No, no estoy loca

Todavía no olvido el día en que intentaba comunicarme con el Sanatorio para personas que vivían con VIH, para recuperar un libro que le había prestado al enfermero del lugar; aunque hace 20 años, no olvido un detalle.

Me respondió un número equivocado y, cuando pregunté si era ese sitio, me respondió una voz exaltada: “No, ¿usted está loca?”, para después colgar y dejarme con muchísimas dudas.

“Espero vivir la época de después del Sida”, escribió Lud Montaigne, quien aisló el virus del VIH en el Instituto Pasteur de ParÍs, al autor del libro Más grandes que el amor, Dominique Lapierre, por los años 80 del pasado siglo. Sin embargo, ya muy avanzado el siglo XXI, aún vivimos la Época del Sida.

Se han hecho verdaderas cruzadas contra este flagelo desde que la Madre Teresa de Calcuta, con sus novicias y Hermanas de la Caridad —cuando aún esta enfermedad era vista como de homosexuales y drogadictos—, crearon los primeros sanatorios para que muchos tuvieran una muerte digna, porque el desconocimiento del manejo de la enfermedad y la falta de verdaderas políticas sanitarias convirtieron a esos sitios en morideros adonde iban a parar pordioseros, drogadictos y hombres de los lupanares gay en Manhattan.

“Esta es la enfermedad de los estigmas”, me dijo un enfermo alguna vez, para rematar: “Ni los contagiados con la Peste Bubónica del Medioevo tuvieron que vivir tantos prejuicios”. Y es verdad, porque, aunque ahora se conozca más que nunca del tema, aunque se dicten centenares de leyes para que la vida de estas personas sea plena en sus hogares, barrios y centros de estudio y de trabajo, sean cuales sean, tienen que cargar muchos, todavía, con las miradas escurridizas, el dedo acusador, la incomprensión y el miedo.

Se necesitan los 365 días de cada año y los 366 de los bisiestos, para llevar el lazo rojo del lado del corazón, para enseñar, proponer, debatir. Para crear políticas públicas a favor de la salud sexual responsable y desprejuiciada. Se necesitan todos los días para recordar al amigo, hermano, padre, vecino que no sobrevivió. Para seguir haciendo.

Estrecha la mano, pon el hombro; abraza y besa sin miedo. Que nadie nos haga creer que estamos locos y muchísimo menos nos obliguen, por prejuicios y miedos, a llenarnos de dudas.


Escribir un comentario


Código de seguridad
Refrescar