Lista de Espera

Les parecía imposible. Ynes tiene 78 años y Yolanda 65. Tenían que viajar hasta el municipio de Contramaestre, en Santiago de Cuba, pues su hermana mayor tenía su salud muy quebrantada. Y el corazón de estas dos llevaba días roto ante los intentos por conseguir pasajes en la Terminal de Ómnibus de Ciego de Ávila. Y no lo lograban.

Hasta que dijeron: “Tenemos que hacer de tripas corazón y ‘lanzarnos’ contra la Lista de Espera”. Ambas, con la esperanza de conseguir puesto en una guagua y pagar, con sus chequeras, el ticket tan anhelado. No estaban ajenas a los niveles de los precios, sin embargo, repito, vivía en ellas la esperanza, aunque, haciendo honores al viejo refrán, esta fuera lo último que se hubiera perdido.

Comenzó el asombro: al llegar a la estación y encontrarla mustia, sucia, rota; sus mentes volaron a solo un lustro atrás cuando alentaba verla amueblada, con sus televisores encendidos, un audio digno, sus grandes ventanas de cristal relucientes y, sobre todo, con un sistema organizado para quienes apostaban por la tan socorrida Lista de Espera.

“No estamos tan mal —pensaron—. “Tenemos delante unas 40 personas y, con seguridad, nos iremos esta noche”. Si eran apenas las 2:00 de la tarde, me cuentan. Ahí comenzó la travesía: “Mira, llegó una guagua. Ve y pregunta en la taquilla”. Y la respuesta: “Pidió solo una capacidad”, en tanto una de las hermanas veía cómo subían tres personas al ómnibus.

A esta situación le siguieron otras y, con estas, las horas: “No dio capacidades”, pero sí recogió pasajeros. “Esa guagua es de una mipyme y no está obligada a llamar por Lista de Espera”. “Hay un carro (ómnibus) pidiendo 3500.00 pesos por persona hasta Santiago de Cuba”.

Mientras en sus mentes resonaba la cifra, contrapuesta al monto de sus chequeras, y sus piernas mostraban los signos del cansancio.

“Creo que tendremos que regresar para la casa. Tienes los tobillos muy inflamados y nosotras no podemos pagar lo que piden”. Habían parado ya varias guaguas afuera, en la calle, y recogido a muchas personas que pagaron entre 2000.00 y 5000.00 pesos por cada una. Y lo peor. Sentían que no había allí con quienes quejarse.

”Déjame intentar a mí —dijo la otra—, después desistimos”. Y apoyando su peso y sus años en aquel bastón se acercó a uno de los choferes en la calle. “Mira, hijo, nosotras somos dos viejas que vamos a ver, tal vez por última vez, a nuestra hermanita de 80 años, y no tenemos los 2500.00 que cuesta el viaje. Llevamos ya 12 horas en la Lista de Espera. Ayúdanos”. Y sintieron como si existiera la magia: “Suban, yo me las llevo por 1000.00 cada una”.

La reportera que habita en mí ha llorado, mientras resumía esta historia. Pero, también, la humana que soy sigue sin aceptar hasta dónde hemos cambiado como sociedad, y soy de las que siempre apuestan por la luz del Sol no por sus manchas, por la grandeza innegable de tantos cubanos buenos, por el bien y la virtud, que nos son innegables.

Molesta, no lo puedo negar. Molesta el deterioro de ese lugar otrora bien portado. Molesta la existencia de una Lista de Espera que, en realidad, no existe porque no es funcional. Molesta que algo tan vital como visitar a tu familia, sobre todo si el final de uno de sus miembros se acerca, sea mancillado por precios que ignoran el valor de lo humano.

Les parecía imposible. Y casi hasta último minuto lo fue. No quiero un cierre pesimista en ninguna de estas botellas que buscan la luz dondequiera que esté. Ni que esta historia, que puede ser la de otros, se convierta en cotilleo estéril en alguna cola como suele suceder. Pido, desde mi mar de emociones, una mirada institucional, unos ojos que vean que manchas como estas existen y debían ser limpiadas para que, con ellas, no se pierda el brillo en los ojos de la gente nuestra, esa que lo sigue apostando todo en el suelo de nuestra Cuba amada.


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