Bajo los portales, el verso

La oscuridad es el anatema a la que nos expían por ser contradictoriamente diferentes. Es esta oscuridad y su efecto combinatorio de claroscuros donde nos atrapa la poesía de una ciudad, integrada por poetas que desde la luz o las tinieblas de los portales hablan.

La poesía avileña, al igual que la ciudad, se arma, adversidad tras adversidad. Cada generación de poetas se apropia de tenebrosas imágenes y rememora el espinoso peregrinar de sus vidas desde la adolescencia hasta la cruda realidad de la juventud con el descubrimiento de la sexualidad.

Imposible obviar el rostro de la familia, que cual espejo se refleja en cada estrofa. La poesía como un ser humano crecerá para ir sorprendiendo verso tras verso, cuaderno tras cuaderno, como ciudad, tiempo y hombre se parecen.

Los poetas avileños, en su gran mayoría, emergieron de diversos talleres literarios, unos desde las casas de cultura, desde talleres como el Javier Heraud, de Morón; el César Vallejo. de Ciego de Ávila; y otros, como los poetas cultores de la décima, desde los paisajes de Florencia y Chambas. Sin olvidar la indiscutible acción de la asesoría literaria desde las brigadas culturales Raúl Gómez García, la Asociación Hermanos Saíz, la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, y desde la propia Dirección de Cultura. Las oficinas y salas, la sombra de los árboles, o la tranquilidad de los portales se llenan de poesía.

Cada poeta escogió el sendero, sendero de selección de estilos en cada oración, los cuales acreditan la proximidad a disímiles escuelas poéticas, unos afiliados bajo la nobleza y sencillez de la décima, otros acercándose a poetas europeos y norteamericanos. Y, por supuesto, a la indiscutible autoridad de la poesía hispanoamericana.

La poesía avileña tiene zonas de lacerantes confesiones, de mujeres y hombres que dejan de ser carne y rostro para dejarse volver versos. Poetas como Ileana Álvarez, Carmen Hernández Peña, Mayda Batista, Reyna Alonso ponen cuestionamientos vitales sobre la vida, la maternidad, el deber impuesto en absurdos rituales del matriarcado, la vida, las horas, y el tiempo.

Otros desde la soflama nacida de la súplica nos recuerdan cuán permeados estamos los huéspedes de esta ciudad de los hilos de Dios. La religiosidad aparece sin afeites para agradecer o maldecir. Vivian Vila, Modesto San Gil, Pedro Alberto Assef y Francis Sánchez rezan desde sus libros. Y cada cuenta del rosario pasa de la simple contemplación al cuestionamiento frente al propio Dios, sin miedo de pisar infiernos en vez de Edenes.

Tal vez porque una ciudad es una fracción del mundo y el mundo es parte de la úlcera del tiempo. Todos de una manera u otra se vuelven columnas que sostienen sus propios techos, soportar la poesía como casa es volverse hombre y mujer desde la palabra.

Poetas como Arlen Regueiro Mas, José Rolando Rivero y Otilio Carvajal hacen que vocablos como familia, sociedad, vergüenza y sexo confluyan en un diálogo entre la decencia y los cánones de la conducta social, con el riesgo a asumir responsablemente lo que se es y no es. Los versos aparecen entre zonas marginales y citadinas, como si otra vez la ciudad fuera los abrazos de la madre cuando el hijo regresa de las guerras inválido de volverse pasos.

PortalesHumberto del Río

En esta ciudad de niebla, los versos dibujan los planos de la calle y juegan con simétricas formas de confección, como si cada estrofa fuera el propio eclecticismo de la arquitectura que la define. Así los poetas parten sus versos a la contraorden de lo pautado en las reglas poéticas, encabalgamiento, ausencia de signos de puntuación, elementos visuales, y otros aparecen desde la combinación de símbolos, esquemas, cálculos matemáticos, elementos de las artes plásticas, y de las ciencias.

Herbert Toranzo, Eduardo Pino, Elías Henoc y Leidy Vidal, irreverentes, se desnudan en un escandaloso acto de creación, con el testimonio de una generación tan perdida como aquella que mereciera ese nombre en el pasado siglo.

Los poetas y sus versos van en tránsito por la época de un país. En él reencontramos el lugar donde quedaron la huella del cigarro o las aguas residuales, mordidas por el odio de los perros o barridas por la amargura del barrendero. Las carencias cotidianas, las crisis, el tiempo, el país y el enfrentamiento a las horas aparecen en las voces de los entonces jóvenes poetas, y es ahí donde el Premio Poesía de Primavera juega un papel incuestionable.

Erich Estremera, Aniek Almeida, Luis Martínez Carvajal y Yanaris Valdivia, irrumpen con cuestionamientos que provocan el escándalo de los acomodados jueces que disfrazan su dolor con verso. También llegan viajeros, y se hermanan ciudades, conductas, y los versos, como si los climas cambiaran de dirección las saetas. Lídice Alemán, Martha Núñez, Miguel Ángel Ochoa y Liuban Herrera Carpio reajustan otros paisajes y cuestionamientos en su poesía.

La poesía avileña va creciendo, envejece y madura. De este modo poetas como Heriberto Machado, Yamila Ferrá e Iracema Díaz se visten del uso de añejas palabras, combinan estructura con la ancestral herencia de léxicos. Sin distinción, miran una vez más a un país extraño como ellos.

En esta ciudad poética, cada fachada muestra su autonomía, como también los poetas muestran sus hechuras, cada uno arquitecto de su propio recinto. Los cultores del juego numérico de la métrica, rompen toda cimentación y el reto entre décima plantea el duelo: la costumbre mansa de Pablo Díaz, Volpino Rodríguez, Gilfredo Boan, Roberto Manzano, Rigoberto Fernández, Marisol García de Corte, Roberto Bonifacio y Armando López Rondón, enfrenta el discurso desvergonzado de Álvaro Martín Peraza, Leoneski Buquet, Llamil Ruiz y Ramón de Corte.

Cada poeta avileño nace desde la pluma, y como sus paredes viejas, a falta de la perseverancia, cae demolida por la humedad y el abandono. Así se desnuda un poeta y en sus versos cohabitan mujeres y hombres, una época, la sociedad, el país y la esencia toda de las cosas que llamamos vida para salir desnudos de la página final, sin pulcritud ni deudas con la moral del hipócrita que nos inventó la ropa.