A ciencia cierta, Antonio Manuel Sánchez de la Rosa no sabría definir si fue él quien escogió a la Medicina, o fue ella la que terminó conquistándolo. Para algunos sería una jugada del destino que todo lo sabe, para él, solo la decisión que le dio un vuelco a su vida.
Cualquiera hubiera podido vaticinar que sería un hombre de números cuando cursaba el Técnico Medio en Contabilidad en el Politécnico Pablo Elvio Pérez Cabrera de la ciudad cabecera avileña. Sin embargo, para abrirle los ojos estaban aquella biblioteca inmensa que dejara su abuelo, radiólogo por demás, y que le robara algunas horas de lectura, y la Hepatitis que acabó por ponerlo en una cama de hospital.
Aquellos días entre médicos, confiesa, le ayudaron a materializar la idea que en los últimos tiempos le rondaba. Algo había conocido de aquel mundo, lo suficiente como para querer saberle más, y, sin darle muchas vueltas, “allí estaba, haciendo las pruebas por concurso para optar por Medicina”.
Luego vinieron las horas de estudio, las ayudantías en la especialidad de Medicina Interna y el doctor Nelson Omares. A él podría culparlo de la pasión inesperada que le nació por la Cardiología y que, en un abrir y cerrar de ojos, lo tenía compartiendo ayudantías entre ambas especialidades, aunque las de la segunda fueran extraoficiales y demandaran, por tanto, un esfuerzo adicional.
Entonces, al término de sexto año, sería la Cardiología, y no la Medicina Interna, la que encabezaría la lista de opciones. Hasta la suerte estaba de su lado cuando “ese curso vino y la pude coger vía directa”.
Así llegaría la especialidad y otro montón de horas de estudio que, aclara, “nunca terminan ni aunque te gradúes, porque la Medicina es una ciencia que está en constante evolución y todos los días aparecen nuevas enfermedades e investigaciones”. De ahí que todas sus jornadas tengan, como mínimo, dos horas en las que prefiere leer para mantenerse actualizado.
Durante su formación, rotaría por el Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular de La Habana, un centro que reconoce “es de alta tecnología y tiene profesores excelentes”. Y si bien no faltaron las propuestas de trabajo por la capital, siempre pensó en volver al sitio donde todo había comenzado.
Cuando habla de referentes, dos personas comparten el mismo sitio sin que pueda él establecer preferencias. De un lado, el doctor Nelson Omares, por “mostrar los caminos de esta especialidad”, y de otro, el doctor Roberto Melo, a quien considera “el padre de la cardiología avileña” y del que ha aprendido “la dedicación y el amor por el trabajo”.
Nada lo satisface más en este mundo que ver la mejoría de sus pacientes, pues “a veces tenemos en la sala enfermos que parecen que no sobrevivirán, y uno hace hasta lo imposible por salvarle porque lo último que se pierden son las esperanzas”.
Y si bien muestra seguridad cuando habla, dice que su mayor temor ante un doliente siempre ha sido equivocarse, un lujo que los médicos no pueden permitirse. “Errar un diagnóstico, implica, a su vez, un tratamiento inadecuado y eso puede poner fin a una vida.”
Entre los momentos que menos disfruta de su profesión, sitúa el tener que darle a una familia la noticia de que un familiar ha fallecido, instante al que define como “una situación incómoda a la que nunca te acostumbras”. Como tampoco puede hacerlo con “ver partir a un paciente”, pues la muerte sigue intimidándole como el primer día, por más que sepa que la cardiopatía isquémica figura entre las principales causas de defunción.
Ni siquiera necesita pensarlo para considerar que es la sensibilidad humana lo que no puede faltarle al personal de la Salud. “Podrán existir limitaciones de recursos que no dependen de nosotros, pero cuando eres médico hay mucho que depende de ti como profesional y como persona.”
A sus 30 años, no solo el tener una especialidad consta en su currículo, sino también el ser responsable en la provincia del Programa de Cardiopatía y Embarazo y haber cursado un diplomado de Cuidados Intensivos, pero nada tan difícil, confiesa, como quedar al frente del servicio de Cardiología cuando “el profe Melo” no está, por la enorme responsabilidad que entraña.
¿Habría sido un buen contador?, quién sabe. Sus pacientes y colegas podrán dar fe de si lo logró o no con la Cardiología, pero a él no le quedan dudas cuando asegura que aquel cambio de 180 grados, “definitivamente, valió la pena”.