Dicen que, en su casa, habita el elixir de la eterna juventud. Y lo sabes cuando, en solo dos personas, se acumulan 168 años. Comentan que allí, en ese puerto seguro donde Edita ancló hace dos décadas, envejecer no impide (del todo) soltar las amarras de la memoria y poner proa a algunos recuerdos.
Si le miras de frente, entenderá por qué, para Víctor Hugo, en los ojos del viejo, brilla la luz. Ella, la que narra la vida a través del azul de su mirada, cumplió 96 años el 24 de junio y es hija del mambí Matías Pérez de Corcho, historia que merece no quedar en las amarras de la memoria; aunque difícilmente se pueda reconstruir.
Su nombre no es Edita, sino Juana Pérez de Corcho Espinosa, quien habla de su papá, pero repite y repite a Emérita Espinosa Pardo, “una gran madre”. Tampoco llegarle a aquel cubano independentista de la Guerra de 1895 es fácil, pues es ella la única descendiente que vive para, entrecortadamente, contarlo.
“Era un guerrero fuerte, de mediana estatura”, responde Juana a su hija Idelia Moreira Pérez de Corcho, de 72 años, encargada de sus cuidados. En esa época de lucha, la familia Pérez de Corcho vivía en los alrededores de lo que se conoce hoy como Las Grullas, localidad del Consejo Popular de Marroquí, en Florencia.
Casi un siglo vivido, deja expresar a esta mujer solo palabras aisladas, pero que trasladan a inmensas lecturas, en una historia Patria conocida. “Había un hombre que le decían Maceo y a otro Martí, ¡qué clases de hombres aquellos!; mentados mucho”, evoca; y entonces uno, que conoce a esos grandes, completa la idea.
Sin dudas, fueron ellos los referentes de su progenitor, el que “se paseó” por la Trocha de Júcaro a Morón, machete en mano, porque “había que respetarlo”.
“La Totiza”, así le decía Matías a Juana, porque su pequeña era “prieta y ojiverde”, sin saber que crecería una mujer generosa y tan exigente como él, cuya Trocha sería, décadas más tarde, la Federación de Mujeres Cubanas y el Comité de Defensa de la Revolución, frutos de una victoria también impulsada desde el escenario familiar.
No hay frase que mejor defina a la hija del mambí que “me siento revolucionaria”, mientras se convierte en inspiración para sus cuatro hijos, siete nietos y seis bisnietos, según Idelia, quien considera a su madre más fuerte que ella, y sonríe.
Allí, en una casa de Campo Hatuey, un pedazo de Majagua, puede que pocos conozcan de esta sangre mambí que se les avecina, lo que seguro se debe al anonimato que prefieren los humildes, portadores de la gallardía de alguien que se sumó y aportó, con un apartado en la historia local de bien atrás.
Conocer a Juana, a Edita, a la cubana de 96 de años, es un privilegio, más allá de hacerlo por su conexión con quien ha de recordarse siempre, no solo en la familia.
A ella es lamentable llegar tarde, aunque la dicha de llegar siempre fue buena. Sin embargo, por encima de los vacíos que la edad provoca, es sencillo hablar de machete, manigua, independencia… y saber que, un nacido en estas tierras avileñas, soñó una Revolución, que ha sido una sola: la que comenzó Céspedes.
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