Reimpulsar correcciones

Vencimos cuatro meses de otro año duro. La diferencia es que, desde el primer día de enero, empezamos a ver con más temporalidad un plan esperanzador para Cuba: las proyecciones del Gobierno para corregir distorsiones y reimpulsar la economía en 2024, que, aunque a veces los conocedores cambiemos términos y palabras en ello, algunos no sepan de qué se trata, y otros lo bombardeen por los cuatro costados, observa con objetividad la realidad cubana y propone soluciones nuestras.

Con precisión de cirujano, encuentra causas externas e internas, descubre con crudeza los errores cometidos y, con la visión estratégica de un campeón de ajedrez, diseña las mil variantes que se pueden asumir en una partida difícil, pero ganable, demostrando que no se está con los brazos cruzados en espera de milagros. Parafraseando a Galileo ante la inquisición, tendríamos que decir: Cuba, a pesar del bloqueo, se mueve, y para bien.

Sin aterrarnos ante los conceptos, la macroeconomía es una cosa y la que se da en el municipio y en la empresa estatal, en la cooperativa o en la mipyme, y en el bolsillo cubano, es otra. Más bien, un mismo asunto visto desde dos perspectivas.

Todo comenzaría con mirarnos por dentro acá, donde se produce y se sirve con manos e ideas de los trabajadores y de quienes les dirigen abajo, los que deciden las pequeñas cosas cotidianas, las que hacen que los grandes números crezcan o bajen. No hay PIB (Producto Interno Bruto) sin sumar producciones locales y sectoriales. No se resuelve la inflación sin atender los precios, potenciar ofertas y salarios; como no se puede inclinar la balanza comercial hacia el lado exportador sin ese trabajo creador que produce bienes y servicios eficientes, y sin detener el delito económico con el mejor control empresa adentro.

Con la exposición del Primer Ministro en diciembre, la ayuda de las certeras intervenciones de Raúl y Díaz-Canel en Santiago, y la guía partidista, en enero preparamos el entorno político para este proceso.

Y unos con sabiduría minuciosa, otros corriendo hacia el cumplimiento de un cronograma, nos dispusimos a trazar, en aquellas reuniones febrerinas de organismos y entidades, un grupo de medidas para corregir lo que en ese momento consideramos nuestras distorsiones. Al despachar el acta, algunos creyeron que ya habían cumplido con su deber. Pero los papeles no nos alimentan ni los apuros nos disciplinan. La transformación de la realidad requiere seguimiento y acción.

Ya se han implementado algunas de las medidas anunciadas y, sopesando resultados y reacciones, se preparan otras. Sin olvidar la idea de Fidel de que rectificar es resolver también los problemas nuevos, se revisan sistemas de trabajo y formas de control, y se plantea la necesidad de una mayor exigencia en el cumplimiento de lo que reconocimos.

Ninguna proyección, por muy bien enfocada que esté desde arriba, es ajena a las funciones y misiones que cumplimos en nuestras instituciones, intermedias o básicas; pero se trata de no copiar las que resultan generales y no enfocan lo singular de cada lugar. Hagamos lo nuestro, sin esperar el control del control; se llama sentido común. Tal es el análisis.

Es tan serio el asunto que no merece chascos. Es tan estratégico que las fallas tácticas tienen que ser mínimas. Solo se espera de nosotros el éxito. Dinamismo no es sinónimo de chapucería.

Estamos llamados a la acción y a la fe, a meternos en la mente que no hay marcha atrás en nuestra disposición de deshacer entuertos. Estos proyectos no son varitas mágicas, requieren que sigamos revisando y planteándonos un eterno corregir lo corregido, exigir y exigirnos para que cada día sea el crucial, el que decide nuestro necesario y merecido futuro próspero y sostenible.


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