Cuando los días del año que pronto acabará pasan por mi mente como las escenas de una película, tengo el impulso de volver a sufrir los momentos más tristes, los quebrantos que no me faltaron, las malas noticias, las manos que dejaron de sostenerme; los instantes en que hasta respirar me fue difícil, de tanto desconcierto.
Como ráfagas indeseadas me llega el dolor del amigo que quedó solo con sus hijos, y vio la cara de la muerte dos veces este año; las enfermedades nuevas e incurables que asomaron en mi familia y nos robaron sueño y alegría, los seres que dijeron adiós con muchos nudos en la garganta, porque alejarse pesa más que el plomo y contra eso no existe antídoto. Los planes desechos porque la realidad es cruda, y porque algunas veces la voluntad cedió su espacio a la duda y al miedo. Los encuentros que terminaron en espera perenne, el sueño que puja por dejarnos, el más grande proyecto postergado…
Giro mis ojos buscando la luz y no la encuentro, no fuera de mí; entonces busco un poco bien adentro, y lo que veo es bello.
La tan socorrida esperanza, que no es incierta, guiña un ojo, se instala sin pedir permiso, porque de eso se trata, no es la timidez su fuerte; atrevida, hermosa, irrumpe con todo su equipaje, siempre lista a quedarse. Busco dentro una ventana, desde ella miro entonces. Y la mejor de las películas comienza.
La sonrisa de mis hijos, que nada la borró, me obliga a sonreír; la fuerza de mi madre y su tozudez me invitan a ser fuerte; los hermanos que rodean la mesa, el bebé que llegará pronto a la familia y que patea fuerte, el barullo…, me recuerdan que pese a todo seguimos aquí.
De las cosas materiales que un día perseguí, hoy no me acuerdo; las sustituí por otras, como pude. El bocado predilecto que no tuve, lo hallé en miles de otros bocados diferentes; la pintura que le falta a mi pared, ya no la miro; y en mis armarios lo viejo sigue siendo bello ante mis ojos.
Lo que no llegó en su momento, después lo tuve, o si nunca llegó, no lo añoro; los lugares que no visité continúan esperando por mí, así como a la gente a las que les debo un café, un rato entre cuentos y risas.
Los versos que leí laten muy fuerte adentro; las canciones, los libros. Las páginas que no escribí, serán escritas; y el desamparo que sentí, ya es amparo.
Miro y la felicidad aparece con los brazos abiertos, el hombro dispuesto, el regazo tibio. Los días tristes ya no están, las carencias, los sustos del “no hay” se hacen débiles ante tanta vida que me espera, ante tanta compañía, tanto abrazo.
Miro dentro de mí y todo es luz, desaparecen la oscuridad y el frío. Me invento una película y la lanzo como deseo perenne al universo; presiento la belleza en los 366 días que, inamovibles, nos aguardan, cuando, por no dejar de intentarlo todo otra vez, se me antoja ya que serán como espero.