La última “misa” del Papa

Los entrenadores de otros deportes, al verlo por primera vez, hicieron sus comentarios: “Tremendo cuarto bate para Ciego de Ávila”. “Con esa estatura puede ser el portero de Los Tiburones”. “Esté será el nuevo Stevenson del boxeo cubano”. Pero no, aquel muchachito de apenas siete años tenía ya su futuro destinado. Sería jugador de baloncesto. Y tendría su historia en los míticos Búfalos de Ciego de Ávila.

La última corona

Transcurrieron 30 años de aquella visita de tres entrenadores de baloncesto a la escuelita moronense, en busca de talentos para la Escuela de Iniciación Deportiva Escolar (EIDE), y uno de ellos, Rogelio del Sol —los restantes eran Omar García y Moisés Bravo—, mucho tiempo después le confesó al periodista que no había que ser erudito para saber que en Yoan Luis Haití, había muchas esperanzas de que el deporte de las canastas en la provincia pudiera tener, a la vuelta de unos años, un hombre que se desempeñara de espaldas al tablero.

—Cuando recuerdo como fui captado, me doy cuenta que aquel proceder de enviar entrenadores cada cierto tiempo a las escuelas de toda la provincia debería ser una práctica cotidiana. ¡Cuántos talentos se perdieron porque nunca se descubrieron!

—¿Y qué piensas de aquellos primeros entrenadores?

—Todos lo que de una forma u otra trabajaron conmigo fueron personas enamoradas del oficio de formar atletas. Tal vez algunos sabían más que otros en el aspecto deportivo, pero todos contribuyeron mucho a mi formación y a que fuera la persona que soy ahora.

Bienvenido “El Papa”

—¿Lo del “Papa” viene desde aquellos inicios?

—Es que yo llegué a la EIDE con solo siete años. Mis entrenadores tuvieron que tener mucha paciencia conmigo, pues no me adaptaba ante mis compañeros que eran tres o cuatro años mayores que yo. El profesor Pambo siempre estaba insistiéndome en los entrenamientos y para todo decía: “Papa, tienes que entrenar; oye, papa, tienes que hacerme caso…” y a partir de ahí, quienes luego fueron mis compañeros de muchos años, comenzaron a llamarme así.

—Dicen que eres exigente con tus compañeros cuando los partidos se ponen tensos…

—De mis primeros entrenadores aprendí algo esencial del baloncesto. No es nada del otro mundo, pero no siempre se lleva a la práctica: este es un deporte colectivo. De nada vale que brilles en un partido, si el resultado final es la derrota. Yo disfruto como mía cualquier acción de juego de mis compañeros, tanto a la defensa como en ataque. Puede que en un determinado partido mi desempeño no sea el mejor, pero si al final ganamos, yo me siento como la “estrella” de la victoria.

HaitíTodos los grandes éxitos de Los Búfalos han contado con el aporte del Papa

—¿Y ese sentimiento es generalizado en Los Búfalos?

—Todos los triunfos de nuestro equipo no solo obedecen a la calidad de sus atletas, sino al concepto de colectivismo que siempre tenemos como bandera. Y te digo más, no solo en el tabloncillo somos uno solo, sino en el resto del tiempo. Cuando jugamos fuera de Ciego, nadie sale a la calle por sí solo. A donde va uno, vamos todos. No olvides que la gran mayoría de los jugadores que han pasado por nuestras filas han sido formados por técnicos que desde pequeños nos enseñaron a eso.

El Papa tuvo la oportunidad de tener como compañero de equipo a Geoffrey Silvestre, uno de los mejores baloncestistas cubanos de todos los tiempos…

—¿Qué hay de verdad en aquello de que, en los primeros años del equipo, le decías al “Gato” Silvestre que se lanzara al ataque con todo, que tú le “cuidabas las espaldas” en el sector defensivo?

—Él era un jugador excepcional. Recuerdo que en un Torneo de Ascenso, ante Cienfuegos, anotó 60 puntos. Ese día, incluso, en un solo cuarto sumó 22. Eran increíbles sus habilidades para anotar. Cuando el partido se nos ponía bien difícil, de mirarnos nos entendíamos. Ya no tenía que decirle nada. Que yo me iba a multiplicar en defensa y rebotes defensivos. Sabía que, si el balón después llegaba a él, era casi canasta segura.

—Has podido jugar con los mejores jugadores cubanos de este siglo. ¿Hay alguno que mencionarías en primer término?

—Tal vez muchos no coincidan conmigo, pero siempre tendré presente al villaclareño Sergio Ferrer. No te voy a decir que fue el mejor, pero sí te puedo asegurar que ha sido el que más me ha impresionado en una cancha de juego. Hacía maravillas y tenía un alto sentido del colectivismo en los partidos.

—¿Esta décima victoria en la Liga Superior es la última “misa” del Papa en una cancha de baloncesto?

—Desde un poco antes de la pandemia, algunos de los jugadores que formamos aquel equipo de la primera década, tuvimos la idea de volver a reunirnos para comprobar si aún Los Búfalos tenían la fuerza de antes. Unos cumplíamos contrato en el exterior, otros estaban lesionados, pero hicimos el propósito de jugar unidos esta temporada. Algunos hasta renunciamos a contratos que aparecieron a última hora. Pero fue lindo el encontrarnos de nuevo en un tabloncillo.

“Por eso creo que es un buen momento para despedirme. Siempre pensé en dejar el deporte activo sin estar totalmente acabado como atleta. Que la afición, y los que jugaron conmigo, tanto en mi equipo, como de rivales, me recuerden como un jugador de cierto nivel. Y me voy, no solo con este décimo título, sino también con la frente alta”.

—Entonces…¿Adiós al baloncesto?

—Nunca romperé mis vínculos con la novia de toda mi vida. No tengo fuerzas para dejarla. Como asistente, estaré con Jorge García Quintero en los próximos equipos. Que amor con amor se paga. 


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