De haberse guiado por la discapacidad que Cintya presenta en una de sus extremidades inferiores, Algimiro González Jorge se hubiera “cuadrado” para decirle, redondamente, que no.
Si dijera linda, me quedaría muy por debajo de la realidad. La pequeña Cintya Jiménez Aragón es, sencillamente, bella.
Puedo imaginar el orgullo de sus padres, no cuando lean estos apuntes que le arranqué a la niña en el ocaso de un atardecer. No. Yo hablo de cada vez que ellos la ven abrirse paso por la vida, con esa aparente fragilidad tan distante de lo real, hablar resuelto y decidido, expresión adulta, candidez poro a poro y una mirada penetrante, que cautiva y no deja espacio ninguno para la esquiva.
Tal vez fueron esas “armas naturales” las que desarmaron al Comisionado provincial, sin otra opción que aceptar cuando ella se presentó en la Academia de Ciclismo, para pedir que le permitieran ingresar en el área especial.
De haberse guiado por la discapacidad que Cintya presenta en una de sus extremidades inferiores (determinantes, por demás, en un deporte como ese, en el que lo importante es pedalear duro, lo más parejo y estable) Algimiro González Jorge se hubiera “cuadrado” para decirle, redondamente, que no.
Pero en aquella mirada había mucho más. Había capacidades para subir al cielo y bajar un montón de estrellas.
Lo demostró la niña desde que, con cuatro añitos, domó la primera bici, a golpe de espuela sobre su metálico lomo.
Me atrevería a afirmar que, desde entonces, no se ha bajado más de esos medios que suelen horrorizar a padres y abuelos cuando niñas y niños salen a la calle encima de ellos.
¡Por supuesto que lo sabe Cintya! Por eso, sin matar su propia fantasía, anda con mucha precaución, tanta como la que pone mientras sortea, en zigzag los obstáculos que el profe ha situado para medir la destreza y habilidades de niños, entre 12 y 14 años de edad, que sueñan integrar un día “el Cuba” para prenderles fuego a los pedales y a las ruedas, en vuelta clásica por todo el país.
Si lo podrá lograr o no Cintya, nadie, ni ella misma, lo sabe. Lo que sí le queda claro a Algimiro es que nunca había visto a una niña tan intrépida y bella.
Por eso, con el pecho más inflado que un balón de oxígeno, se inclina frente a ella, en medio de la premiación a los niños con mejores resultados durante un concentrado provincial con fines de captación, le da un beso y le entrega lo que él define como la Medalla de la voluntad, de la abnegación y del sacrificio.
La pequeña siente que se le pierden las palabras. Un repentino ardor le quema los ojos. El resto, ustedes pueden imaginarlo.
es una lastima el championismo al que hemos llegado donde lo unico es ganar y ganar ejemplo es en nuestro deporte nacional.
el capitalismo SALVAJE, lo que impone es la ''competitividad'' desde niño cuando lo mejor es la COLABORACION.
incluso en los paises de la europa del este existio doping de estado para querer demostrar la superioridad de un sistema.
brmh