“Mi corazón procesa, sufre, baila y canta lo que sangra”, decía un verso de una de los más conocidos temas de la banda cubana Habana Abierta, a finales de los 90. Luego el estribillo, pegajosísimo, repetía que la vida era un divino guion.
Dos décadas después, la vida se ha convertido en una “divina” cola y entenderán que las comillas significan todo lo contrario.
Las colas no llegaron con la COVID-19; asegurarlo sería faltar a la verdad. Sin embargo, la epidemia exacerbó esta forma de acceder a bienes y servicios, y no parece, de momento, que pueda erradicarse.
• El tiempo, las colas y el (des)orden
En los establecimientos comerciales, son el resultado de una demanda muy superior a la oferta, parece obvio; mas, también suman los poco entrenados mecanismos de regulación y control, ausentes o de vista gorda frente a esos hijos pródigos: el colero (“organiza” la cola, siempre en su beneficio), el acaparador (con dinero suficiente para comprar con ánimos de posterior lucro) y el revendedor (último eslabón de esa eficiente cadena, aunque a veces, como en la bíblica trinidad, sean la misma persona).
Pero la cola se ha “colado” en el resto de los espacios públicos. Cola en el banco, lo mismo para los servicios de caja como de banca personal. Cola en la notaría, con turnos para otro día y otra cola. Cola de madrugada en las oficinas de trámites de la vivienda, del carnet de identidad, del registro civil, de Oficoda. Cola en Coppelia (para un helado que ya no es lo que fue), en el Doña Neli para comprar ¿pollo frito y una cerveza? a las 10:00 de la mañana.
Cola en la cafetería de Las Brisas para el yogurt al que le subieron el precio sin avisar. Cola en el punto del gas licuado. Cola en la bodega el primer día del mes o cuando llega el pollo. Cola en los cajeros automáticos. Cola en el Hotel Rueda, por los pomos de refresco Ciego Montero que se extinguieron en la red minorista en moneda nacional. Cola en la ONAT, para pagar tributos o aclarar dudas. Cola en las tiendas de MLC, porque no todos tenemos moneda dura, pero algunos sí. Cola, incluso, en la ¡Consultoría Jurídica Internacional!
• Colas “licuadas” y otras no tanto
• El beneficio del control en las colas de Ciego de Ávila
Paradójicamente, donde único no hay colas es en las paradas del transporte urbano.
No obstante, la verdad es que algunas colas están del todo injustificadas. Al son de las restricciones impuestas por el enfrentamiento a la COVID-19, no pocas administraciones de instituciones públicas están cumpliendo los límites permitidos a costa del bienestar de la gente.
Lugares con facilidades para la espera a la sombra y sentados obligan a la gente a permanecer al sol, de pie.
Y no pasa nada.
Invasor salió a las principales calles del centro de la ciudad avileña, un día cualquiera de este inicio de año, a una hora imprecisa, y esto fue lo que encontró.
Algunos bancos, aunque al sol, hacen menos angustiosa y cansada la espera
Ante los precios no tan módicos de sus servicios, hasta los bicitaxistas deben hacer cola por los pasajeros
La oficina de trámites del carnet de identidad amanece así todos los días
En la esquina del Rápido ni las sogas de columna a columna impiden la aglomeración de personas
Al sol y de pie, aunque los usuarios tengan impedimentos físicos
El exceso de documentos exigidos para los trámites mantiene concurrido el Registro Civil
Mientras una multitud aguarda fuera de la tienda, adentro apenas hay cuatro o cinco clientes
En la cola la gente aprovecha para aclarar dudas
Hoy, decir banco es igual a decir cola
Seguramente están esperando a alguien que está en una cola
Brmh