Hay una línea divisoria, poco nítida, casi imperceptible, entre la desinformación y la especulación. Pura lógica; la primera desencadena la otra; es un ámbito propicio para que el rumor se extienda a sus anchas.
Achacarle al cubano que le es inherente el chisme, que le gusta correr la voz y tergiversarlo todo, es mitificar lo que lleva detrás, la mayoría de las veces, espacios vacíos de datos, proyecciones, etc.
La gente comenta porque la realidad que le envuelve, tan cambiante, tan convulsa, trae siempre nuevas cosas de las que hablar, de las que comentar. Pero, cuando esas transformaciones preocupan demasiado, porque afectan su cotidianeidad, no se hace esperar el “fulano le dijo a mengano que…”. Y aunque esos fulanos y menganos no son fuentes confiables, los demás escuchan y repiten: algún esclarecimiento necesitan sobre el acontecer.
Bajo el escudo de lo que es clasificado, o no puede ser divulgado porque afecta la seguridad nacional, la información, que es pública y un derecho inviolable, se aleja demasiado de su destino.
Nosotros, periodistas, quienes apostamos por ser esos facilitadores, el puente entre las instituciones y los lectores, y viceversa, somos blancos asiduos de esas barreras que no pocos colocan. Más allá de las malas prácticas y la falta de “olfato” reporteril, llegamos tarde a la información porque, después que ya está en la vox populi, totalmente tergiversada, se decide desde “instancias superiores” ponerle claridad al asunto y entonces somos ese canal.
Además de las quejas constantes del gremio, en la calle no es más feliz el panorama.
De pronto se llega a un establecimiento y está cerrado; se repite la visita por varios días y lo mismo; no hay nadie para preguntar qué sucede y, al cabo de algunas semanas, tal vez, encuentra un pequeño papel pegado en la pared: "En reparación". O, peor, una de las tiendas móviles a la que iba a comprar detergente al regreso del trabajo, ¡pum!, desapareció sin saber detalles.
Es probable que lea y recuerde alguna experiencia, o evoque otras, como la de las largas colas en los bancos para cambiar dinero porque se especulaba sobre una repentina unificación; productos alimenticios y de otro tipo, altamente demandados que, repentinamente, desaparecen de la red de comercio y, ante la ausencia de ellos y de explicaciones, comienza la desesperación.
En una sociedad que aboga por el protagonismo del pueblo, este no puede estar ajeno a lo que incida directamente en su subsistencia. El temor a divulgar y que luego se hagan interpretaciones erróneas, no puede ser justificación. Pensar por los demás, es demasiado perjudicial; bloquear desde este lado, nos hace daño; intentar “proteger” de esto o aquello que se va a decir, solo invalida la capacidad de la población para procesar y hacer lecturas múltiples de lo ofrecido.
Se necesita seguir perfeccionando, modificar o cambiar totalmente los canales y las vías que están entorpeciendo ese diálogo entre autoridades encargadas y los ciudadanos. Hay que sondear la opinión con más intensidad, con el propósito de accionar de manera efectiva a partir de los resultados.
La verticalidad de la toma de decisiones nos lacera demasiado también. ¿Por qué, además de informar tarde sobre una decisión, se hace, en tantas ocasiones, sin una consulta popular previa para llegar a consensos con la mayoría? La ciudadanía tiene que empoderarse más, tener activa participación, porque es para ella y para la satisfacción de esas necesidades que se trabaja.
Reflexionar sobre los altos costos y el sentimiento de inconformidad e insatisfacción que conllevan las malas prácticas comunicativas, hará que el camino por corregirlas vaya construyéndose y nos sintamos cada vez menos desinformados.
Sin embargo, hay que reconocer que en estos tiempos, han aparecido en la prensa nacional, artículos muy válidos, donde se arroja luz respecto a problemas de nuestro país, incluyendo algunos temas tabúes.
Muy bueno ver esas transformaciones, pero sigue siendo insuficiente para un país que ha tenido mucho secretismo, triunfalismo y chovinismo entre otras cosas negativas.
primero.hacer una ley de COMUNICACION
segundo, que la prensa tenga AUNTONOMIA PROPIA.
brmh