El ciclón del 32 en Ciego de Ávila

El asturiano Vicente Iriondo de la Vara, auxiliado por sus sobrinos, siguió el itinerario de aquel ciclón que lo tenía desconcertado. Estuvo varias horas absorto en sus meditaciones. La trayectoria todavía era una incógnita para él, astrónomo autodidacta, que empleaba buena parte de su tiempo en escrutar las constelaciones. Los libros Las leyes de la repulsión universal y la evolución de los mundos (1915) y El mecanismo del Universo (1923) constituían el fruto de esta pasión intelectual.

Al también poeta y empresario vivir en Ciego de Ávila no le impedía mantenerse al tanto de los últimos descubrimientos científicos. Tampoco la ceguera pudo vencer su voluntad y dedicación al estudio. Aprendió, con extraordinaria perseverancia, a manejar los equipos de su observatorio, instalado en la azotea de su casona, sita en la calle Joaquín de Agüero, entre Maceo y Honorato del Castillo. Sus familiares lo auxiliaban en estos menesteres. En los anaqueles de la nutrida biblioteca que poseía ocupaban un espacio privilegiado lujosas ediciones de revistas y libros publicados en Europa.

A las once y treinta de la mañana del martes 8 de noviembre de 1932, en su recio buró de caoba terminó de redactar, con mano insegura, el parte meteorológico que publicaría El Pueblo al día siguiente: “Por lo pronto no existe una amenaza inmediata para nosotros ni para las provincias centrales que, según avisos anteriores era la parte más amenazada”.

“Todo lo que dejo dicho es lo más probable, sin que ello signifique que el ciclón no pueda variar el rumbo inopinadamente, dada la gran anomalía observada en su movimiento.”

Y tenía razón don Vicente en las líneas finales de su nota. El miércoles, en horas de la mañana, entró el huracán por la costa sur de Camagüey con una velocidad de 140 millas por hora. Según cálculos de la época, movía una mole de aire estimada en más de un billón de toneladas. El vórtice penetró entre los poblados de Júcaro y Santa Cruz del Sur. En este último lugar el mar se tragó las casas provocando la muerte de 2 870 personas.

Mientras, en el puerto avileño, se retiró de las costas en un suceso inédito en la historia local. La ciudad de Ciego de Ávila tembló. De una crónica de la época, divulgada en las páginas de El Pueblo, citamos: “[…] las lloviznas y ráfagas de viento todavía moderado, que empezaron a sentirse por la madrugada, llevaron la intranquilidad a muchos hogares cuyos habitantes abandonaron sus lechos desde muy temprano. Según fue entrando el día, que el tiempo cobraba peor aspecto y empezó circular las versión confirmada por las noticias oficiales y por las observaciones meteorológicas de nuestro respetable y sabio, don Vicente Iriondo de la Vara, de que el ciclón nos azotaría con inusitado vigor, la alarma pública se hizo general y siguiendo el consejo circulado por las autoridades locales cada vecino se aprestó a hacer frente al inminente peligro, tratando de aminorar en lo posible sus consecuencias, asegurando puertas y ventanas y abandonando muchos sus hogares para buscar refugio en aquellos edificios reputados de mayor solidez en las construcciones de la Ciudad”.

Durante la húmeda jornada se destacaron en el auxilio a los necesitados el Cuerpo de Bomberos, con el veterano coronel Nicolás Jorge al frente; parejas a caballo del ejército y miembros de los Boys Scouts, quienes llevaron a los evacuados hacia el Teatro Principal, el cuartel de la Guardia Rural, el hotel Isla de Cuba (Calle Ciego de Ávila, esquina a Simón Reyes) y el City Bank (Independencia y José María Agramonte).

Los repartos de la periferia: Vista Hermosa, Maidique, La Loma y otros lugares de las afueras quedaron virtualmente arrasados. Decenas de árboles en el parque Martí, en la calle Simón Reyes y cerca de la clínica Olazábal fueron talados por cuchillos invisibles. El reloj del Ayuntamiento detuvo sus manecillas a las 9 y 35 de la mañana, aproximadamente media hora después de que el fenómeno natural arreciara su fuerza bruta.

Poco después de las tres de la tarde la agresividad del huracán disminuyó, aunque ya había destruido las vidrieras de los comercios y cien casas, entre otros daños. Afortunadamente, no hubo muertos. Además, se reportaba que en Ceballos los naranjales habían sufrido cuantiosas pérdidas. Lo mismo ocurrió en el central Stewart, donde se deterioró el 80 por ciento de los 400 000 sacos de azúcar que tenía el coloso en sus almacenes. Los comerciantes, ávidos de obtener tajadas, aunque fuera sacando las tiras del pellejo a sus desgraciados coterráneos, intentaron subir el precio de los productos.

El bando del capitán.

Pero el capitán Leopoldo Ruiz Álvarez, delegado de la Comandancia Militar provincial, dio a conocer un bando con el que puso fin a tales maniobras.

“HAGO SABER: Que de acuerdo con las órdenes o disposiciones militares que rigen para los casos como el que en estos momentos confronta esta ciudad de Ciego de Ávila y su Término Municipal, a consecuencia del ciclón que en el día de ayer azotó a esta comarca, queda terminantemente prohibido, como lo está asimismo por el Código Penal, el aumento de precio a los artículos de primera necesidad; y se advierte que procederá con la mayor severidad esta Comandancia Militar contra aquellos comerciantes, que ya individualmente o confabulados, con los de su mismo giro, aumenten el precio de los comestibles y demás artículos imprescindibles para la vida. Espero que la cordura y patriotismo del comercio local, me eviten tener que tomar medidas enérgicas que dejo advertidas, y que serán aplicadas a todos los que incurran en ese delito, sin contemplación de ninguna especie.”

Con estos truenos a los especuladores no les quedó otra opción que la de renunciar a sus planes.

La visita de Machado

El día 14 arribó al poblado, en un tren especial y acompañado por numerosos funcionarios, el presidente de la República, Gerardo Machado Morales, ya célebre por sus crímenes. Solo estuvo unos minutos en la estación del ferrocarril, pues el objetivo de su viaje era trasladarse hasta Camagüey, donde los estragos eran aún mayores, sobre todo en Santa Cruz del Sur.

Luego de recibir a varias comisiones y a las autoridades gubernamentales encabezadas por el alcalde provisional Carlos Luzán Cornil, periodista devenido político, partió la comitiva.

Por cierto, desde Camagüey llegaron alimentos y medicinas para los damnificados avileños. Del presupuesto apenas se dedujeron 2 500.00 pesos, cantidad insuficiente para paliar la situación creada.

La situación era tan desesperante que muchos empleados públicos —por ejemplo, los maestros y los integrantes de la Banda Municipal— llevaban meses sin cobrar sus salarios. Abandonados a su suerte, vivían en un ciclón permanente.


Comentarios  
# Adriel 08-09-2020 20:47
Interesante, no sabía quién era Vicente Iriondo. La calle que le tocó nombrar no lo merece, sin embargo.
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