Pensamientos gemelos

Él y yo pensamos igual en casi todo. Por eso, por tanto y mucho más, hoy le cedo el espacio que busco, cada 15 días, en la orilla del mar para recoger esas botellas que llegan cargadas de mensajes, a mi amigo Alexey Fajardo López. Lea la crónica que él escribió y entenderá.

No se nos puede olvidar

No podemos olvidar cuidarnos. Ni la solidaridad con quienes están cerca y necesitan la cucharadita de sal o la duralgina, al precio, incluso, de partirlas en dos para aliviar su dolor y el nuestro. Porque los tiempos son iguales de duros para todos.

No podemos olvidar cuidarnos. Ni la risa. Porque con tantas noticias, gente que no volveremos a ver, que no pudimos despedir y que extrañaremos siempre, la risa ha sido pospuesta, sustituida por un sobrecogimiento de hombros, o una apretazón que quema en el pecho.

No podemos olvidar cuidarnos. Por los que no ganaron la pelea, por los que están y por los que han peleado duro, al punto de enfermarse y poner en riesgo a sus familias, por salvar, salvar, salvar… a toda costa.

No podemos olvidar cuidarnos. Porque cansa dar condolencias con las manos llenas sin poder ayudar; cansa mirar, desde lejos, la pena de los amigos y familiares escondiendo las lágrimas detrás del “hubiera querido estar ahí”, aunque haya muchas maneras de estar. Y ellos lo sepan. Pero igual se sientan solos.

No podemos olvidar cuidarnos. Se lo debemos a los que lucharon, sin aire en los pulmones, y lo lograron; a los que padecen secuelas que los acompañarán, quién sabe hasta cuándo. Se lo debemos a los hijos sin padres, y a los padres sin hijos; a los esposos y las esposas, a los novios, los amigos, a la gente querida, al vecino de al lado, al compañero de trabajo que se fue…o, mejor dicho, está donde lo recordamos.

No podemos olvidar cuidarnos. Porque la COVID ha sido una mala jugada, una gran trampa de la vida. Aunque culpar a la vida no sea, quizás, del todo justo. Porque seríamos menos como especie si nos rendimos.

No podemos olvidar cuidarnos. Aunque el trabajo de ocho horas se haya vuelto de cuatro para unos cuantos, y el esfuerzo se haya multiplicado porque hubo, y hay, vulnerables por los que luchar también. Y porque hoy son ellos, mañana, mañana, tal vez, nosotros.

No podemos olvidar cuidarnos. Aunque hasta esperemos con dolor, incertidumbre y mucha esperanza la llegada de las conferencias de prensa de cada día. Aunque estas hayan conseguido que, incluso, los periodistas, interpretando y sufriendo cifras, sintamos un poco de rabia con ese término.

No podemos olvidar cuidarnos. Se lo debemos a los días interminables de encierro en casa, de confinamiento en centros de aislamiento, a las noches con la mirada puesta en el techo como si allí fuéramos a encontrar, grabadas, las respuestas que buscamos.

No podemos olvidar cuidarnos. Aun cuando las noticias del avance de los candidatos vacunales nos hayan acentuado el deseo de acunar la mayor de las esperanzas. Y Abdala y Soberana nos traigan al oído, al torrente sanguíneo y al sistema inmunológico, una sensación de dicha comparada solo con el instante del alumbramiento.

No podemos olvidar cuidarnos. No. Ni la solidaridad. Ni la risa. Ni las lágrimas. Ni el esfuerzo. Ni la esperanza. 


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