Yoan Luis Haití: “Es más difícil ser entrenador que jugador”

Desde principios de la etapa clasificatoria de la Liga Superior de Baloncesto 2023, Yoan Luis Haití tuvo que asumir la dirección de Los Búfalos de Ciego de Ávila. Invasor le pregunta sobre ese nuevo rol

Yoan Luis Haití está preso. La maldita línea en el tabloncillo que separa el banco de la cancha no la debe cruzar. Apenas pisa la pintura con la cabeza gacha y hace oscilaciones. Como si dijera que no, como incrédulo. “Por qué car…jo no puedo entrar al juego”, se recrimina. Nadie es capaz de atrapar los rebotes como él. Indica que lo hagan con ambas manos para que no pierdan el balón. No lo escuchan. Se molesta. Poquísimo exterioriza.

¿Cuánta furia retiene un tipo al que le apodan “La Mole” por medir dos metros y un centímetro y pesar como 130 kilogramos? Se da un aire a Michael Clarke en La milla verde. Paradójicamente, su fe no quebranta. Piensa que activo todavía existieran posibilidades verdaderas. Le pide tiempo al árbitro. Con tablilla y plumón en mano precisa posiciones y plantea la estrategia. Muestra serenidad ante su equipo. El reloj termina el partido. No fue posible esquivar el fracaso frente al rival débil de la Liga Superior de Baloncesto. Alza la barbilla. Un hombre puede estar derrotado; pero no destruido, y que Ernest Hemingway perdone el dislate.

Esa noche a Yoan Luis Haití le costará conciliar el sueño. La almohada lo gardeará, le arrebatará la anaranjada y donqueará. Rememora que, en la discusión de la medalla del primer oro, Los Búfalos cedieron contra Santiago de Cuba un choque y que ese día no comió. Nadie comió. Al siguiente aventajaron por más de 30 puntos a los indómitos. Y ganaron el primer título. “Eso es vergüenza deportiva”, afirma.

Sigue reprochándole a la Comisión Nacional de Baloncesto que no le dejaran formar parte del cuerpo técnico de Los Búfalos de Ciego de Ávila y jugar, “si el reglamento no dice que no puedo y en cualquier deporte se hace; no entiendo por qué la negativa, cuál es la intención, cuál es el interés”.

Elegir incluía la misma expectativa de un tiro de larga distancia: vale tres puntos, pero las probabilidades de fallar aumentan. Seguir driblando, tomando rebotes, atacando el aro, era engrandecer más, si es que se puede, su leyenda o era el riesgo de que la última imagen no fuera levantando el título.

“Me decidí a acompañar al profesor Julio Muguruza. Él, en lo personal, me pidió que lo ayudara. Igual, ya tenía en mente el retiro y qué mejor que estar de asistente de los compañeros míos, brindándoles mi experiencia”.

Muguruza prefería menos reflectores. Estar a la sombra de los éxitos. Ser el asistente él. Una vez que Jorge García Quintero ―director de los Búfalos en la anterior Liga Superior de Baloncesto― no regresó a Cuba, le tocó a Muguruza tomar el mando, “quizás contra su propia voluntad”, especula Haití a modo de chiste. Lo cierto es que ese puesto no era para sí. La presión de la responsabilidad lo enfermó. El dictamen médico le imposibilitó asistir a la sala techada Giraldo Córdova Cardín, incluso, de aficionado.

haití 5Así, de imprevisto, sin que se hubiera practicado la jugada, recibió el balón El Papa ―sobrenombre que le pusiera desde chico uno de los entrenadores más influyentes del deporte ráfaga avileño, Rogelio Pambo del Sol―.

“Sinceramente, fue un golpe. No estaba preparado. No me sentía listo. Igual, tenía que darle el frente a la situación. En la vida yo he tenido muchas pruebas. Esta ha sido de las duras, porque para otras te planificas, sabes que vienen en camino, te anticipas. Creía que en par de años es que iba a ser director.

“Es una nueva experiencia. No es lo mismo ser jugador que ser director. Son dos lugares diferentes. Son dos responsabilidades distintas. Es más difícil ser entrenador que jugador. Yo pensaba que no. Porque tienes que saber mezclar y lidiar con muchas mentalidades diferentes”.

No se concibe aún en calzados y pantalón elegantes, combinándolos en tonos de beige y un pulóver de cuello blanco, impoluto, con el logo de Los Búfalos a la izquierda, sin sudarlo. Si también le hubieran permitido jugar no dejaría de chirriar las zapatillas altas ni se quitaría la camiseta del 12 en la espalda.

Con la vista busca a Yasser Rodríguez. Le llama. Le señala con el dedo a la cancha y le da algunas indicaciones al oído. “No es nada que no sepa”. Es el señalamiento a lo que faltó para que apliquen bien las rotaciones y conviertan tantos. Yasser fue organizador y, aunque le cambiaran de posición, continúa siéndolo en visión y en carácter.

El capitán de Los Búfalos no pudo jugar casi en el partido porque está con gripe. Es Vanier Reyes, de la vieja guardia, La Muralla, el que hace el trabajo sucio, el guardaespaldas. “Puede que no esté en buena forma física, que no corra, mas siempre lo querré en mi equipo”, confiesa Haití.

De alguna manera él se ve en los dos. Fue pívot y por eso entiende la necesaria brusquedad debajo de la canasta de Vanier. Reitera: “Se debió colegiar más para que yo jugara”. Es director y por eso insiste en la necesaria aptitud de Yasser. “La mejor dirección es dentro de la cancha”.

Sin otro remedio que jugar solo el papel de director, Haití destroza los cánones de ser impulsivo, de dar brincos insatisfecho y hasta de soltar alguna mala palabra. Se mira en el espejo de la National Basketaball Association (NBA) para luego lucir a la altura de sus homólogos. “Con el marcador cerrado, a segundos de que termine el partido, los entrenadores, tranquilos. Grites o no, la acción depende del atleta”.

De la liga estadounidense no intenta aplicar el resto de formas. Aterriza. Da “Me gusta” a las publicaciones en Instagram de un técnico español. Se refugia en los consejos de Jesús Matos. Recuerda los sistemas tácticos que captó de torneos internacionales. En la práctica los explica para que los jugadores, primero, los hagan caminando; al dominarlos exige aumentar la velocidad y, por último, añade quiénes contrarresten.

“La dificultad es que cada uno sabe qué va a hacer el otro, por dónde va a cortar. Ahí interpretan bien las jugadas. En el partido no las concretan, a veces, por desorganización. No juegan duro tampoco. No bloquean muchos rebotes. La defensa no se enseña. Es entrega. Es tirarse de cabeza por el balón. No es general, son algunos los que se acomodan, los que les falta…”, argumenta sin subir el tono de su voz.

En su filosofía las dos claves son unión y actitud. Haití prefiere, sin dudarlo, un equipo de mediano rendimiento fusionado, que salga con ímpetu a la cancha, a uno “Todos Estrellas”, sin pasión.

A los que nombra los “antiguos Búfalos”, ganadores de cinco coronas consecutivas, estaban albergados en escuelas de iniciación deportiva matando mosquitos. Rozaban diariamente. Se prestaban ropa, dinero para comer. Salían, inseparablemente, a fiestas. Vertían esa química sobre el contrario.

“Si uno solo no sintoniza con los demás el equipo no funciona. En pleno juego, a veces, por ejemplo, hay un jugador adelantado y no se la pasan. Entonces, ese se molesta, se predispone y no rinde igual. Hay que sacar a quienes hacen daño, a quienes transmiten energía negativa. La mala vibra nos hace perder”, apunta.

Haití se exige. Mucho, quizás. Insaciablemente. Sabe el potencial que maneja. No le basta con que Ciego de Ávila presente un ligero balance positivo en cuanto a victorias y descalabros que le asegura asistir a las semifinales de la Liga Superior de Baloncesto. Sin pretender justificar, sin motivos para ello, explica uno que otro imposible: “La preparación no fue la ideal por los cambios de fecha, la falta de seriedad, los muchachos se decepcionaban y no venían. Eso nos pasa factura ahora. Hemos ganado porque el adversario ha jugado peor que nosotros. Hemos ganado ‛perreao’. Pocas veces se han visto Los Búfalos de verdad”.

Aquellas causas conducen a la desmotivación. El número 10 de los Búfalos, William Granda, expuso parte de la realidad en Facebook: “una bandeja de arroz, chícharos, jamonada..., ¿es la comida de una competencia de primera categoría?”

“La dieta es fundamental, no solo por el físico de nosotros, sino porque este deporte es demasiado agotador, gastamos demasiadas calorías. El Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación (INDER), de conjunto con el Gobierno y el Partido, deben prestarle más atención a la segunda competencia de mayor importancia en el país. Las condiciones de manera general no son buenas. No se puede jugar pensando en los miles de problemas que dejaste en la casa sin resolver y en que, al regresar al albergue, tienes que cargar un cubo de agua para bañarte… Lo hacen por cumplir con el director que pasa los mismos trabajos. Es lógico que no podamos mostrar un buen rendimiento ni ser espectaculares”, confirma Haití.

Dariel Castellanos, a tres pasos del aro sin nadie que se le interponga, tiene la opción de engancharse allá arriba, clavarla y pegarse par de manotazos en el pecho; sin embargo, opta por dar un pequeño salto, como si se cuidara de una lesión inexistente, suelta el balón con cierta languidez y asegura dos puntos “insignificantes”. Castellanos formó parte del quinteto ideal en la anterior Liga Superior de Baloncesto, “y no lo elevaron en ese momento al equipo nacional. Le cortaron las alas. Él se preguntó para qué seguir. ─Ahora fue incluido en el equipo que representará a Cuba en los Juegos del Alba─. ¿Los contratados en el extranjero? Sí, deben tener un puesto seguro, sin descuidar a los de aquí para que aspiren al suyo y tengan enfoque, perspectivas”.

El discurso de Haití es de su talla: “Entrena. Entrena duro. No te acomodes porque te quedas ahí. El esfuerzo nunca va a ser en vano. Avanzar depende de ti. Marca la diferencia. Después del trabajo que pasaste... Cree en ti, en que puedes ser tú el hombre. Y si te dan la oportunidad, demuestra lo tanto que la merecías”.

A sus 41 abriles, a Haití la mentalidad pesimista no lo supera. Razones le sobran. La costumbre. Como aquella vez, cuando Los Búfalos perdieron dos veces de locales contra Capitalinos… La anécdota; la del Gato Silvestre, que les decía a los organizadores del torneo, un poco en broma, un poco en serio, que recogieran las medallas que todavía no acababa la final. ¡La clase de re-mon-ta- da! para levantar el cuarto trofeo.

Tanta confianza. Subir a lo más alto en diez ocasiones. Ser líder entre los líderes, siempre. Preguntarse “¿cuál es mi meta?” Y responderse “¿cómo que cuál? La etapa regular es una cosa, los play offs otra. Yo soy el actual campeón. Yo soy el director del equipo campeón”.

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