Ella había pagado muy caro por aquel paquete de pollo, mas no le importaba compartirlo. Por eso, al llegar a casa tomó varias bolsas de nylon, de esas que eran de yogur y que una lava para volver a usarlas, y separó las postas.
También por separado las tendría que cocinar después. Las que ella comería, las adobaba con lo que tuviera a mano y con su sabiduría de vieja sabia, que siempre le dictaba: sal, un diente de ajo, algo de cebolla, cilantro, una pizca de comino, una hojita de albahaca blanca y puré de tomate. O una segunda variante en la receta: sal, cilantro, orégano y albahaca blanca, de las que cultiva en unas vasijas viejas, un diente de ajo y una cucharada de manteca de cerdo, porque sus abuelos casi llegaron a los 100 años y no conocieron el aceite de girasol, ni algún otro.
Las postas que guardó, de a una, en cada bolsa, las cuece distinto: solo una pizca de sal. Porque para ella está primero la salud de quien las consume antes que la suya.
Y no escucha los comentarios, como si con ella no fueran: ¡Pero, Margarita, ¿tú estás loca?! ¡Con lo caro que está el pollo! ¡Y cocinar por separado!
Sin embargo, para ella es de un gozo inmenso mirarle comer. Le complace ver cómo deja el plato sin un grano de arroz (también muy caro), aunque ambos lo extrañen más de una vez durante el mes.
Mientras, ella le habla de su niñez, de su juventud, de su hijo ido a destiempo, de su esposo Nicolás y de cuanto habían vivido juntos, y cada día le asegura: “Jamás tuvimos ni un sí, ni un no”. Le repite siempre aquella frase que escuchó (ignora que es de Miguel de Cervantes): “Las penas con pan son menos”. Y ella le ha agregado: “También son menos si se comparte”.
Por eso, con certeza, guarda en su refrigerador siempre, del mismo modo, los paqueticos de pollo, o corta en varios trozos una patica de cerdo, cualquier pedacito de lo que tenga; o cocina la harina con recetas distintas o prepara un sopón para estirar el arroz y el pollo, y disfrutar de su cena juntos.
Ella sabe que él le agradece. Que en su lenguaje le dice las palabras de amor jamás pensadas, que es su mejor compañía ahora que su hijo y Nicolás se han reunido en algún lugar hermoso; y ahora teme irse antes y dejarlo solo.
Por eso, cuando alguien le cuestiona: “¡Pero, Margarita, ¿tú estás loca?! ¡Con lo caro que está el pollo! ¡Y cocinar por separado!”, ella solo sonríe y le dice: “Pero si es mi perrihijo, es mi todo”.