Las patas que le faltan a la mesa de la ETP

En Ciego de Ávila quedan cojas la formación vocacional y la retención de estudiantes en la Educación Técnica y Profesional (ETP)

Cuando estaba en la secundaria muchos alumnos tenían entre sus primeras opciones para asegurar la continuidad de estudios alguna carrera perteneciente a la Educación Técnica y Profesional (ETP), y no era la vocación la causa por la que encabezaba la lista de las 10 opciones en la boleta, más bien era porque para cursar el preuniversitario había que becarse y estar lejos de la casa no le gustaba a todo el mundo.

Tentadora como ella sola, la idea de quedarse en la ciudad para estudiar en algún instituto politécnico, mientras los compañeros de aula se embarraban de tierra colorada en los naranjales de Ceballos, era certeza para padres y alumnos. Los primeros, sobreprotectores porque los niños están muy pequeños para la beca; los segundos, seguros de que cerca de casa todo marcharía mejor, aunque de sus carreras no tuvieran los conocimientos básicos.

Con la clausura de los preuniversitarios en el campo, el asunto comenzó a pintar diferente, porque, teniendo en una mano la opción de terminar el duodécimo grado y acceder a la universidad sin partir de casa, resulta menos probable que, sin una formación vocacional sólida, los alumnos desestimen estudiar en un pre para graduarse como obreros calificados o técnicos medios, sin que ello demerite el trabajo de nadie.

Más de un talón de Aquiles tiene la ETP en Ciego de Ávila, a juzgar por lo que Odalis Trujillo Navarro, jefa del departamento del nivel educativo Técnica y Profesional, dijo a Invasor en días pasados. Y la formación vocacional es uno de ellos.

Porque si no hay incentivo desde los grados precedentes, o al menos un lazo estrecho entre los escolares y su futuro centro de estudios, es imposible pretender que los muchachos se decanten por carreras de perfiles técnicos cuando apenas conocen de qué va cada una, y, por consiguiente, no tengan la certeza de cuán sólido será su futuro laboral.

Lo digo por las dudas que vi en Melisa cuando me hablaba de sus experiencias después de egresada de uno de los 14 politécnicos con que cuenta nuestro territorio. Ya ubicada en un centro de trabajo para cumplir su servicio social, y con solo 19 años, me cuenta que de Informática, la carrera que escogió, está aprendiendo ahora.

“Y eso porque en el trabajo puedo sentarme en una computadora a cacharrear el equipo y busco tutoriales en Internet, porque a una amiga la ubicaron en un lugar donde ni computadora tiene y se pasa el día sentada detrás de un buró sin hacer nada.”

Habría que entrevistar a cada uno de los graduados que ahora está en adiestramiento para conocer sus experiencias, pero del criterio de Melisa hay dos conclusiones que saltan a la vista. Una, que nada justifica el graduarse sin tener nociones de la carrera; para eso está el estudio individual, la preocupación personal de no ser un estudiante mediocre que pasa por la escuela pero la escuela no pasa por él.

La otra se relaciona con el segundo punto débil de la ETP en Ciego de Ávila, y es la retención de los educandos para la culminación del ciclo de estudios. Vuelvo a la idea inicial: si no existen incentivos por parte de las escuelas y sus profesores es muy lógico que, solo en el curso 2019-2020, 439 jóvenes, distribuidos por todos los años, abandonaran ese nivel educativo para matricular en un preuniversitario, comenzar a trabajar para adquirir solvencia económica, o quedar desvinculados por completo de la escuela.

Si años atrás una base material de estudio de calidad y suficiente era problema, ahora ya no es dolor de cabeza. Odalis Trujillo Navarro asegura que los institutos avileños cuentan con módulos para soldadura, carpintería..., en esencia, todos los recursos necesarios para el desarrollo de habilidades. Tampoco la cobertura docente, porque, a falta de 67 profesores para completarla, los contratos por hora y los 135 especialistas vinculados a la producción garantizan más del 95 por ciento de las plazas.

Tal vez ese poco más de cuatro por ciento faltante sea una —y aclaro, una— de las razones por las que Melisa terminó insatisfecha sus estudios. Tal vez la brecha de desconocimientos se acortara si, antes de graduada, ella hubiera tenido contacto directo con aquellas instituciones que solicitarían su servicio, como ahora lo hace la Sociedad Cubana para la promoción de las fuentes renovables de energía y el respeto ambiental (CUBASOLAR) con los alumnos que impartirán clases de electricidad.

Tal vez la ETP del 2021 sea muy superior a la de mis tiempos de secundaria, pero que nadie dude que falta trabajo por hacer y muchas Melisas por evitar.


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