Deseaba que el primer libro de Lectura de Tobías estuviera impecable y mi sueño se hizo realidad. Él ni siquiera reparaba en mi temor de recibir un texto escolar hecho jirones; su entusiasmo era por todo, por su primer grado completo, la escuela, los amiguitos, la maestra...
Entramos al aula y elegimos la primera fila. Los materiales esperaban debajo de las mesas. La maestra se presentó con el cariño de una madre, con voz suave y pausada. Estará con nosotros en este camino que recién empieza y está dispuesta a todo por sus niños. Habló del estado de algunos libros, deseaba que la realidad fuera otra, explicó lo que todos sabemos y nos pidió comprensión.
Los padres se mostraron receptivos y algunos probaron a cambiar sus libros y tuvieron suerte. Los niños no repararon en eso, estaban conversando entre sí, querían poner los materiales rápido en las mochilas.
Volvimos a casa con el libro de Lectura en muy mal estado; no quise pedirle a la maestra que me buscara otro, comprendí que era difícil. Le enseñé algunas ilustraciones al niño y leímos algunas palabras, le pedí que buscáramos los materiales para ponerlo lindo y comenzamos a hacer realidad mi sueño.
Me gusta reparar objetos, confeccionar algunas figuras, darles otras oportunidades lo mismo a una lámpara que a unos zapatos, un vestido. No es el primer libro que reparo y, aunque comprendo que es complicado acceder, a veces, a forros y nailon, mis hijos y sus maestras lo merecen.
Sé que no a todos se les da bien lo de restaurar, a algunos no les apasiona, o no tienen tiempo y habilidades. Y a pesar de que podría parecer una circunstancia actual la obligatoriedad de reparar los libros escolares, lo cierto es que mis padres también lo hicieron, con pocos materiales y con un engrudo que no tenía competencia. Puede que mi disposición a recuperar lo mejor posible el texto de Tobías venga de esos días en que con un poquito de harina de Castilla y agua quedaban pegadas las tapas y contratapas al cuerpo de los libros.
No pretendo desconocer las carencias y las dificultades que hoy nos agobian, pero sí podemos darle una mirada cariñosa a cualquier fenómeno que hoy pueda entorpecer la educación y el aprendizaje de nuestros hijos. Es más fácil comprar un libro —fácil, obviamente, no quiere decir barato, sino disponible en cualquier negocio de impresión, o ilegal—. No pocos de los textos propuestos hoy en grupos de venta en redes digitales han sido robados. Y eso no voy a enseñárselo a mis niños.
Tobías se divertía mientras el libro cobraba forma, me retrasaba porque quería probar a hacer hasta lo más difícil y lo dejaba. Bromeaba diciéndole que ganaríamos un premio por restaurar el libro, que iríamos a un concurso de libros lindos, que tendría un libro hecho a manos.
Yo anhelaba un libro de Lectura impecable para mi hijo y entre los dos hicimos realidad ese sueño. Siempre he sabido que Tobías nunca olvidará lo que en ese primer libro aprenda; ahora tengo la certeza de que, además, siempre va a recordar el día en que ayudó a hacer el libro más bello de los que hoy tiene.