Fruto de la vida

De niña fui una apasionada lectora de las fábulas donde Esopo ponía en boca de los animales más viejos sus más sabias sentencias. Me identificaba con viejos perros, caballos, corderos y bueyes que eran abandonados por sus dueños después de servirles y serles fieles toda su vida.

No me atraían tanto entonces los príncipes y caballeros como aquellos ancianos que en los cuentos llevaban sus tribus hacia tierras más fértiles, curaban un maleficio o encontraban la fruta de la vida eterna.

Así cuando mis hermanas jugaban o veían muñequitos en la casa de mis tíos Blanca e Ignacio, Lilian goloseaba los platanitos manzanos que colgaban del techo de la cocina e invitaba a mi padre a que los pidiera; yo conversaba con mi tía, le organizaba el escaparate, ponía en hora el viejo reloj, mientras sus anécdotas y las respuestas a todos mis porqués encontraban sitio seguro en mi mente.

Ya adulta creo en la vejez como en la vida, veo a los ancianos como una raza más sagaz, fuerte y persuasiva, admiro a quienes los respetan y puedo despreciar a quienes los humillan o maltratan.

Siempre quiero que cuando un viejo está cerca de mí esté mejor, protesto si noto que no es bien mirado, si no se esmeran en atenderlo y si alguien comenta que son majaderos o difíciles de tratar; yo recurro a Sarmientos cuando dijo que un viejo insoportable es alguien que se hizo viejo soportando a quienes hoy no lo quieren soportar.

Quizás por eso también me regocija la recién estrenada telenovela cubana desde su primer capítulo, vista ya por algunos como una novela de viejos, como si eso fuera malo; no es más que el deseo de un grupo de realizadores y artistas de visibilizar, desde el arte y la belleza, los conflictos de una edad que debía ser más ponderada al centro de cada hogar donde exista alguno.

Vuelve a mirar pone la vista allí donde debíamos hacerlo todos, en aquellas personas que han vivido más, creado y fundado; en los temores de algunos, sus aciertos y desaciertos, sus pérdidas irremediables, sus resabios; en las grandes lecciones que podemos extraer lo mismo de aquellos que ven alejarse las fuerzas y la alegría con la edad, que de quienes se han asido a la felicidad y la esperanza para darle sentido a su existencia.

Acostumbrados ya a apreciar a este grupo de personajes relegados a esperar despiertos en medio de la noche a hijos y nietos que tardan en llegar, a recibir con una sonrisa a los amigos de estos y ofrecerles “una tacita de café acabadito de hacer”; a sufrir por los amores mal correspondidos de los adolescentes de casa, o a ser felices por sus logros escolares; pudiera entenderse que a algunos les extrañe que en esta entrega de lunes, miércoles y viernes el espíritu jovial de una abuela empoderada, el deseo del amor romántico que persiste en otros dos, los secretos inconfesados de otra, opaquen, sin soslayarlos, los conflictos de los más jóvenes.

Con una banda sonora hecha a la medida, que, sin llegar a ser melancólica, nos acerca al sentimiento que puede habitar dentro de los que han visto gastarse los días de su vida, y con personajes que nos recuerdan a cualquier viejo que conocemos de verdad; pudiera esta telenovela caminar con mejor o peor suerte (artísticamente hablando), sin embargo, con una población envejecida como la nuestra, que en estos últimos meses han sentido posiblemente mucho más el peso de la edad, no podemos dejar de mirarla como una invitación a que ofrezcamos a nuestros viejos la vida digna, la comprensión y la paciencia que merecen.

Como cofres maravillosos de donde podemos extraer sabias sentencias, como seres con más determinación y fuerza que desgaste, así yo aprecio a los mayores; merecedores del bien que crearon, “dignos de un manto”, y de que sean llamados viejos solamente con la misma veneración que llamó Rubén Darío al gran Whitman.


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