Esta mañana me puse el pulóver gris con el “Fidel, el mío” en letras rojas y verdes, y salí a la calle. Antes de llegar a la esquina una amiga me saluda: “No sabía que eras tan revolucionario”. Nos reímos.
Normalmente, uno se viste con la ropa que supone mejor le quede y en oportunidades, para hallar una reacción positiva de parte de nuestra pareja, colegas de trabajo o familiares. Queremos estar comunicándonos con el mundo exterior la mayor parte de nuestro tiempo y, por ello, hacemos visible una buena parte de nuestro universo interior.
A veces la necesidad nos lleva a ponernos sobre el cuerpo lo primero que se puede encontrar o comprar, y si tiene letrero o no, la calidad e intencionalidad nos importa menos.
Pero cuando podemos elegir la ropa que usamos según nuestros credos y todo lo que conforma nuestra psicología, nos sentimos orgullosos de reforzar lo que somos.
Mucha gente que no me conoce se imaginará que siento predilección por el Futbol Club Barcelona, por la enguatada que poseo para regocijo de mi yo deportista. O los tantos otros pulóveres con símbolos y letras de los eventos en los que he participado y de los cuales me siento cómodo de haber formado parte en concordancia con mi yo social, cultural. Todavía me resigno a deshacerme de ellos porque me son valiosos y forman parte de mi historia personal.
Los letreros en las prendas de vestir tienen una función que no es solo comercial. También son comunicadores de un mensaje o el reforzamiento de una cultura.
“Fidel, el mío”, es una frase que se construye desde la cotidianidad del cubano. Puede estar en boca de un adolescente, un joven, un adulto medio. Representa la manera subjetiva de apropiarse de una figura, en este caso política, y hacerla propia. Además de que pudiera ser el hecho familiar de sentirlo como un hermano, como “el mío” que empleamos cuando alguien nos resulta muy cercano.
Es alguien tan entrañable en mi vida que pareciera un familiar. Así, su presencia ha marcado momentos que me resultan historialmente importantes: mi primera misión internacionalista, el período especial…
A diario veo personas que usan ropas de marcas, con o sin letreros, y enseguida pienso si sus filosofías de vida giran en torno a eso que visten. Los percibo entonces, como maniquíes o modelos en la pasarela de la vida.
Recuerdo que cuando bautizamos a mi niña, había un padre con una camisa blanca, y que detrás tenía un dibujo a todo lo ancho de la espalda, de una cruz gamada invertida más un texto en inglés que nunca leí. Aquella imagen me pareció fuera de lugar no solo por el contenido ateísta que reflejaba, sino, también, por el impudor que aquel sujeto demostraba al portarlo. ¿Sabría el significado de aquello que esplendía como un buen dibujo? Supongo que en casa, antes de salir, solo se haya percatado del modelo de las mangas largas y no en el contenido del dibujo y el letrero.
Un individuo que se sienta parte de su colectivo laboral estará satisfecho al usar un pulóver con el letrero que lo identifique como parte de ese grupo. Alguien que esté en consonancia con un sistema político será feliz de portar alguna prenda que refuerce su afiliación. Además, para cualquier grupo o tribu urbana es más fácil aceptar a alguien que lleve puesto una vestimenta que los identifique ya sea por un logo o letrero, porque podría suponerse que si lo usa es, de antemano, por aceptación.
Pero también puede ocurrir todo lo contrario. Alguien que porte un pulóver con mensajes xenófobos o racistas será muy mal visto en un barrio o comunidad de emigrantes. Igual los de índole machista serán totalmente rechazados en un grupo conformado por mujeres.
Y es que la asociación que se hace entre el texto incrustado y la personalidad del portador es muy fuerte.
Cuando finalmente llego a mi puesto de trabajo, lo primero que me dice uno de mis colegas es, “yo también tengo el mío” y entiendo que se trata del Fidel en letras rojas. Me río. Sé que “Fidel, el mío”, está orgulloso de llevarlo conmigo.