El XXV encuentro provincial de investigaciones del patrimonio cultural se realizó en esta ciudad con éxito total
Entre las paredes del museo provincial Coronel Simón Reyes Hernández, historiadores, académicos, escritores, portadores de tradiciones, se dieron cita en la mañana de este viernes 26 de septiembre no para mirar al pasado con nostalgia, sino para inyectarle vida al presente.
El XXV Encuentro Provincial de Investigaciones del Patrimonio Cultural se reveló como un crisol donde la historia local, la música que hace latir los barrios y los sabores que definen una identidad demostraron ser la savia de una provincia famosa por sus portales y poetas.
Las 26 ponencias que fueron presentadas en cada una de las comisiones donde fueron debatidas hasta la saciedad, demostraron la genuina preocupación de estos artífices de la investigación y la oratoria por el destino cultural de la nación.
Mientras en el mundo la cultura se consume en pantallas, aquí se palpa en la tradición de parrandas como las de Florencia; la danza y las tradiciones autóctonas de grupos músico-danzarios; en el sabor de un ajiaco y en la historia de un mambí. El reciente encuentro provincial trascendió la formalidad de esas ponencias para convertirse en un diálogo urgente: cómo salvaguardar el alma avileña sin convertirla en una reliquia de museo.
Allí se habló de que no se trata de guardar fotos bajo cristal, sino de que las nuevas generaciones sientan el repique de los tambores de Baraguá o sepan por qué una receta de cocina es también un documento histórico. Se explicó, además, que ese mismo intercambio de experiencias es muestra de un verdadero patrimonio cultural que trasciende el tiempo y las generaciones.
El evento desglosó la riqueza de la ciudad de los portales en tres dimensiones vitales. La primera, la memoria tangible: los portales y casonas que son testigos de piedra de la historia. La segunda, la expresión viva: el legado de agrupaciones portadoras aún vivas y generando espectáculos y la fuerza centenaria de fiestas populares y parrandas, como columnas vertebral de la identidad local. Y la tercera, el sabor identitario: el quehacer de la cocina cubana, donde platos típicos de la urbe se reivindicaron como patrimonio digno de estudio y preservación.
Un momento cargado de simbolismo fue la entrega por parte de la Unión de Historiadores de Cuba, de un donativo al museo consistente en objetos relacionados con la columna número once, Cándido González. Un par de botas, un cinto, un distintivo de metal, todavía con la impronta mambisa, llegaron como un legado activo, una conexión física con esa gesta independentista que busca enriquecer el relato histórico para hacerlo más completo y humano.
La clausura sirvió para premiar a los investigadores más destacados de esta vigésimo quinta edición, pero el mensaje final tenía la intención de ser una convocatoria a la acción. No hubo lugar para la complacencia. Los organizadores, y especialmente el investigador y narrador oral Nelson Aragón Martínez, exhortaron a redoblar el ímpetu, a salir al terreno y a presentar propuestas que capturen los valores culturales de toda la geografía de la provincia, desde los poblados más pequeños hasta la ciudad capital.
El encuentro dejó claro que en Ciego de Ávila el patrimonio es un proyecto de futuro. Lejos de ser una carga del pasado, se erige como la herramienta más poderosa para que una comunidad no solo recuerde quién fue, sino que decida con fuerza quién quiere ser. La historia, la música y la cocina demostraron ser, una vez más, los cimientos sobre los que se construye la identidad. No fue solo un debate académico. Fue un acto de resistencia cultural.