Memorias, en la galería Hugo Cortijo de Morón, reúne a artistas vivos y fallecidos en un diálogo visual que celebra la identidad, la memoria y la evolución del arte local
La ciudad de Morón, conocida por su espíritu cultural y su gallo símbolo de identidad, vuelve a demostrar su compromiso con las artes visuales al acoger la exposición colectiva Memorias.
Inaugurada el 26 de noviembre en la galería Hugo Cortijo, esta muestra no se limita a exhibir cuadros, propone un diálogo vivo entre épocas, estilos y sensibilidades artísticas. En un acto de profunda reverencia, el presente rinde homenaje al pasado sin caer en la nostalgia, sino en la revalorización crítica y estética de una trayectoria plástica local que ha madurado con los años.
Organizada por la filial municipal de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), la exposición reúne al menos, diez creadores, tanto vivos como fallecidos, cuyas obras —más de veinte en total— se entrelazan en una narrativa visual compleja y emotiva.
Entre los 10 artistas presentes figuran nombres como Eduardo Vázquez Lara, Jorge Báez González, Pedro Quiñones, Ángel Mayea, quien realizó las palabras del catálogo y Leonides Lazo Bernal, junto a las voces ya silenciadas físicamente de Alfredo Abreu Valderá, Efraín Cervantes y Raúl Wong Espina, entre otros. Todos, en su momento, forjaron la identidad artística de Morón desde distintas trincheras estéticas, pero con un mismo propósito: expresar lo esencial de su entorno y su tiempo.

Uno de los ejes temáticos más potentes en Memorias es la relación entre el ser humano y la naturaleza. Leonides Lazo Bernal, por ejemplo, despliega una visión casi profética donde grifos oxidados se convierten en árboles y la tecnología invierte su función, convirtiéndose en parte del paisaje ecológico. Su paleta fría y su simbolismo distópico contrastan deliberadamente con otras obras que celebran la luz cálida del atardecer en paisajes costeros, donde la serenidad y la armonía parecen eternas. Esa dualidad —advertencia y consuelo— refleja la tensión constante entre progreso y destrucción que habita en el imaginario colectivo.
La identidad cultural también ocupa un lugar central. En una obra de Noel Buchillón Gómez, el estilo vitral y la iconografía casi sacra se fusionan con elementos nacionales y tropicales, elevando figuras históricas a la categoría de santos seculares.
Por su parte, una enigmática mujer con guante negro, retratada con mirada frontal y gesto protector, emerge como un ícono de la autonomía femenina, cargada de misterio y resistencia, desafiando al espectador a descifrar su historia sin ofrecer respuestas fáciles.
La exposición no se detiene en lo figurativo: el abstraccionismo encuentra su lugar con fuerza. Espirales, manchas cromáticas y formas geométricas se despliegan en óleos y acrílicos que exploran lo emocional más allá de lo representativo.
Estas piezas, lejos de ser meros ejercicios formales, funcionan como mapas internos que conectan lo universal con lo íntimo. Cada color, cada trazo, se convierte en un latido que dialoga con otras obras de la sala, creando resonancias que trascienden las intenciones individuales de sus autores.

Al recorrer Memorias, el visitante no es un simple observador, sino un testigo de un acto colectivo de memoria viva. La curaduría, intencionada y sensible, orquesta encuentros visuales entre obras dispuestas con maestría, generando contrastes, complementariedades y tensiones que enriquecen la experiencia. En tiempos de aceleración y olvido, esta exposición reivindica la pintura como espacio de reflexión, continuidad y resistencia cultural. En Morón, el arte sigue siendo, más que nunca, una forma de entendernos a nosotros mismos y al mundo que habitamos.