Lo primero que miro cuando llego al apartamento donde viven Jesús Lacerda Adán y Lisy Gutiérrez Zayas, tras superar el paso podálico y sentarme cerca del balcón, es la guitarra que hay sobre el sofá, sepultada entre cojines, peluches y hasta una lámpara fluorescente.
"Él está terminando unos trabajos", lo excusa Lisy con la bondad de quien está acostumbrada a recibir las visitas en medio de los procesos creativos del esposo.
Cuando llega, sonriente, y dispuesto a contarle su vida a una completa extraña, empieza casi casi, por la guitarra.
La vocación de artista era tan fuerte que se sintió desde muy chiquito en Gaspar, de lo que hoy es el municipio de Baraguá, donde su mamá tenía que llevarlo a todos los bailes para que él se parara cerquita de los músicos, embobecido.
"Mi papá, que tocaba el tres, decidió enseñarme". "¿Qué edad tenías?", le pregunto, por aquello de que la música hay que aprenderla cuanto antes. "10 u 11 años", dice. Y apenas podría imaginar, pienso, cuando tocaba unas cuerdas por primera vez, que medio siglo después sería capaz de escribir música de cámara, o componer para una obra de teatro.
"La primera oportunidad que tuve fue gracias a que el tresero de un grupo del barrio se emborrachó en una fiesta. Yo había prestado un par de tumbadoras para la fiesta y gracias a eso me dejaban entrar y salir como si nada. Eso, para un muchacho era tremendo orgullo, así que yo entraba y salía hasta por gusto, y el director me llamó y me dijo que si yo me atrevía. Le dije que sí, me atreví y salió bien la cosa. Al rato me llamó y me dijo tú eres el que se queda."
Pero el tres se le quedaba chiquito. Por si hay algún cubano que no lo sepa, esta es la explicación: el tres tiene seis cuerdas, agrupadas por pares, que según Jesús, suenan igual. "Realmente son tres sonidos". Así que en las seis cuerdas libres de la guitarra vio él una oportunidad.
"Yo no tenía ni profesor ni guitarra". Así que acabó poniéndole pitas de pescar al tres para transformarlo, y comprando un libro disparate que se llamaba Aprende a tocar guitarra en diez días ain profesor. "Nadie puede aprender a tocar un instrumento en diez días", se ríe. Por lo menos del libro aprendió los acordes básicos.
Para entonces, su padrino tiene la idea de contactar con el director de la Banda de Conciertos de Ciego de Ávila para que le diera clases. Nada menos que el señor César Alberti.
Fue toda una revelación. "Lo primero que me aprendí fueron las escalas. Son siete notas musicales, que, combinándolas, puedes hacer toda la música del mundo. Se parten en semitonos y se convierten en doce, pero de ahí no pasan", explica con voz de profesor bueno. Canta la escala y luego la imita en el lenguaje de la guitarra. "Me di cuenta de que el dedo este —toca una guitarra imaginaria— en el tercer traste de la quinta cuerda daba la nota Do, y ahí descubrí algo bueno, que servía para leer (música)". Así completó la escala y hasta se percató de que el libro tenía errores.
Dos años estuvo estudiando solfeo con César Alberti, en el local donde guardaban los instrumentos. Dos años mientras aparecía el saxofón que tanto quería. Para entonces, ya Jesús tenía responsabilidades de esposo y padre.
"Yo fui padre desde los 17", dice como quien se espera la sorpresa. La novia de la adolescencia vivía muy lejos, y las visitas "eran una odisea". Así que a los 16 decidieron casarse. Allí mismo, en Gaspar, nació entonces uno de los doctores más prestigiosos de la provincia: el neurocirujano Ángel Lacerda Gallardo.
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Los estudios de solfeo, saxofón y teoría musical se acabaron compaginando con la vida familiar el trabajo en el Combo de Obregón. "Combo era una palabra que se usaba mucho en esa época". "Ahora también", bromeo yo, pensando en los de TuEnvío y en las nuevas modalidades de comercio que ha dejado la pandemia en el mercado informal. Pero él retoma, serio, su explicación. Mientras las orquestas tienen formatos fijos, como las charangas, por ejemplo, los llamados combos eran grupos donde podías unir cuantos instrumentos quisieras. Y este le debía el nombre al apellido del director.
Poco tiempo pasó para que César Alberti le confiara un lugar en la orquesta Intermezzo. "Yo era un alumno muy querido, porque él sentía que había aprendido todo lo que me enseñó", dirá Jesús un rato después, cuando ya la historia vaya por el momento en que también se quedó como director de la Banda de Conciertos.
En Intermezzo aprendió a hacer arreglos musicales, "empíricamente", dice tras unos segundos de buscar la palabra, estudiando las partituras de los demás arreglistas. Fue en los 70 cuando César le dejó la dirección de la Orquesta. Y más o menos cuando se hizo voluntario de la que sería la escuela Ignacio Cervantes.
"Dábamos clases donde fuera, porque no teníamos local. Lo mismo en el cine que en el museo, sin pizarras. Casi todos los músicos de esa épocia fueron mis alumnos."
Mientras la escuela se oficializada, Jesús conoció en los seminarios a Armando Romeu. "El tío de Zenaida Romeu", acota. "El tenía un curso de orquestación y composición por correspondencia, que decían que nadie terminaba de pasar". Jesús le prometió acabarlo, y para eso se levantaba tempranito en medio de las giras en que hacían música popular. No era fácil.
Fueron años de tocar de madrugada en pueblos de todo el país. "No era como ahora que los músicos hacen giras en guaguas cómodas, que los ves llegar en Transtur. Había veces que amanecíamos en las tarimas, porque el chófer se emborrachaba, y nadie nos venía a buscar. Yo veía a la gente salir con los litros a comprar leche, y nosotros ahí. Esperando".
El sacrificio de ser alumno de Armando Romeu lo puso en la pista correcta. "Siempre me ha gustado escribir. Porque es crear. Tú tocas un baile y al otro día se fue, se olvida. Pero cuando escribes dejas una huella". Cuando habla de esto la voz se le vuelve a poner suave, como cuando explica de música.
“La orquesta —retoma el hilo— tenía un problema. Todos los trompetas empezaron a retirarse y no había relevo. Así que creamos un grupo más pequeño, que se llamó Yakeré."
El nombre venía de los instrumentos africanos batá iya y chekeré (del compositor y saxofonista no hay más que respeto a la música popular y folclórica, cero snobismo). Con Yakeré recorrieron la isla entera, acompañaron a los artistas de gira y grabaron en los programas de televisión más famosos de la época. Después fueron Sonido Ilimitado y Los Láser los que figuran en las hojas de vida. Estando en ese último, como director, pasó también a dirigir la banda, y con responsabilidades altas como profesor.
Un día un músico de gira escuchó al pianista de Los Láser tocar una partitura suya. Fue el inicio de varios meses de convencimiento, para llevárselo a Las Tunas a dirigir Los Surik. "Era una orquesta que sonaba como si fuera un disco. Aquello era la perfección".
Cuando al fin dijo que sí, estuvo un mes sin venir a casa. "Qué clase de gorrión. Yo decía, ¿qué hago yo aquí?", mientras se preparaba para tocar el bajo.
Las giras fueron poco a poco más lejos y más comunes. A Barcelona. A Cancún. Se portó como un perfecto fanático cuando conoció al baterista de Maná. Como el guajiro de Gaspar que era cuando se vio entre limusinas y cordones policiales, en una gala donde estaban Arnold Schwarzenegger y Sylvester Stallone.
Pero regresó pronto a casa. "En las giras, cuando regresábamos de Occidente a Las Tunas y yo pasaba por Ciego, pero tenía que seguir, yo veía que el sol era más brillante y los colores más bonitos. Fíjate como yo estaba, psicológicamente".
Aquí entró como músico a la Banda de Conciertos, y luego a la cayería norte. " Las cosas también se estaban poniendo más difíciles para los grupos. Había problemas con el alojamiento".
Tras 15 años trabajando para el turismo, cansado y con úlceras estomacales, empezó como arreglista en la Banda de Conciertos de Morón, donde permanece como saxofonista hasta hoy.
Sólo entonces se pone a nombrar las más grandes alegrías de su carrera. Y los más grandes retos. De estos últimos, cumplir con la rigidez de los requisitos al ser arreglista de las tribunas abiertas o de los bastiones de las FAR. Hacer "música descriptiva", que contara, por ejemplo, una agresión militar a Cuba.
Hacer música de cámara, donde, explica, hay que armonizar cuartetos de instrumentos de cuerda, donde cada cual "va por su lado", sin la ayuda de instrumentos armónicos como el piano. "Al piano se le llama así porque puedes tocar varias notas a la vez".
Dirigir a un coro de voces o hacer arreglos para una sola canción con varios intérpretes, porque "todo el mundo no canta en el mismo tono", y ejemplifica los contratos femeninos y los barítonos y tenores masculinos. "Perdóname que te esté dando una clase".
De las alegrías, arreglar 12 boleros clásicos, de los nuestros, para un concierto llamado "De Canarias a Cuba", del español Goyo Tabío. Componer para D'Morón Teatro. Orquestar los festivales musicales de toda la provincia.
Lisy le ayuda a que no se le pase nada por alto. Viene. "Yo estoy en el cuarto, pero escuchando", y sonríe. 29 años juntos, compartiendo profesión y talento, bastan para que ella pueda ser muy bien quien diera las entrevistas.
Enseguida acotan que a ellos el tiempo se les va volando. Que siempre están ocupados. Ella dice que siempre para las mujeres es más difícil, refiriéndose a un machismo del que no se queja. Porque en esa casa las discusiones son por que los dos quieren fregar. "Eso es tremendo", dice él. "Nosotros llegamos juntos del ensayo en la Banda, y yo vengo súper cansado, pero ella está cansada igual que yo, así que no puedo dejarla a ella hacerlo todo".
El día es así de armónico. Jesús trabaja (casi siempre escribe por encargo, o estudia), por las mañanas y por las tardes. Lo invariable es almorzar, ver televisión y dormir un rato ("porque escribir me cansa tanto como si hubiera cortado un campo de caña"), y tomarse el café de las cinco en el balcón, juntos, y acompañado del cigarro. Tienen días más convulsos, pero esta es la norma. "Ya últimamente lo que más me gusta es escribir. No es que ya no me guste tocar, pero escribiendo música es como vas dejando. Que alguien te escuche en la radio, que tengas una obra, así es como queda la música de Bach, de Beethoven, de Brahms, de toda esa gente".
"Ya me respondiste la última pregunta", le digo y se alegra. Lisy lo peina para la foto y los tomo desprevenidos. No hay nada de pretencioso en la casa del “destacado orquestador, compositor, saxofonista y guitarrista”. Ni una sola mención de su reconocimiento como Hijo Distinguido de Ciego de Ávila. Ni paternalismo al explicar qué es el color en música. Jesús es diáfano. Con una voz limpia. Despistado. Despeinado. No hay más pretensión que cumplir con el niño maravillado que visitaba los bailes. Poder mirar atrás y decirle: “lo hicimos bien”.