Los techos que faltan

Al cierre de septiembre, 649 casas ya estaban listas de un plan anual de 1321

Que cada persona pueda tener una vivienda digna es una aspiración casi tan vieja como el refrán que dice “quien se casa, casa quiere”. Sin embargo, nuestra realidad no responde a cábalas ni hipótesis y nos devuelve una foto fija de la precariedad del fondo habitacional del país y de las necesidades crecientes, que han tomado ventaja sobre los esfuerzos y las posibilidades concretas de hacer más.

De hecho, es más común que abuelos, nietos y hasta bisnietos se agolpen bajo el mismo techo o que un derrumbe en la Habana Vieja nos deje la herida irreparable del luto y la muerte, a que una pareja joven pueda construir una nueva familia entre cuatro paredes seguras y de su propiedad.

A partir de aquí podría escribirse muchísimo sobre los retos de la convivencia multigeneracional o de la crianza de los hijos en estas condiciones y el fenómeno quedaría en el terreno de las Ciencias Sociales. Si entramos en el área de la Matemática, con cuentas apretadas, y de la Ingeniería, con limitaciones casi imposibles de solventar, la historia será igual de larga e irresuelta.

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Solo en Ciego de Ávila se necesitarían alrededor de 40 000 nuevos hogares para cumplir con la expectativa demográfica de una provincia relativamente joven, que todavía no compite en urgencias con otras como Santiago de Cuba, Holguín y la propia capital habanera, pero que ha vivido en carne propia los estragos de los huracanes, y los efectos de la reducción y el incumplimiento de los planes de construcción de viviendas, que desde el 2019 han venido a menos.

Si antes la vía estatal asumía como promedio alrededor de 1000 hogares cada año, ahora esta cifra se ha reducido a la mitad en consonancia con un ritmo constructivo que mostró su peor cara en 2021, cuando apenas se logró un 35,2 por ciento de lo previsto. Solo 560 casas fueron terminadas en este lapso y se hizo más profundo el déficit de recursos imprescindibles como el cemento, el acero, los bloques de hormigón y los áridos.

Aunque se ha normalizado que la “capacidad constructiva” del esfuerzo propio sea superior a las brigadas estatales y, sobre todo, al de las familias subsidiadas; lo cierto es que, desde entonces, en lugar de edificar desde cero, se ha producido un paulatino mejoramiento de una parte del fondo habitacional existente, el cual hace cuatro años ya ubicaba a un tercio de las casas avileñas en regular o mal estado.

Levantar desde los cimientos es el talón de Aquiles de los programas de la Vivienda, mientras que comprar en el inestable y pujante mercado inmobiliario de la Isla resulta una opción improbable para la mayoría.

No obstante, en 2023 las estadísticas indican cierta recuperación, o al menos, proyecciones más realistas. Así lo explicó recientemente, a través de la señal de Televisión Avileña, Deremis Pérez Aguilera, especialista principal de Inversiones en la Dirección Provincial de la Vivienda, con el dato de que 649 casas ya estaban listas al cierre del mes de septiembre, de las 1321 propuestas para estos 12 meses.

La terminación de 103 células básicas que benefician a personas vulnerables, 23 casas para madres o tutores con tres o más hijos, y el cambio de uso de locales para transformarlos en viviendas, son otros números que alivian tensiones y ordenan procesos en los que han faltado, también, exigencia, control y acompañamiento.

Está claro que, de un día a otro, no van a resolverse todas las necesidades y, a la luz de estos datos, tampoco parece viable el propósito de cumplir con la Política de la Vivienda, que en 2018 planteó recuperar el déficit habitacional en un plazo de 10 años; no obstante, si algún frente de trabajo merece planificación eficaz y trabajo constante es la vivienda, deuda que pesa y acentúa desigualdades.


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