cosas, pero con todo y eso las cumple concienzudamente.

La rutina le cambió bajo la estricta mirada de los médicos, enfermeras y estomatólogos sumados a la tarea de la vigilancia de los síntomas en jornadas de 24 horas de trabajo, que después implican otras tantas de desinfección y acomodo de historias clínicas antes de tomar un respiro en sus hogares.

Desde entonces exámenes físicos cada cuatro horas; limpieza de las superficies; almuerzos y comidas; meriendas; el cambio de nasobucos, el distanciamiento social y, de vez en vez, en su dualidad de paciente y conocedor, calmar tensiones e insuflarle esperanza a las otras 45 personas que permanecen en la instalación en espera de un diagnóstico, ha sido parte del día a día.

Leonardo Cabrera Domínguez habla desde su dualidad de enfermero y contacto de uno de los casos confirmados a la #Covid19...

Posted by Periódico Invasor on Wednesday, April 1, 2020

Es que a sus 56 años tiene experiencia acumulada en enfrentar cuarentenas y epidemias, que no solo se la debe al estudio y a las tantas veces que ojeó los libros, sino a que las sintió en carne propia durante su misión internacionalista en Guinea Conakri, que coincidió con el brote de ébola que causó la muerte de más de 5 000 personas.

De allá regresó con paludismo y durante 23 días estuvo ingresado en el Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí, resistiendo la fiebre, las sudoraciones y los calambres. A estas alturas, las comparaciones también le vienen a la mente y en ningún caso recuerda el miedo o la resignación a la muerte, quizás por el empedernido coraje o por la confianza absoluta en que siempre viviremos para contarlo.

Leonardo sabe que, en tiempos de epidemia, sobre los hombros de los médicos y enfermeras descansa el peso de la vida, y con su buen ojo clínico ya sentenció el asunto: “Mejor estar en la casa, pero el aislamiento es necesario para evitar el contagio. Yo no lo dudé y nadie debería hacerlo porque está en juego la salud. No tengo síntomas y evoluciono bien, cuando me recupere volveré a mi puesto”.


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