Sonrisas

Escribe algo de la risa y sus efectos sanadores, me dijo mi amigo Víctor, con una sonrisa de oreja a oreja, de esas que muestran los dientes y achinan los ojos, mientras, los que miramos, vemos cómo nada alrededor puede ser más hermoso, más contundente ni sublime.

“No asumo el pie forzado”, atiné a responder. “Después de Chaplin no me atrevo, no diría mucho”.

Y mi amigo reía como un niño, como si uno tuviera monos en la cara, como si le hicieran cosquillas; y enseguida yo también reía sin saber por qué.

Quizás porque la risa es como el llanto, uno ve a alguien que llora y enseguida, sin saberlo, lo está acompañando; menos mi amigo Víctor, él sabe muy bien los efectos de la risa, y la esparce, aunque el llanto del que sufre lo lleve adentro y en soledad lo suelte.

Uno lee que la risa activa no sé cuántos músculos y, sustancias más, sustancias menos en el cerebro, no sonríe por eso; pero que no vea a alguien hacerlo, que no recuerde algo gracioso, que allá va la risa, aunque alguien cerca le diga: “El que solo se ríe, de sus maldades se acuerda”.

Y debíamos buscar un chance por pequeño que sea para forzar la mente y que nos lleve a buenos recuerdos, a momentos felices y, por qué no, hasta algunas maldades con las que la sonrisa vuelve y nos activa todo eso en lo que ni pensamos cuando reímos y nos provoca el bien.

Entrenados estamos para levantarnos a veces hasta sin alarmas, y nos ufanamos de un reloj biológico que nos despierta, entrenados para caminar hacia un sitio, para hacer lo mismo cada día, para no dejar cosas pendientes, para superar tantos retos, sin embargo, para la risa no. La risa queda para cuando alguien desde afuera la provoca, ya con un chiste, con una carcajada, con algo ridículo que diga o con “un boniato” que saque con un tropezón.

No vamos casi nunca en busca de esa broma que nos haga reír, no hacemos un alto consciente para buscar de ella, recordamos los cuentos de este o a aquel y lo bien que la pasábamos; y puede que esté muy cerca de nosotros todavía, pero no lo buscamos para reírnos, porque no tenemos ninguno de los motivos que pensamos necesitar para que vuelva.

No podemos reírnos tan alto en la calle, ni hacerlo en determinados espacios, ni cerca de los que sufren, ni cuando las carencias nos asfixian; porque podemos parecer locos, mal educados e insensibles. No podemos reírnos por esto o aquello, de eso sí estamos conscientes, mas de la grandeza de la risa no.

“Una sonrisa cuesta poco y produce mucho. No empobrece a quien la da y enriquece a quien la recibe. Nadie es tan pobre que no pueda darla ni tan rico que no la necesite”, le dije a mi amigo, recordando a Chaplin. “Aunque dure un instante, perdura en el recuerdo eternamente”, me respondió él, con una sonrisa tan luminosa que cuando cierro los ojos todavía lo veo y no puedo dejar de sonreír.


Escribir un comentario


Código de seguridad
Refrescar