Urge volver la vista atrás e inspirarnos en aquellos jóvenes que sembraron la esperanza en los pobres de la Tierra
Maisel López Por mucho que los estados de WhatsApp no sean un método infalible para tomar el pulso de la sociedad, sus esperanzas y frustraciones, al menos brindan una ventana hacia la situación anímica de la gente, sobre todo de los más jóvenes. Duele, no obstante, ver el paisaje, a ratos desolador, que se cuela por esa ventana, y cómo amigos, familiares y compañeros sufren en su interior la clausura de sus anhelos y comienzan, poco a poco, a buscar en otras orillas lo que acá, en la suya, no encuentran.
Ese drama en varios actos, que culmina muchas veces en un pasillo de aeropuerto, tiene su comienzo en largos monólogos interiores en los que la persona se cuestiona todo, sueña cómo quiere verse en el futuro y concluye que ese proyecto, según sus cálculos, jamás podrá concretarlo dentro de su país natal. “No hay nada aquí, solo unos días que se aprestan a pasar”, cantaría el poeta.
Habría que preguntarse hasta dónde es cierto que la realización personal de muchos cubanos resulta inviable en la situación actual de la Isla; y por qué otros deciden quedarse, lo mismo por una apuesta al proyecto político de sus padres y abuelos, que por mero compromiso con la gente que permanece acá. De cualquier modo, el país muestra un panorama muy distinto de aquella década épica y hermosa que fueron los años 60, aunque no menos compleja.
El relato últimamente hace parecer que los únicos protagonistas de todo esto son los que se van. Y poco se está hablando...
Posted by Iramís Rosique on Saturday, September 2, 2023
“Hojeando” estados de WhatsApp puede encontrarse un coctel molotov ideológico, lleno de memes, críticas más o menos justas con la realidad actual, noticias y líneas de mensaje con un visible sesgo de derecha, personas que preguntan por medicamentos o determinado grupo sanguíneo, mofas a algún dirigente y, por supuesto, el trauma nacional de la emigración, ya sea expresado a través de la tristeza y el desaliento o desde el sentido del humor y la ironía cubanísima.
Algo de todo esto puede explicarse a partir de la influencia de los circuitos culturales e ideológicos del capitalismo, o incluso desde los ríos de dinero que corren de Washington a Miami, y de allí hasta la contrarrevolución interna, en Cuba. Pero el cuadro completo de esta crisis no puede simplificarse echándole toda la culpa al recrudecimiento del bloqueo y a la subversión norteamericana.
Aunque a lo externo hemos vivido un contexto muy hostil a la Revolución y al proyecto social cubano, también ha habido muchos errores, incomprensiones y pifias de nuestra parte.
Hoy más que nunca es preciso volver la vista atrás, hacia los portones ensanchados de la historia, y no para sentirnos satisfechos, darnos palmaditas en la espalda y suspirar creyendo que todo está bien. Urge mirar hacia los tiempos fundacionales de la Revolución, e inspirarnos en aquellos jóvenes que sembraron la esperanza en los pobres de la tierra, situaron a Cuba en el epicentro de las luchas antiimperialistas y anticoloniales del mundo, y abonaron con sangre y sacrificios la semilla de una sociedad nueva.
En aquellos jóvenes, y no en el sopor de los escenarios burocráticos y oficinescos, está la clave para construir la utopía posible: la profundización constante, creativa y ética del proyecto socialista, y del sueño de felicidad y prosperidad para nuestra gente. A este propósito también habrá que sumar, con clara intención martiana, a cada cubano de buena voluntad, no importa dentro de qué fronteras resida.
Estamos a tiempo. En todas las épocas, de los días grises surge el fermento de las revoluciones: el sentido de la justicia, de lo correcto, que José de la Luz y Caballero llamó sabiamente “ese sol del mundo moral”. Entre lo más esclarecido y comprometido de nuestros jóvenes puede amanecer en los años venideros, a un siglo del nacimiento de Fidel, ese sol que brille imperturbable sobre los destinos de Cuba.
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